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Editorial 3 de junio de 2025

Esta semana se desarrolla la vigésima edición del Encuentro de Derechos Humanos que IDEHPUCP organiza todos los años. El tema de este Encuentro ha venido casi impuesto por la fuerza de los hechos y tiene carácter de urgencia: el progresivo y acelerado proceso de descomposición de los diversos acuerdos e instituciones que en los últimos ochenta años fueron generados para diseñar un orden global guiado más por el derecho internacional que por la fuerza bruta y más proclive a la protección de los derechos humanos.

Ese enorme proceso en donde convergieron convicciones filosóficas, un laborioso trabajo de creación jurídica y dificultosos esfuerzos por forjar acuerdos políticos no tiene una fecha precisa de inicio. Pero se puede decir que el año 1945 fue un momento fundamental para su desarrollo a partir de tres hechos emblemáticos: el estupor mundial tras el descubrimiento y liberación del campo de exterminio de Auschwitz y, por extensión, de decenas de instalaciones similares diseminadas por el territorio europeo controlado por la Alemania nazi; el inicio de los juicios de Núremberg contra los principales responsables del genocidio, que marcaron un hito en el desarrollo de la justicia internacional; y la firma de la Carta de San Francisco, que daría origen a la Organización de las Naciones Unidas y es antecesora de la Declaración Universal de los de Derechos Humanos.

No cabe ignorar, desde luego, que, a pesar de la arquitectura jurídica y política surgida desde entonces, la violencia y el abuso continuaron siendo una realidad recurrente para muchas regiones del mundo. Es cierto, por ejemplo, que, después de la segunda Guerra Mundial, los procesos de descolonización, así como la Guerra Fría y los procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios asociados a ella, fueron el escenario de numerosas conflagraciones de la que no estuvieron ausentes la atrocidad masiva y, después, la impunidad. No obstante, esa contundente realidad histórica no debe llevar a desconocer, por otro lado, los progresos realizados en la gestación de una convivencia humanitaria y regida por el derecho, los procesos de violencia que sí se pudieron mantener bajo control o que fueron impedidos bajo ese marco, los avances en materia de rendición de cuentas sobre violaciones de derechos humanos y, sobre todo, la existencia de un horizonte normativo que, pese a toda su insuficiencia, marcaba parámetros de legitimidad basados en las ideas de democracia y derechos humanos, es decir, de respeto de la dignidad de todas las personas.

Lo que se experimenta en estos años —y este es el motivo central del Encuentro iniciado ayer— es no solamente una continuidad o un recrudecimiento de la violencia en muchas partes del mundo; es también un cuestionamiento a aquel horizonte y a los compromisos y obligaciones legales y morales que lo componen. Bajo el ejemplo o la presión de líderes autoritarios —algunos en el gobierno de algunos de los países más poderosos del planeta—algunas regiones del mundo abandonan el ideal democrático, el paradigma de la cooperación internacional, las obligaciones básicas en materia de derechos humanos, y  experimentan, más bien, una regresión hacia nociones de supremacía nacional o racial, soberanía absoluta por encima de los derechos humanos, unilateralismo o derecho del más fuerte, y rechazo a la acción concertada ya sea en materia de comercio internacional o de lucha contra amenazas como el cambio climático y otras.

Y, dentro de eso, se produce, como signo más cruento de este fenómeno, un regreso al empleo de la violencia extrema, sin reconocer límites legales ni morales. Mencionar ejemplos de esto siempre es riesgoso porque eso obliga a omitir experiencias de sufrimiento humano que nunca deberían quedar silenciadas: Sudán del Sur, Siria, Afganistán, Etiopía, una vez más el Congo y muchos más son casos que reclaman la atención internacional y que ilustran ominosamente esa espiral de violencia.

Pero, evidentemente, los nombres de Ucrania y Gaza son los que concentran explicablemente la atención internacional. La invasión de Rusia a Ucrania señala un regreso de las guerras de conquista marcado además por la transgresión continua de las normas básicas del derecho internacional humanitario. La aplastante campaña bélica de Israel, bajo el gobierno de Netanyahu, contra la población de Gaza tras el feroz ataque perpetrado por Hamas es también un ejemplo de todo ello: el derecho internacional humanitario es continuamente transgredido y el ataque sin medida a la población civil —incluyendo la destrucción de infraestructura sanitaria y la obstrucción al aprovisionamiento de medicinas e incluso alimentación—lleva a algunas voces a hablar de limpieza étnica o de genocidio.

Todo ello se desarrolla ante la aprobación o tolerancia de algunas de las mayores potencias económicas y militares o ante la pasividad o la crítica impotente de otras. Y ello aparece hoy como un oscuro emblema del proceso de descomposición y de abandono de principios humanitarios y jurídicos que el mundo necesita recuperar.