Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
16 de diciembre de 2025

Arwa Mahdawi, periodista británico-palestina, ha elegido participar en el debate público desde la irreverencia, utilizando el humor como arma de resistencia. Actualmente vive en Nueva York y es una de las voces más agudas al momento de abordar temas como la política, el feminismo, la migración o el poder. Como columnista de The Guardian, analiza la actualidad global con un pie en la política y otro en la cultura pop, y cada semana publica el boletín, The Week in Patriarchy, donde ofrece una lectura crítica de las noticias que abordan el sexismo, el feminismo y todo aquello que desafíe las desigualdades.

Como escritora, ha publicado Strong Female Lead (Hodder, 2021), un libro que cuestiona las ideas tradicionales sobre liderazgo, y ha participado del volumen colectivo Don’t Panic, I’m Islamic (Saqi, 2017), elegido por el Sunday Times como Mejor Libro de Humor del Año. En el ámbito académico, es profesora visitante del Center for Media Risk de la Universidad de Pennsylvania. Mahdawi llegó al Perú invitada al Hay Festival Arequipa 2025, donde participó en el conversatorio “De Sur a Norte”, un encuentro que propuso una reflexión sobre cómo las mujeres de distintas partes del mundo enfrentan problemas similares: la disputa por sus derechos, la representación en el espacio público y la necesidad de repensar el liderazgo. 

En esta entrevista, Arwa Mahdawi recorre temas de identidad, desarraigo, feminismos, cultura popular y resistencia, en un momento global marcado por el avance de los autoritarismos y la necesidad de volver a mirar las luchas como procesos interconectados.

Si bien vivimos un momento de auge de los fundamentalismos y las extremas derechas, también estamos viendo una fuerte respuesta a las mismas, la resistencia de diversos grupos de personas, entre ellos alguno que, como tú, tienen raíces migrantes ¿Cómo describirías aquello que te moviliza a levantar la voz por el pueblo palestino?

Siento una responsabilidad muy grande, una urgente necesidad de hablar, de levantar la voz… y también mucha culpa, una especie de culpa del sobreviviente. Considero que no soy la persona más calificada para abordar el tema, hay muchísimas personas más calificadas que yo, pero muchas de ellas están muertas, en prisión, no pueden salir de Gaza o simplemente no tienen acceso a internet. Incluso en Cisjordania estamos viendo un ataque brutal contra la libertad de prensa. Basta recordar a Shirin Abu Akleh, asesinada por un francotirador israelí hace dos años. Entonces, desde mi posición de privilegio —vivir en Estados Unidos, tener una plataforma en un medio de comunicación— siento que es una obligación hablar. No es suficiente, nunca lo es, pero creo que todas y todos deberíamos intentar hacer algo desde nuestro espacio y nuestras posibilidades.

Es verdad que en estos tiempos tan terribles también hay más resistencia. Hay mucha gente que recién está aprendiendo sobre Palestina, que no sabía lo que ocurría, porque esto no empezó el 7 de octubre. Recibo correos de personas que me dicen que ahora entienden mejor la situación y que están intentando ayudar, y eso me parece genial, porque creo que cualquiera que tenga una plataforma y cierto privilegio debe alzar la voz contra la injusticia.

Además, siempre insisto en algo: la lucha palestina es palestina, sí, pero también es una lucha de todas y todos. Creo que es verdad eso de que los palestinos representan a las personas desechables del mundo. Entonces, hablar por Palestina es hablar por todas las personas que el mundo considera desechables. Y es que estoy segura de que esta violencia no va a detenerse con Palestina. Lo vemos cuando se bombardean países sin respeto por el derecho internacional, cuando en Estados Unidos agentes migratorios secuestran personas en la calle. Defender a Palestina es defender el derecho internacional y a quienes no tienen poder. Todas nuestras luchas están interconectadas.

Esa interconexión muchas veces se pierde de vista. Leí un artículo tuyo en el que hablabas de Palestina y Ucrania al mismo tiempo. Hay quienes dicen que comparar guerras es un error, como si una fuera “peor” que la otra.

Exacto. Una guerra es mala en sí misma. Atacar a la población civil siempre es condenable. No se trata de competir por el horror. Como periodista, no se trata de repetir lo que “dice” cada lado, sino de buscar la verdad. No es “Israel dice que entra ayuda humanitaria y Palestina dice que no”; la pregunta es: ¿cuál es la verdad? Y la verdad es que la ayuda no está entrando. Durante mi charla en el Hay Festival, hubo una persona del público muy proisraelí que no hizo una pregunta, solo gritó propaganda. Me dijo que no había una voz proisraelí en la sala y le respondí que, si quería escuchar una, bastaba con encender la televisión, porque la narrativa mediática es mayoritariamente proisraelí. Luego recurrió al típico argumento del pinkwashing y me dijo: “Si fueras a Palestina, te matarían por ser gay”. Y es terrible que me diga eso, porque ese argumento intenta justificar la violencia diciendo que se trata de una cultura atrasada, como si eso legitimara bombardear o matar de hambre a niños. Se toman luchas legítimas, como las de la comunidad LGBTIQ+, y se usan de mala fe para oprimir a otros pueblos. Por eso insisto tanto en que las luchas están conectadas.

Trabajas temas como feminismo, migración e interseccionalidad. ¿Sientes tensiones dentro de los medios o en los espacios periodísticos al incomodar ciertos status quo?

Hay tensiones, no solo en los espacios periodísticos. A menudo suelo usar el humor porque ayuda mucho con temas complejos: disimula la tensión y permite que la gente vea otra perspectiva. Reconozco que hablo desde el privilegio, aunque no es un momento fácil para vivir en Estados Unidos y hablar de Palestina. Hemos visto personas deportadas por hacerlo. Hay organizaciones que rastrean a activistas pro-Palestina, los acusan de apoyar a Hamás y presionan para que sean deportados. 

Yo sé que hablo desde una posición privilegiada porque tengo ciudadanía británica; y si me deportan, volveré a Gran Bretaña, pero hay personas que serían enviadas a países donde su situación es mucho más precaria. Por ejemplo, están tratando de deportar a Mahmoud Khalil a Argelia o Siria. Y una deportación a Argelia o a Siria es mucho más compleja que una deportación a Gran Bretaña.

¿Cómo haces frente a ese tipo de agresiones, sobre todo en redes sociales, donde todo suele ser muy violento?

Cuando alguien habla desde el odio y la mala fe, no hay nada que ganar. No se puede debatir con alguien que niega tu existencia. A mí me han dicho muchas veces que los palestinos no existimos. Ahí no hay conversación posible. Los estudios muestran que la única forma de cambiar mentes es conectar a nivel humano. Por eso me gustan iniciativas como las de The Guardian, donde personas con posturas opuestas comparten una comida y conversan desde la experiencia personal. Pero con quienes solo quieren gritar, no vale la pena. Intento no dejar que me afecte.

Últimamente pienso mucho en Zohran Mamdani, el nuevo alcalde de Nueva York. Le gritan cosas horribles, lo llaman terrorista, y él solo sonríe. No reacciona. Eso desarma al agresor. Quieren provocarte para grabarte, para decir que ganaron. Yo pienso: me gritan, no es agradable, pero no es nada comparado con lo que vive la gente en Gaza. A mí no me están cayendo bombas.

Sin embargo, durante los dos últimos años, para ser honesta, mi salud mental se deterioró muchísimo. Tuve que hacer muchos cambios en mi vida para sobrellevarlo, pero lo que me ayudó fue encontrar una comunidad de personas árabes, propalestinas, con quienes compartir la rabia y el dolor. 

Pero hay pequeñas victorias, hay pequeñas cosas que están sucediendo. La mentalidad de la gente está cambiando; si bien quienes están en el poder son estoicamente proisraelíes, los estadounidenses de a pie están empezando a simpatizar con los palestinos. Entonces tenemos que recordar que aunque las cosas se vean hoy desesperanzadoras, poco a poco podemos cambiarlas.

Es bonito que hables de esperanza porque cuando uno ve noticias, como decías, es un momento terminas con la salud mental quebrada, ¿no? Porque todas parecen ser malas noticias. Cuando uno trabaja temas tan sensibles como el feminismo en su diversidad, porque además analizar el feminismo es analizar muchas interseccionalidades y el tema migratorio que es, insisto, muy muy sensible. ¿Qué es para ti lo más importante al momento de ingresar a hablar de temas que abarcan tanta diversidad? O sea, no podemos hablar de un solo feminismo, hablamos de los feminismos, si bien la migración es un problema o un tema que cruza el tema del desarraigo, el tema de encontrar un lugar en el mundo, también hay cada uno con sus particularidades, ¿cómo acercarte a ellas? ¿cómo abordarlas?

Es bonito que hables de combatir la desesperanza ¿Cómo combatirla desde el periodismo cuando abordas temas como el feminismo y la migración?

Creo que siempre llevando esos temas a la experiencia humana, porque no son abstractos: se cruzan en todo lo que vivimos todos los días. El feminismo no es solo política; está en cómo se diseña un auto o en si un médico te toma en serio cuando vas a una consulta y no cree que exageras por ser mujer. Y la migración nos da la oportunidad de encontrar puntos en común aun cuando se trate de personas que tienen un origen distinto. Se trata de encontrar puntos en común, experiencias compartidas, incluso entre personas con trayectorias muy disímiles. Y, de nuevo, el humor es clave, sobre todo cuando abordas estos asuntos confrontando a las personas poderosas. A quienes están en el poder no les gusta que se rían de ellas, y muchos líderes son francamente ridículos.

En tu trabajo analizas también la cultura popular. ¿Cómo ves su rol frente al feminismo, la migración, la guerra y el avance de la extrema derecha?

Antes de ser periodista trabajé en publicidad, y ahí aprendes a leer las corrientes culturales. Estoy convencida de que la cultura popular refleja posiciones políticas, porque la cultura popular siempre ha sido utilizada por las personas con poder para crear o reforzar ciertas ideas, pero también tiene un enorme poder para mostrar a la gente: a familias diversas, a personas de diferentes culturas, de diferentes orígenes, diferentes formas de vivir. La cultura popular tiene un enorme poder para humanizar. En Estados Unidos, uno de los grandes cambios en la percepción hacia las personas homosexuales ocurrió cuando Ellen DeGeneres salió del clóset en televisión. De pronto, la gente pensó: “Ah, es alguien como yo”. Eso cambió miradas, hizo que la gente se diera cuenta de que las personas homosexuales no son bichos raros.

Hace un momento hablabas de la importancia del humor y me pregunto cómo abordar con humor temas como la migración, pues siempre se habla de ella como el drama que supone.

Creo que siempre se puede hacer algo desde el humor porque el humor rompe muros. Hace unos años hice un sitio satírico llamado Rent a Minority, que se burlaba de los programas corporativos de diversidad que solo buscaban verse bien en el papel. Entonces, navegabas en la web y podías alquilar, por ejemplo, a una mujer musulmana. Obviamente no alquilaba mujeres musulmanas, y mucha gente no entendió que era sátira, pero despertó mucho interés y abrió la conversación.

Cuando se hace algo tan ridículo como eso, se rompe un muro y la gente de repente habla de algo que creía que no le interesaba. O de lo que creía que no quería hablar. El humor permite hablar de temas que asustan, porque muchas personas temen decir algo incorrecto. Ayuda a bajar defensas. Y hay muchos comediantes de stand up de diferentes orígenes, como Mo Amer, que abordan temas “incómodos” como la migración. Siempre es posible encontrar un ángulo.

Para terminar, pensaba en cómo el genocidio en Gaza supone la pérdida de vidas y la destrucción de la infraestructura de la ciudad, pero también está aplastando, desapareciendo la cultural palestina.

Sí, por supuesto. Es que aplastar el espíritu es parte de la violencia. A veces, seguir sonriendo es un acto de resistencia. Israel ataca la cultura palestina dentro y fuera de su territorio. Dentro, al realizar un genocidio y fuera, ataca y se burla de intelectuales y académicos, porque quiere presentar a Palestina como una cultura atrasada. Pero Gaza tenía una tasa de alfabetización altísima. La educación es central para los palestinos. Quieren invisibilizar la cultura palestina a cualquier costo. El documental ganador del Oscar 2024, No other land, no se distribuyó en Estados Unidos durante mucho tiempo y ahora tiene una distribución mínima. Hay una verdadera presión para detener la difusión de estas historias. 

A mucha más gente le importa sus raíces palestinas y han sentido y seguido el impulso para reafirmar su identidad. Así que, en muchos sentidos, siento que eso es una especie de rayo de esperanza.

(*) Periodista. Encargada de prensa IDEHPUCP.