Por Carlos Piccone Camere (*)
Hace sesenta años, Ernesto Cardenal publicó Oración por Marilyn Monroe, uno de los poemas más sugestivos de la poesía latinoamericana contemporánea. Escrito con sobriedad y cargado de intensidad conmovedora, este texto trascendió pronto los límites de lo literario para convertirse en símbolo de una espiritualidad crítica. Cardenal eleva en él una súplica por una de las actrices más mediáticas del siglo XX, reconocida como ícono cultural pero reducida a fusible utilitario de la maquinaria de consumo de Hollywood, y de todo lo que ese nombre evoca: espectáculo global, industria de la imagen y poder pseudocultural capaz de fijar cánones y, a la vez, excluir vidas.
En 1965, año de la publicación del poema, el papa Pablo VI clausuraba el Concilio Vaticano II, el mayor acontecimiento eclesial de los últimos siglos, que propugnaba una nueva relación entre la Iglesia y la sociedad. La coincidencia resulta significativa: mientras Cardenal hacía de la poesía un espacio de denuncia y plegaria por una mujer reducida a espectáculo, el Concilio llamaba a la Iglesia a abrirse al mundo, reconociendo sus luces y heridas.
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Nacida como Norma Jeane Mortenson, nombre que Cardenal omite intencionalmente, “Marilyn” encarna la sustitución de la persona por la máscara. Etiquetada como ícono erótico global y mujer herida a la vez, fue moldeada por una industria que la explotó hasta empujarla a la autodestrucción. La omisión del nombre no es un detalle menor: muestra cómo la identidad real quedó eclipsada por el artificio, pero también cómo el poeta la resguarda con respeto, como si quisiera restituirla ante Dios, liberada de los reflectores para situarla frente a la luz cálida, envolvente y maternal de su misericordia. En el poema, Marilyn se vuelve emblema de una humanidad sometida a la lógica del descarte, donde cuerpos y deseos son arrastrados por el torrente de la ley adánica de la oferta y la demanda.
La vigencia de esta denuncia se hace patente en el Perú. Hasta junio de 2025, la Defensoría del Pueblo reportó 4,363 notas de alerta por desaparición de mujeres; solo ese mes fueron 714, y casi siete de cada diez correspondían a niñas y adolescentes. En el mismo semestre, la Policía Nacional recibió 6,177 denuncias y junio cerró con 4 feminicidios —uno precedido por desaparición—, además de 7 tentativas y 5 muertes violentas. El Ministerio del Interior informó que, en lo que va del año, se ejecutaron 175 operativos contra la trata, con 190 víctimas rescatadas. A ello se suman los registros del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables: entre enero y mayo los Centros Emergencia Mujer atendieron 64 casos de trata con fines de explotación —todas mujeres, en su mayoría adolescentes y niñas— y 14 casos de explotación sexual, donde la mayoría fueron menores de edad. El Ministerio Público amplía la dimensión: entre 2020 y junio de 2025 contabilizó 13,672 víctimas de trata en el país, el 70% mujeres y niñas, bajo el control creciente de redes criminales transnacionales.
Detrás de los números palpitan historias, muchas de ellas invisibilizadas. La respuesta estatal, aunque constante, parece limitarse a apagar incendios a medias, dejando rescoldos que pronto vuelven a encenderse. Cada operativo y cada rescate son logros innegables, pero también la confirmación de que se actúa tarde y de forma fragmentaria.
La ONU recuerda que la trata y la explotación sexual constituyen una de las formas más extendidas de “esclavitud moderna”, con cerca de 50 millones de víctimas en el mundo. La vasta mayoría son mujeres y niñas. Las formas tradicionales de explotación se combinan hoy con dinámicas digitales: pornografía en línea al alcance de menores y personas vulnerables expuestos, entre otras cosas, a normalizar usos y abusos; redes de prostitución que operan en chats y aplicaciones; difusión de imágenes íntimas sin consentimiento; mercados clandestinos en la web oscura y un largo etcétera. La cosificación adopta nuevos medios, nuevas máscaras, pero responde a la misma lógica que convirtió a Marilyn en mercancía: transformar la vulnerabilidad en espectáculo, el cuerpo en transacción y el drama existencial en consumo.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radioactividad,
Tú no culparás tan solo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century Fox
por esa Colosal Super-Producción en la que todos seguimos trabajando.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
El poema no se agota en la denuncia: su tono es oracional. La súplica por una mujer explotada y descartada se convierte en liturgia profética. Por más que el sistema se empeñe en reducir a la persona a objeto, subsistirá una dignidad inalienable que reclama solidaridad empática.
Sesenta años después de su publicación, el poema mantiene intacta su fuerza profética: “perdónanos a nosotros por nuestra 20th Century Fox” y por nuestra Century Fox del siglo 21, se podría añadir. La poesía, cuando se hace oración, no es evasión sino resistencia. Así lo intuyeron los grandes maestros espirituales: la “elevación del alma a Dios” (Juan Damasceno); se convierte en el orante en un “grito de reconocimiento y de amor” (Teresa de Lisieux), en el lugar teológico del encuentro “de la sed de Dios y de la sed del hombre” (Agustín de Hipona).
El orante recorta así la infinita distancia entre el cielo y Hollywood para denunciar estructuras de abuso, que estafa con placebos al que anhela amor.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Dato: Cada 23 de septiembre se conmemora el Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, instaurado en 1999 por la Coalición contra el Tráfico de Personas junto con la Conferencia de Mujeres de Dhaka, una fecha que refuerza la pertinencia de volver sobre este tema.
(*) Docente en el Departamento Académico de Teología de la PUCP y doctor en Historia de la Iglesia por la Universidad de Londres.