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Editorial 5 de septiembre de 2023

Foto: ANFASEP.

El sábado pasado, 2 de septiembre, se cumplieron cuarenta años de la fundación de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), una organización que ocupa un lugar central en la lucha por los derechos humanos y la memoria en el Perú.

ANFASEP fue fundada en el año 1983 por un pequeño número de mujeres ayacuchanas que reclamaban respuestas del Estado sobre el paradero de sus seres queridos; hoy la integran casi medio millar de personas y en ella se congregan hasta tres generaciones. El recuerdo de doña Angélica Mendoza viuda de Asparza –Mamá Angélica–, una de las fundadoras, y su búsqueda indesmayable de la verdad, pertenecen ya a la historia de la lucha por la democracia en nuestro país.

El año de fundación de ANFASEP nos habla ya, por sí solo, del valor y la determinación de las mujeres que se congregaron en este esfuerzo. En ese año el conflicto armado ingresaba a uno de sus periodos más atroces. Sendero Luminoso había lanzado su represalia feroz, su campaña de masacres, contra las comunidades que se le mostraban insumisas. Y el gobierno de Fernando Belaunde, desertando de su responsabilidad, había puesto a la población bajo el control de las fuerzas armadas sin tomar ninguna precaución para evitar abusos: en consecuencia, 1983 fue el año en que la práctica de la desaparición forzada se convirtió en uno de los horrores emblemáticos del conflicto. Y fue en ese contexto de zozobra y peligro que las madres ayacuchanas –mujeres indígenas, quechuahablantes, carentes de recursos económicos, marginadas de la educación formal, excluidas de toda protección estatal— comenzaron a recorrer fiscalías, cuarteles, y comisarías en busca de respuestas, y, al hallar solamente puertas cerradas, burlas y maltratos, se volcaron a buscar a sus hijos o esposos por su propia cuenta, a remover la tierra con sus propias manos en busca de respuestas.

Cuatro décadas han pasado desde entonces y esas respuestas no han llegado. Se han dado, no obstante, algunos pasos en esa dirección, y entre ellos se cuenta el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que no habría sido posible sin el apoyo de ANFASEP, así como el de otras agrupaciones de víctimas. A la CVR la siguió un proceso de reparaciones, todavía inconcluso, y varios años más tarde la creación de la Dirección de Búsqueda de Personas Desaparecidas. En esos diversos esfuerzos ANFASEP ha sido una decidida impulsora, y una interlocutora y partícipe insustituible. Pero en ese lapso la organización no solamente ha esperado a las respuestas del Estado, sino que ha desarrollado sus propias iniciativas. El Museo de la Memoria Para que No se Repita y la gestación del Santuario de La Hoyada, en la ciudad de Huamanga, son, en cierto modo, un ejemplo de persistencia en el cultivo de la memoria que ANFASEP ofrecen a todo el país.

Este ejemplo es, en realidad, múltiple: nos habla del papel de las mujeres en la construcción de una paz con justicia; nos habla también del rol que la sociedad civil, pese a su carencia de recursos, puede cumplir en el impulso de la memoria frente a la indiferencia del Estado; nos habla, finalmente, de la resistencia y la creatividad de las víctimas, quienes, sin dejar de serlo, y reclamando su derecho en tanto tales, despliegan además una permanente capacidad de acción, de transformación y de autoafirmación como ciudadanas.

Al cabo de cuarenta años –entre el trágico 1983 y el también trágico 2023—varias cosas han cambiado, pero no tanto como debería haber ocurrido. Por una infeliz involución del país, esas prácticas de marginación y estigmatización que encontraron las madres de ANFASEP cuando emprendieron su búsqueda han recobrado fuerza. Y, en ese aspecto, el espacio público peruano suena ominosamente como el de hace décadas, y la violencia y la negación de derechos parecen reconquistar una normalidad que ya debería ser imposible. Hace una semana el vigésimo aniversario del informe final de la CVR fue una ocasión para reflexionar sobre esa trágica continuidad; hoy, cuando conmemoramos el valiente esfuerzo de aquellas madres ayacuchanas que fundaron ANFASEP, también encontramos en su trayectoria un apremiante recordatorio de las grandes tareas pendientes.