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Editorial 8 de marzo de 2022

Se conmemora hoy en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer. Los orígenes de esta conmemoración se remontan más de un siglo atrás y están siempre vinculados con las luchas de diversas colectividades de mujeres por la igualdad y el reconocimiento. Fue en el año 1975 cuando las Naciones Unidas acogieron esta fecha como suya por primera vez. Desde entonces, este se ha convertido en un día mundialmente significativo que –siempre es necesario precisarlo—no es exactamente un día de celebración sino uno de reconocimiento de la larga y difícil lucha por la igualdad y también, con un sentido crítico, del enorme camino por recorrer para erradicar la marginación, la discriminación y la violencia contra las mujeres, en todas sus manifestaciones.

El tema que Naciones Unidas ha propuesto como el foco de la conmemoración este año es “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”. Se trata no únicamente de garantizar el desarrollo de las capacidades y potencialidades de las mujeres en todas las sociedades del planeta –lo cual supone desterrar toda forma de cultura subordinante—sino también de hacer posible y promover el liderazgo de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social, desde la política hasta el espacio laboral, pasando, desde luego, por la economía, la cultura y la vida cotidiana.

«La persistencia sostenida de la violencia física y la violencia sexual contra mujeres es un dato entre muchos que nos hablan de nuestro gran déficit en materia de equidad de género.»

Todo ello supone, en primer lugar, el combate a todas las formas de violencia con que se vulnera los derechos de las mujeres -comenzando por el mismo derecho a la vida—y se las relega a papeles subordinados. Pero, más allá de combatir la violencia, es imperativo asegurar un acceso equitativo a los medios y recursos para desarrollarse plenamente en todos los espacios y actividades de una sociedad. Una escuela inclusiva y con enfoque diferencial de género, o las necesarias políticas que respeten y favorezcan la participación de mujeres en el espacio político y propicien la paridad de género, son solamente dos de entre muchas maneras urgentes de abordar este deber de inclusión.

Hemos dicho que esta fecha es, necesariamente, una ocasión para la reflexión crítica. Por ello, si bien en el Perú hemos conocido algunos avances normativos e institucionales relevantes en este campo, hay que reconocer que es todavía mucho lo que falta hacer. La persistencia sostenida de la violencia física y la violencia sexual contra mujeres es un dato entre muchos que nos hablan de nuestro gran déficit en materia de equidad de género.

Pero, además, es ineludible señalar el retroceso que ha traído consigo el actual gobierno en materia de derechos de las mujeres y de paridad de género. Un símbolo estridente de ello es la conformación de un gabinete de ministros con solamente tres ministras, y los sucesivos nombramientos de personas con denuncias por violencias contra mujeres y con una historia personal de declaraciones misóginas.

Esta es, pues, en el Perú, una fecha que no invita a la complacencia ni a la congratulación, sino, más bien, a la renovación de compromisos y al fortalecimiento de la observación crítica y la demanda de normas, políticas, programas y también gestos que indiquen que los derechos de las mujeres y la igualdad de género forman parte esencial de nuestro orden democrático.