Escriben: Bruce Barnaby (*) y Eduardo Hurtado (**)
El 09 de agosto se celebró el Día Internacional de los pueblos indígenas. Esta fecha fue elegida por la Asamblea General de las Naciones Unidas (NN.UU.) para conmemorar la celebración de la primera reunión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías que tomó lugar en el año 1982.
Según las NN.UU., se usa el término ‘Pueblos indígenas y tribales’ como una denominación común para más de 476 millones de personas que se encuentran en más de 70 países del mundo[1]. Esto significa que bajo esta categoría se engloba una gran diversidad de sociedades con identidades culturales particulares que tienen como característica común haber sido marginados dentro de territorios más amplios, experimentando discriminación, racismo, la vulneración de sus derechos fundamentales e incluso genocidio[2] (OIT, 2013).
La categoría jurídica, denominada “pueblo indígena”, abarca en el Perú al menos a 55 grupos cuyos miembros (aproximadamente un 26% de la población nacional) comparten un conjunto de tradiciones culturales, una lengua y cosmovisión, y un pasado común vinculado a la ocupación de un territorio ancestral. Aunque cada grupo étnico ha atravesado por procesos sociales y políticos particulares, los pueblos indígenas en nuestro país coinciden en tener una historia de dominación y de constante búsqueda de autodeterminación frente al Estado nacional y la sociedad occidental.
Así, no es difícil encontrar narrativas y memorias indígenas que ejemplifican las constantes y diversas luchas que han tenido que enfrentar cada uno de estos pueblos a lo largo de su historia. Ya sea contra otros grupos étnicos, ejércitos coloniales, caucheros, senderistas, colonos o narcotraficantes; los miembros de pueblos indígenas han experimentado años de enfrentamientos para defender sus territorios y su autonomía.
«La implementación de una verdadera educación intercultural no debe estar enfocada únicamente en políticas educativas que busquen incorporar a los miembros de los pueblos indígenas con las tradiciones e instituciones occidentales, sino que debe estar dirigida a toda la ciudadanía de forma bidireccional.»
La historia nacional, no obstante, ha privilegiado los acontecimientos y hechos significativos para el Estado-nación con la intención de unificar a la población en torno a los mismos valores, sentimientos e identidad. La socialización y la enseñanza de la historia es lo que permite la identificación mutua entre las personas como ciudadanos y ciudadanas de un mismo territorio. No obstante, la historia ha ido en desmedro y opacado las voces de grupos considerados minoritarios como los pueblos indígenas y sus procesos atravesados no solo antes de la creación de la república, sino también a lo largo de estos casi 200 años de independencia colonial para ser parte del territorio nacional sin perder sus derechos colectivos en tanto pueblos.
Según Will Kymlicka, un verdadero Estado multicultural, es decir, aquel que no es posesión de un grupo dominante sino que pertenece a toda la ciudadanía, requiere que sus políticas culturales dejen de ser asimilacionistas y excluyentes, y que las injusticias históricas sean reconocidas; ello solo es posible si existe una mayoría de personas que defiende estos principios, convirtiéndose en ciudadanos interculturales. Para ello, el autor señala que es necesario combatir siglos de prejuicios enraizados en la sociedad y que, por ende, la educación sirve como un instrumento fundamental para deconstruir esos prejuicios, en tanto las visibiliza y profundiza en el conocimiento de otras tradiciones y pasados comunes que forman parte de nuestro colectivo nacional.
La implementación de una verdadera educación intercultural no debe estar enfocada únicamente en políticas educativas que busquen incorporar a los miembros de los pueblos indígenas con las tradiciones e instituciones occidentales, sino que debe estar dirigida a toda la ciudadanía de forma bidireccional. De esta manera, se incorporan las historias de los diferentes pueblos indígenas, sus momentos fundacionales, sus héroes y sus luchas por la supervivencia en lo “oficial” o lo “nacional”.
Incluir las voces de los miembros de pueblos indígenas, sus perspectivas y sus experiencias de relación con el resto de la sociedad y con el Estado nos va a permitir no solo tener una mejor y más amplia comprensión de nuestra(s) historia(s) como país, sino sobre todo nuestra realidad actual, de manera que se pueda valorar nuestras diferencias, y encontrar oportunidades de crecimiento conjunto. El líder awajun, Santiago Manuin, recientemente fallecido, explicó bien en 2014 al recibir el Premio Nacional de Derechos Humanos, los peligros de que las relaciones entre los pueblos indígenas y el Estado continúen estando marcadas por relaciones de dominación y por la imposición vertical: “(…) el cuento del mono que llegó a un gran río, no era su hábitat, y vio a un alegre pez nadando, y queriendo salvarlo de las aguas, lo sacó del río con mucho trabajo y lo tenía orgulloso en sus manos… Ya imaginan ustedes lo que le pasó al pobre pez por culpa del estúpido mono.”[3]
*Comenzando este 09 de agosto se registró un enfrentamiento entre miembros de seguridad del Estado y miembros del pueblo indígena Kukama Kukamiria en el lote 95 (ubicado en Loreto). Más allá de los detalles del caso específico, urge que el Estado aborde las necesidades de la población en la Amazonía, y de manera particular de los pueblos indígenas, que son grupos en condición de vulnerabilidad, y que articule con las empresas y actores sociales presentes en dichas zonas para facilitar el apoyo. Esto, sobre todo, en una situación de emergencia sanitaria en la que se ha evidenciado deficiencias por parte del Estado para llegar a las zonas más alejadas del país. Esperemos que escuchar al otro, la empatía y el diálogo sea el valor que prime, aún más en esta coyuntura.
(*) Investigador y Coordinador del Área Académica de IDEHPUCP y miembro del Comité Directivo
(**) Antropólogo y miembro de la Línea Memoria, Democracia y Posconflicto del IDEHPUCP y del Grupo Interdisciplinario sobre Memoria y Democracia de la PUCP