Hace exactamente 10 años, luego de 52 días de movilización (llamado paro amazónico) de miembros de pueblos indígenas en la Curva del Diablo y la Estación 6, se desató un enfrentamiento que trajo consigo la muerte de 33 personas, entre policías y manifestantes, y muchos tantos heridos.
Las causas de dicho enfrentamiento pueden ser explicadas por diversos factores, tales como los problemas en el diálogo entre el Estado y las organizaciones (Defensoría del Pueblo, 2010), el incisivo interés del Gobierno por aprobar normas sobre disposición de tierras de las comunidades nativas y campesinas (Comisión Investigadora del Congreso, 2010), las dificultades geográficas de la zona, o la falta de implementación de derechos básicos de los pueblos indígenas como la consulta previa (Salmón, 2013), entre tantos otros.
Sin embargo, es imposible dimensionar lo que realmente ocurrió sin tomar en cuenta la profunda discriminación detrás de las decisiones adoptadas desde el Gobierno, de la cobertura de los medios de comunicación o de las reacciones de la propia sociedad civil desde antes y a lo largo de todo el paro amazónico.
Una clara muestra de ello fueron las columnas del “Síndrome del Perro del Hortelano” (en El Comercio, 2007), por el entonces Presidente de la República, Alan García Pérez. En ellas se afirma que “hay millones de hectáreas que las comunidades no han cultivado ni cultivarán por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad o por indolencia”. Curiosamente, esta reveladora frase esconde ciertos prejuicios que explican el conflicto.
Por un lado, la idea de que las personas que pertenecen a pueblos indígenas son ociosos o indolentes es una generalización que desvalora otras formas de pensar y de vivir, además de revelar un gran desconocimiento de la propia forma de vida y subsistencia de los miembros de los pueblos indígenas en la selva. Cabría preguntarnos, cuánto de este prejuicio se materializa aún ahora, por ejemplo, en las discusiones actuales sobre conflictos sociales.
De otro lado, señalar que el “tabú de ideologías superadas hace que no se cultiven millones de hectáreas” parte además de una idea de desarrollo actualmente retada desde diversos espacios, ya no solo desde los pueblos indígenas.
Según las cifras dadas por el Ministerio del Ambiente (2016) la mayor causa de emisiones de Gases de Efecto Invernadero es el cambio de uso de suelo, es decir, la destrucción de los bosques en favor de tierras de cultivo o de pastos. De otro lado, el nivel de conservación en el que colaboran los pueblos indígenas dentro de sus territorios es incluso comparable con aquel que encontramos dentro de las áreas naturales protegidas de mayor intangibilidad (Damman 2012 en SPDA 2018).
Por años, los pueblos indígenas nos vienen proponiendo formas tradicionales de manejo de recursos naturales y de convivencia con el espacio que retan nuestras concepciones de lo que debe ser el desarrollo. Sin embargo, es recién en el marco de la preocupación global del cambio climático, promovido por entidades de cooperación u organismos internacionales, que estos cambios de paradigma comienzan a ser escuchados e incorporados en la agenda pública.
A 10 años del Baguazo, al evaluar si hemos avanzado como sociedad, cabría preguntarnos si realmente hemos sido capaces de combatir la discriminación que estuvo en el corazón de ese conflicto; si hemos aprendido a mirar a los pueblos indígenas como ciudadanos y ciudadanas, y a dialogar libres de prejuicios.
* Bruce Barnaby, es actualmente coordinador del área Académica y de Investigaciones.