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Opinión 22 de octubre de 2024

Fernando Bravo Alarcón (*)

La polarizada campaña electoral en los Estados Unidos, ya tan percudida por fake news y ataques intemperantes, elevó sus niveles de agitación con la abrupta aparición de dos tumultuosos actores que no solo ha significado graves perjuicios para miles de familias en Florida, sino también la agudización del enfrentamiento entre las opciones políticas en juego.

Y es que la irrupción de los huracanes Helene y Milton, pocas semanas antes de las elecciones presidenciales, parece estar redefiniendo la dinámica de las campañas de Kamala Harris y Donald Trump, sea defendiendo la gestión demócrata de ayuda a los damnificados, sea evidenciando sus limitaciones.

No es la primera vez que fenómenos naturales golpean determinadas zonas del territorio norteamericano durante coyunturas electorales, con aparentes consecuencias en los resultados de tales contiendas. Sin embargo, en un contexto donde el calentamiento o ebullición global ya ocupa un lugar expectante en la agenda política de la unión, ha de entenderse que los candidatos en liza quieran mostrarse comprometidos con las acciones de respuesta que es necesario desplegar frente a los impactos perpetrados por dichos ciclones tropicales.

Este caso permite retomar un asunto no tan abordado por las ciencias sociales, cual es, la posible relación que puede existir entre los desastres y la política. ¿La buena o mala gestión frente a una calamidad cuenta al momento de definir el sentido del voto? ¿El impacto de una amenaza natural sobre una sociedad vulnerable puede abrir oportunidades aprovechables para los políticos? ¿La solidaridad que regularmente sobreviene a un desastre de magnitud logra atemperar el grado de polarización que suelen tener las campañas electorales? ¿Hasta qué punto los desastres son capaces de modificar el balance de poder?

Sin ser la única, la experiencia estadounidense entrega casos sugestivos en esta materia. En 1992, el presidente George H.W. Bush, en una época en la que los asuntos climáticos aún no formaban parte vital de las agendas, no supo demostrar acciones eficaces tras el huracán Andrew, lo que muy probablemente le costó la reelección. En lo que parece haber sido un hábito de familia, su hijo, el presidente George W. Bush, exhibió una exasperante falta de solidaridad hacia los damnificados por Catrina en 2005, lo que erosionó sus niveles de aprobación. Tal vez consciente de que no podía repetir esas experiencias, en 2012 Barack Obama aprovechó la coyuntura del huracán Sandy, para lo cual no dudó en reunirse con sus opositores republicanos y exhibirse como un líder capaz de enfrentar momentos críticos, consolidando así su reelección.

La ciencia política señala antecedentes auspiciosos de alguna forma de relación entre calamidades derivadas de amenazas naturales y decisiones políticas. En 1925, la revista American Political Science Review divulgó un trabajo del historiador John D. Barnhart, el cual postulaba que el surgimiento de un partido populista en el estado de Nebraska, en 1890, fue consecuencia de una inclemente sequía que afectó a los agricultores locales. Otro estudio, publicado en 2004 por los politólogos Christopher Achen y Larry Bartels, relacionó dos variables que a primera vista no tenían ninguna vinculación: los ataques de tiburones contra bañistas registrados en 1916 en las playas de New Jersey, tras no ser muy bien atendidos por las autoridades, terminaron afectando la votación del candidato demócrata y presidente Woodrow Wilson en dicha jurisdicción. Para Latinoamérica, el también politólogo Richard Stuart Olson, al estudiar la coyuntura crítica abierta por el terremoto de Managua de 1972, concluyó que esta facilitó la posterior caída de la dictadura de Anastasio Somoza, al poner en evidencia la corrupción y mal uso que dicho régimen hizo de la ayuda internacional.

Aunque no siempre las relaciones entre desastres y poder son concluyentes, a veces estas pueden ser lo suficientemente robustas como para que los políticos busquen capitalizar las consecuencias de tales eventos, dependiendo de si se hallan en el poder o en la oposición. Harris y Trump son conscientes de esto, por lo que será interesante ver quién logra sacar ventajas de esta coyuntura crítica.

¿Sucede esto en Perú, país altamente vulnerable a tantas amenazas naturales? Aquí los desastres también son susceptibles de politizarse. Hay antecedentes interesantes como la actitud del dos veces presidente Manuel Prado Ugarteche, cuando en diciembre de 1941, enterado del aluvión que arrasó la mitad de la ciudad de Huaraz por el desborde de la laguna Palcacocha, acudió inmediatamente al Callejón de Huaylas cargado de promesas de ayuda. Tampoco se olvida la “respuesta revolucionaria” que el gobierno de Juan Velasco Alvarado dio a la tragedia de 1970 en el Callejón de Huaylas, que lo obligó a crear el sistema de defensa civil. Durante el episodio de El Niño de 1998, la exposición mediática de Alberto Fujimori y la forma en que concentró la toma de decisiones no fueron acciones ajenas al cálculo político con vistas a las elecciones del 2000.

Pudiendo ser una ventana de oportunidad para los políticos posteriores, estos no siempre han sabido superar la prueba de los desastres, menos capitalizarlos. El sismo de Pisco en 2007 nunca inyectó popularidad al segundo gobierno de Alan García, pues ni la reconstrucción culminó satisfactoriamente ni Pisco se convirtió en la ciudad modelo que su gestión había prometido. Algo parecido ocurrió con la reconstrucción con cambios frente al Niño Costero de 2017: la gestión de Pedro Pablo Kuczynski tampoco se mostró exitosa pese al enfoque del zar reconstructor que intentó aplicar.

Como se ve, un desastre pone a prueba de diversas formas a los gestores del poder: puede actuar como visibilizador de desigualdades sociales, catalizador de inestabilidad política, generador de coyunturas críticas, legitimidador de una gestión gubernamental (o lo contrario), llegando a veces a afectar a regímenes autoritarios y a democracias frágiles. En suma, puede operar como un mecanismo capaz de rebalancear la ecuación del poder.

Más allá de la emergencia, la prevención, la capacidad de respuesta, la gestión del riesgo, la reconstrucción -todos estos, conceptos clave en materia de desastres–, es preciso tomar en cuenta que los estados, los actores, las coaliciones promotoras, la gestión pública y el diseño institucional, entre otros, son elementos políticos que interactúan con los desastres. No entenderlo sería síntoma de una inocencia política que una próxima calamidad ya no perdonaría.

(*) Sociólogo PUCP

Este artículo es una versión extendida del siguiente artículo publicado en El Comercio: https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/desastres-naturales-politica-lo-que-el-huracan-se-llevo-por-fernando-bravo-noticia/