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Entrevistas 6 de diciembre de 2022

Por: Juan Takehara (*)

Conversamos con Carlos Monge Delgado, antropólogo por la Pontificia Universidad Católica del Perú y doctor en Historia Latinoamericana por la Universidad de Miami, sobre temas central de su investigación sobre las transiciones en la sociedad rural peruana desde la década de 1940, sus implicancias para el activismo social y político y los nuevos retos que se aproximan. Esta investigación está enmarcada dentro de un proyecto que desarrolla IDEHPUCP con el apoyo de la Fundación Ford.

¿Cuál es su principal interés en investigar las transiciones de las comunidades rurales?

Mi interés principal es alimentar una discusión sobre las formas de participación de la sociedad rural en los mecanismos estatales de toma de decisión y en los mecanismos de representación política. Un segundo tema es la agenda de políticas públicas para responder a los problemas del Perú rural contemporáneo. En ambos casos la idea es tener un rastreo histórico de los cambios que el mundo rural ha venido experimentando desde la década del 40 hasta la fecha y tener una fotografía actual para con ambos elementos poder tener un sustento de información y de análisis que permita ver cuáles son hoy los caminos de la participación y los retos que el mundo rural enfrenta.

¿Cómo definiría a la sociedad rural? 

Es esa parte de la sociedad que vive en centros poblados menores, distritos y provincias que se caracterizan por economías muy ligadas a los ciclos agrícolas y pecuarios e identidades hereditarias de las naciones que poblaban estas tierras antes de la conquista. Hablamos entonces de una base material, una cierta dotación de recursos, de una población con un tejido social y ciertas maneras de relacionarse, de organizarse y de movilizarse, con ciertas maneras de autoidentificarse y de representarse.

¿Qué busca desarrollar?

Lo que se busca es mirar varios procesos. Por ejemplo, transición demográfica y capitalista, democratización de la política, presencia del estado, construcción de institucionalidad, recuperación de identidades. El primero es el de la transición demográfica: cómo ha cambiado la dinámica poblacional desde los años 40 hasta la fecha. Si se confirma la hipótesis que estoy trabajando, el Perú rural prácticamente ha completado lo que se llama la transición demográfica, de un patrón de población disperso, por familias extensas y muy numerosas, con alta fecundidad y alta mortalidad y baja esperanza de vida al nacer, a una población de familias nucleares pequeñas, con pocos hijos, con baja fecundidad y baja mortalidad infantil y con mayor esperanza de vida al nacer.

En las transiciones demográficas cae la tasa de mortalidad infantil por extensión de los servicios de salud, de los sistemas de saneamiento básico, por mayor información que llega a las poblaciones respecto del tratamiento de enfermedades que antes eran mortíferas en los niños. Al mismo tiempo cae la tasa de fecundidad de las mujeres, que tienden a tener menos hijos pues tienen mayor información sobre control de natalidad y tienen mayores expectativas de estudios y trabajo. Crece la expectativa de vida cuando aumentan las mejoras en la cobertura de los servicios de salud y se urbaniza el patrón de residencia para acceder mejor a los servicios públicos. Estamos yendo a un mundo rural de población mayor que tiene pocos hijos y que vive en familias nucleares. Se va a plantear en el mundo rural algo que se encuentra en el mundo urbano y que hasta hace unas décadas parecía propio solamente de sociedades como las europeas o la norteamericana: una población adulta mayor que ya no tiene hijos que se ocupen de ella. La diferencia es que en Europa o en Estados Unidos hay sistemas de pensiones y de protección social que llenan ese vacío, mientras que en el Perú esos sistemas son muy deficientes en las zonas urbanas y prácticamente inexistentes en el mundo rural. Constatar el estado de la transición demográfica y hacer las proyecciones de qué se nos viene en el futuro mediato permite lanzar una alerta sobre la necesidad de tener un mejor sistema de pensiones y, más allá de eso, tener un sistema de cuidados que no solamente se preocupe por el empleo formal en Lima, sino que se preocupe por el mundo rural que es 100% informal.

¿Un ejemplo de transición rural puede ser lo realizado con la política de un solo hijo en China?

Ellos aceleraron su transición demográfica a través de una política pública vinculante y obligatoria, esa de tener un solo hijo o hija. Recientemente -al observar que hay muy poca población joven y que se les viene el gran problema de quién va a sostener a millones de adultos mayores que apenas tienen un hijo por familia- el estado chino está revirtiendo esas políticas. Ahora el Partido Comunista Chino ha lanzado una campaña para que vuelva a crecer el número de hijos por familia. Comparativamente hablando, mientras que allá en China el Estado intervino para acelerar su propia transición demográfica y ahora lo hace para revertir algunas de sus consecuencias, aquí el Estado peruano no tiene ninguna capacidad de intervenir en ninguna dirección.

En gran parte de Europa, así como en países tales como Canadá o Estados Unidos, tienen planes para proteger el futuro de los adultos mayores.

Esos países tienen un alto nivel de formalización de sus economías, donde una gran mayor parte de la población se encuentra en un sistema de pensiones. En Estados Unidos, por ejemplo, son sistemas privados mientras que en Europa son sistemas públicos con opciones privadas. Pero, sea como sea, en esos países la mayor parte de la población recibe una pensión al terminar su vida laboral. En algunos casos será mejor, en otras será peor, y depende del nivel de ingreso que se haya tenido o de los aportes que se hayan hecho, pero siempre tienen algo en qué apoyarse. El drama en el Perú es que somos probablemente una de las dos o tres economías más informales de América Latina, donde entre el 75% y 80% de la PEA trabaja en el sector informal y por lo tanto no participa en ningún sistema de pensiones. Cuando esta población envejezca sin hijos, tendrá un gran problema. En el medio rural estamos hablando de la población más pobre del Perú, que es un 100% informal, y que ahora envejece con cada vez menos hijos. Ese es el drama que vamos a vivir como resultado de esta transición demográfica combinada con los altos niveles de informalidad del empleo en el Perú y la falta de políticas públicas que respondan a este reto.

¿Cómo contribuyó el acceso a la educación en la mejorar de la sociedad rural?

El acceso a la educación en todas partes se correlaciona con una caída en la tasa de fecundidad y natalidad. Las mujeres, en la medida que acceden a la educación, acceden a la información e ingresan al mercado laboral. Ellas tienen mayor información sobre el cuidado de su salud reproductiva, mayor aspiración para proseguir una carrera luego de la secundaria y/o de conseguir un empleo y tener ingresos propios. Cuando se accede a la educación, por un conjunto de razones, la cantidad de hijos por familia se reduce. Este es un fenómeno universal. Sí hay entonces un vínculo de expansión del sistema educativo hacia las zonas rurales y una aceleración de la transición demográfica. La educación misma también ha vivido su propio proceso. Yo lo calificaría como un proceso de expansión muy acelerada, pero sin calidad, en donde el gran objetivo del Estado y de la propia sociedad fue universalizar el acceso a la educación, cerrar brechas, logrando que los niños y niñas de los sectores territorialmente más apartados de la población accedan también a la escuela. Sin embargo, en ese proceso donde la atención ha sido puesta en la universalidad, no ha habido semejante énfasis en la calidad. Los mejores maestros no tienen incentivos para ir a las escuelas rurales, porque quedan lejos; hay que viajar horas a la capital del distrito para ir al Banco de la Nación y cobrar y para hacer cualquier trámite en la sede de la UGEL; los salarios son malos, las condiciones de vida peor; la infraestructura de trabajo y alojamiento que se le ofrece al maestro es muy pobre, etc. No ha habido un esfuerzo consciente para darle a esas zonas -que son las más pobres del país- una mejor educación.

¿Cómo ha cambiado la economía en el Perú rural frente al avance de las grandes empresas?

Desde la dimensión económica-productiva, el mundo rural peruano ha atravesado tres grandes momentos. El primero es entre los años 40 hasta los años 70, donde predominaba la gran propiedad, un número relativamente pequeño de grandes haciendas que controlaban una gran cantidad desproporcionada de la superficie del territorio y, sobre todo, de la tierra agrícola bajo riego. En el otro extremo, una gran cantidad de comunidades campesinas que tenían muchas tierras, pero, sobre todo, tierras de pastos y de secano. En este este segundo extremo ubico tanto a las comunidades campesinas del mundo andino como a los Pueblos Indígenas de la Amazonía. Un segundo momento arranca con los movimientos campesinos en los años 60 y con la llegada de la reforma agraria en los años 70 donde vemos un fraccionamiento de la propiedad agraria. Nace una suerte de “campesinización” del mundo rural. Las grandes haciendas de la sierra son convertidas en cooperativas, en sociedades agrícolas o empresas asociativas y luego se fragmentan y se las reparten las comunidades y los trabajadores. El agro peruano pasa a ser caracterizado por la pequeña propiedad y el minifundio. A partir de los años 90 arranca un fenómeno de reconcentración de la propiedad y la tierra en manos de grandes propietarios. Ya no son los antiguos hacendados; son ahora corporaciones, modernos empresarios, en la mayor parte de los casos, orientados hacia la agroexportación. En la costa encuentras un número pequeño de grandes empresas que vuelven a tener grandes extensiones de tierras dedicadas al cultivo de espárragos, de fresas, de uvas, de un conjunto de frutas y de vegetales que tienen un gran éxito en los mercados internacionales, por las ventajas del clima y la contraestación que nuestra costa posee. En la selva tenemos ahora una presencia de gran propiedad, no tanto por fragmentación de cooperativas -que nunca hubo- sino por deforestación del bosque en pie a cargo de empresas que, por ejemplo, tienen grandes plantaciones de palma para la producción de aceite y otros productos para la industria alimenticia o para la fabricación de biocombustible. En la Sierra esa reconcentración avanza a paso mucho más lento por el peso del minifundio y de la comunidad campesina que regula limita el funcionamiento del mercado de tierras.

En suma, estamos en un tercer momento en el que lo que comienza a primar y consolidarse es la gran propiedad para algunos rubros de consumo en el mercado interno, pero, sobre todo, para la exportación. Al lado, el mundo andino sigue vigente un mundo comunero, donde las familias ya manejan directamente sus parcelas, no hay propiedad comunal como tal, la tierra está parcelada o se hereda, incluso hay un pequeño mercado de tierras, de alquiler o compra y venta. En la costa sobrevive una pequeña propiedad en condiciones muy precarias. La pobreza en el Perú está concentrada en la pequeña propiedad campesina comunal y minifundista, y para ese sector que no hay políticas públicas que lo apoyen. En cambio, la gran propiedad agroexportadora ha tenido, desde la ley Ley Chlimper durante el gobierno de Alberto Fujimori, políticas laborales y tributarias pensadas específicamente para favorecerlas, con régimen laboral recortado para los trabajadores y sin pago del impuesto a la renta para las empresas. Aunque esto ha cambiado recientemente, lo cierto es que durante décadas el Estado ha tenido políticas específicas para favorecer a la agroexportación como la palma aceitera o biocombustibles, y sin embargo para el campesino que siembra ollucos, cañihua, habas o papas no tienen ninguna política pública que lo favorezca. No es accidental, pues, que la pobreza se concentre en ese sector.

Hay una noción difundida y persistente: la gran empresa favorece al desarrollo del país frente al obstruccionismo y atraso tecnológico de las sociedades comuneras. 

Si uno mira los volúmenes de exportación y se fija en la conquista de nuevos mercados, ciertamente esta gran propiedad ha sido muy dinámica y exitosa en esos términos. Si uno mira la tasa de ganancia de esas empresas donde inversionistas internacionales vienen a colocar su capital, ciertamente eso es un éxito. Pero es un éxito a costa del erario público porque no han pagado impuestos durante 30 años y es un éxito a costa de sus propios trabajadores, porque siendo un rubro muy rentable de la economía, los trabajadores no han disfrutado de los derechos que cualquier otro trabajador tiene o en cualquier parte del mundo. Han tenido una ley específicamente pensada para ellos, que recortaba derechos laborales y bajaba cargas fiscales para subsidiar la tasa de ganancia de esas empresas. Así cualquiera tiene éxito. Pero hay que leer también la otra cara de ese éxito. ¿Cuánto dinero ha perdido el fisco que podría haberse dedicado a la inversión social e infraestructura? ¿Y que tan contenta está con ese éxito la gente que trabaja para esas empresas? Hay que ver sus condiciones de trabajo y sus salarios. Hay que preguntarse por qué se han generado las protestas de años recientes contra ese éxito que no parece haber sido de todos.

Es importante también hablar de la dimensión política en el mundo rural. ¿Con qué programas o representantes se sienten identificados históricamente?

Hasta mediados de los años 50 solamente votaban los hombres alfabetizados en este país. El voto era, digamos, urbano-masculino. Con el gobierno de Odría se extendió el voto a las mujeres, ampliando así el voto urbano, pero muy poco el voto rural, pues la mujer rural seguía siendo analfabeta. Todo eso cambió radicalmente con la aprobación del voto a los analfabetos por la Asamblea Constituyente a fines de los años 70 y vigente para la elección presidencial y congresal de 1980. Recién es ahí donde podemos decir que el voto es realmente universal en el país. En mi opinión, esto permitió una irrupción del voto rural en la dinámica electoral peruana, acompañado del hecho que la reforma agraria había quebrado la base social de las élites rurales tradicionales y que después Sendero Luminoso ahuyentó a los que quedaban de esas elites en las zonas rurales. Se produce entonces una suerte de “campesinización” de los gobiernos locales y luego -con la descentralización- de “campesinización” también de los gobiernos regionales. Recordemos que ha habido desde esa época hasta ahora prominentes alcaldes distritales, provinciales y gobernadores regionales que son de origen neta y claramente campesino, lo cual era imposible solo un par de décadas antes. Me parece también que durante los 80 e inicios de los 90 esa participación rural todavía se canalizaba a través del sistema de partidos. Lo que ha ocurrido después ha sido un desmoronamiento del sistema de partidos -comenzando por las elecciones a gobiernos locales- la aparición de outsiders, personas que se lanzan porque sí, para sí, que no pertenecen a un partido, que no suscriben un programa, que no representan a un colectivo, sino que arman una candidatura ad hoc.

El primer gran outsider fue Ricardo Belmont en la alcaldía del Lima a fines de los 90, pero el fenómeno creció mucho en el mundo rural y ahora su última y más grande expresión es la elección de Pedro Castillo, quien es precisamente un campesino y maestro rural que accede a la Presidencia de la República. Lo que ha ido pasando durante la transición democrática a partir del 2000, es que, en la medida que se iba debilitando el sistema de partidos, con el instrumento para canalizar votaciones, se fue afirmando una lógica de votación más identitaria. Toledo concentró mucho voto en las zonas rurales andinas, Humala ganó gracias al voto de las zonas rurales andinas, y Castillo ya ha sido claramente la expresión de eso. En la primera vuelta obtuvo un 19% de votos, casi todos de origen rural andino, y en la segunda vuelta ganó por 40 mil votos. Cuando uno ve la demografía del voto, obtiene una votación arrasadora en los territorios rurales de las regiones fura de Lima e incluso logra mayorías en los sectores D y E, de los espacios urbanos, que son los sectores más pobres, migrantes y andinos de las ciudades. La elección de matriz identitaria y no programática o ideológica contrapone lo rural con los urbano, lo indígena con lo mestizo de clase media o lo blanco de clase alta urbana, lo pobre con lo rico. Eso me parece un fenómeno interesante y sería bueno discutirlo porque no existe mucha claridad de cómo reconstruir un sistema de partidos programáticos e ideológicos que a su vez reconozca la importancia de la identidad como un elemento movilizador del voto ciudadano.

Siguiendo su hipótesis, ¿cómo será el Perú 2050?

Me parece que vamos a un Perú que envejece, que pierde lo que en su momento se llamó el bono demográfico, una masa de población joven que puede salir a trabajar y a contribuir al PBI. Vamos camino a ser un país que necesita reinventar su sistema de pensiones, la ONP pública está quebrada, el sistema privado atiende el 15% de la población y además es un sistema abusivo que cobra mucho y devuelve poco. Hay que ver la experiencia chilena, hay que reinventar el sistema pensionario. También vamos a una polarización muy fuerte sobre la propiedad si es que prosigue este proceso de concentración de la tierra en costa y selva a la par que un proceso de fragmentación y minifundización de la tierra en el mundo andino. Si a eso le sumamos el empobrecimiento de su población, vamos a tener un problema muy grave.  En tercer lugar, vamos a un problema de afirmación del carácter culturalmente diverso del país. Hasta antes de los años 40 en el mundo andino todos se identificaban como indígenas. A partir de los años 50 y en los 60 -con los movimientos campesinos y la reforma agraria- se afirma la autoidentidad de campesino. El término indígena se asociaba con ser peón, siervo, pobre, a no tener derechos. El término campesino, por otro lado, apareció relacionado al acceso a la tierra, al agua, a los recursos, a poder participar políticamente, a organizarse. La autoidentidad, palabra indígena que desaparece en la costa y en el mundo andino, solo se mantiene – y es una dinámica aparte – en el mundo amazónico donde esa autoidentidad nunca se perdió. Pero en el mundo andino a partir de la década del 2000 comienza una recuperación de la identidad indígena. Comienza a haber una revaloración de las lenguas, y esto ocurre con una dinámica endógena pero también como parte de un proceso mundial: el reconocimiento del valor de lo indígena. Me parece que vamos a un país que va a afirmar su diversidad cultural y eso plantea un conjunto de retos a la educación, a la prestación de servicios públicos y al funcionamiento del aparato del Estado en estos territorios que son multiculturales.

(*) Integrante del área de Comunicaciones.