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Opinión 27 de mayo de 2025

Por: Roberto Zariquiey (*)

El 27 de mayo de 1975, el Perú fue testigo de un hito histórico: la promulgación del Decreto Ley N° 21156, que instauró el Día del Idioma Nativo y declaró al quechua como idioma oficial de la República, “en igualdad de condiciones que el idioma castellano”. Desde entonces, cada 27 de mayo celebramos el Día de las Lenguas Originarias, una fecha que nos invita a reconocer y valorar la extraordinaria diversidad lingüística de nuestro país. Es, sin duda, una oportunidad para celebrar la riqueza única de las lenguas originarias peruanas, pero también un momento para reflexionar sobre el estado actual de su promoción, recuperación y difusión. Esta reflexión debe partir de una visión que entienda que estas lenguas no son solo un patrimonio inmaterial invaluable para el Perú y la humanidad, sino también el centro de derechos fundamentales para quienes las hablan. Las lenguas originarias son, a la vez, patrimonio y derecho.

Sin embargo, guiados por un pragmatismo mal entendido, muchos peruanos seguimos cayendo en la trampa del mito de Babel, creyendo que la diversidad lingüística es una especie de castigo divino o un obstáculo para el desarrollo. Hace poco, por ejemplo, surgió un debate en redes sociales donde personas, ninguna de ellas quechuahablante, argumentaban que no tenía sentido invertir recursos en promover el quechua, sugiriendo que ese dinero debería destinarse a puentes o carreteras. Podemos imaginar lo que estos mismos ponentes pensarán sobre las otras 47 lenguas originarias que se hablan en el Perú, según los estimados oficiales. La trampa está en esa visión pragmática que reduce las lenguas a simples herramientas de comunicación y promueve la idea de que todos deberíamos ser monolingües, olvidando que el monolingüismo exacerbado es una anomalía reciente en la historia humana.

Las lenguas, además de comunicar, son herramientas para la construcción de la identidad y la transmisión de la cultura, la religión y la sabiduría acumulada por los pueblos a lo largo de siglos y milenios. Está ampliamente demostrado que cuando una lengua deja de hablarse y transmitirse, también se pierden los conocimientos que los pueblos han reunido durante generaciones. Muchas plantas medicinales, capaces de curar nuestro cuerpo y espíritu, solo tienen nombre en lenguas indígenas de la Amazonía. La desaparición de esas tradiciones lingüísticas implica necesariamente la pérdida de ese conocimiento, que puede ser clave para enfrentar los desafíos climáticos, sociales y emocionales que nos depara el futuro. Entre preservar ese conocimiento, reconociendo que existen múltiples formas de ver el mundo y respetando el derecho a la lengua y la identidad de nuestros pueblos, y construir un puente (que no se caerá, sino se desplomará), yo me quedo con lo primero.

La idea de que el Perú sería un país más eficiente si todos habláramos solo castellano es una falacia que ignora que, evolutivamente, la especie humana ha sido beneficiosamente multilingüe. También es erróneo pensar que algunas lenguas son mejores o más desarrolladas que otras. Los avances en procesamiento del lenguaje natural (NLP por sus siglas en inglés), que sustentan mucha de la tecnología moderna, han alcanzado niveles de sofisticación y precisión nunca antes vistos gracias a la inclusión de la diversidad lingüística en este campo de investigación. Incluso las ciencias médicas, en áreas tan relevantes como la detección temprana del Alzheimer, han reconocido que sus modelos, centrados solo en lenguas como el inglés o el castellano, eran limitados y han mejorado significativamente al incorporar hablantes de una mayor diversidad de lenguas en sus estudios. En suma, nunca llegaremos a tener una comprensión cabal de la naturaleza y la cognición humanas si no promovemos la investigación psicológica y lingüística desde una perspectiva ambiciosamente multilingüe e intercultural. Y no lo digo solo yo: lo afirman algunos de los psicólogos y científicos cognitivos más importantes del mundo.

A pesar de ello, muchos peruanos seguimos aferrados al mito de Babel, sin darnos cuenta de que con ello estamos renunciando a una parte fundamental de nuestra riqueza como país y privando a millones de compatriotas del derecho a vivir en su identidad y en su lengua. Esta, de hecho, es una de las tantas formas que adquiere el racismo en el Perú. Pero esta no es la única manera de comprender y valorar la diversidad lingüística. Entre los pueblos tucano de la Amazonía noroccidental existe un mito según el cual, en tiempos ancestrales, todas las personas hablaban una sola lengua. Se cuenta que los antiguos humanos emergieron del fondo de la tierra y viajaron por el río en una gran anaconda canoa. Al llegar a diferentes lugares, la anaconda se detuvo y, de cada parada, surgió un grupo humano con su propia lengua. Así, para estos pueblos amazónicos, la diversidad lingüística es vista como un don ancestral y una parte esencial de la identidad de cada grupo, ya que cada uno tuvo la oportunidad de diferenciarse de los demás. Estas diferencias se convirtieron en el centro de un fascinante sistema de intercambios, matrimonios exogámicos y multilingüismo, que ha existido por milenios y ha dado lugar a una agricultura temprana, una compleja gastronomía y una tradición cerámica muy antigua. El mito tucano es lo opuesto al mito bíblico de Babel: el multilingüismo que promovió ha sido fundamental para el desarrollo cultural y social de la región.

En este Día de las Lenguas Originarias, repensemos nuestra vida desde la perspectiva tucano. Toda la evidencia apunta a que la diversidad lingüística es fundamental para el futuro de la humanidad. Aprendamos aunque sea unas palabras, una canción o una frase en alguna lengua peruana distinta a la que nos enseñaron nuestros padres. Así, sentiremos en el corazón la riqueza sonora, cultural y espiritual que la diversidad lingüística de nuestro país tiene para ofrecernos. La defensa y promoción de nuestras lenguas originarias no es solo un acto de justicia y reconocimiento, sino una apuesta por un futuro más inclusivo, sabio y humano.

(*) Lingüista. Docente del Departamento Académico de Humanidades de la PUCP