Por Kathy Subirana (*)
Fernando Tuesta Soldevilla es un académico de amplia trayectoria con gran experiencia en el estudio de las luces y sombras del sistema electoral peruano. En esta entrevista hace un análisis del panorama de la democracia en nuestro país tras el Mensaje a la Nación de la presidenta Dina Boluarte, el cual marca el inicio de su último año de gobierno y ha coincidido con el cierre de inscripciones de alianzas electorales, lo que marca simbólicamente el inicio de una campaña presidencial 2026 especialmente compleja.
Tuesta es uno de los docentes del curso “Elecciones Generales 2026: Claves, Retos y Perspectivas” que ofrece la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP y que irá del 18 de agosto al 11 de septiembre.
Tras el mensaje a la nación, ¿cómo ves el estado de la democracia para lo que queda del gobierno de Dina Boluarte, a puertas de un nuevo proceso electoral?
Creo que se llega al último año con un deterioro muy profundo que ha obligado a que se plantee, en buena parte del debate público, si estamos o no en democracia. Esa sola pregunta ya advierte la gravedad del momento que vivimos. Yo creo que aún estamos en democracia, pero en una sumamente debilitada. Hay indicadores diversos que muestran un enorme retroceso desde 2021 en adelante, un deterioro que comenzó con Pedro Castillo y que ha sido profundizado por Dina Boluarte.
Es verdad que todos los gobiernos en las últimas cinco décadas han terminado mal, sin excepción, con una desaprobación mayoritaria; pero esto solo revela un problema estructural de construcción democrática. Tenemos problemas de representación muy serios, lo cual a su vez origina una desafección general hacia la política, una crisis de legitimidad constante.
Pero ¿qué diferencia este último año del gobierno de Boluarte del de otros presidentes?
En el caso de otros presidentes, en los últimos años los reflectores ya no estaban sobre el Ejecutivo sino sobre el proceso electoral, y eso les daba algo de respiro, pero no creo que ese sea el caso de Dina Boluarte. Ella ha llegado a niveles de falta de legitimidad extremos y por eso considero que podemos considerar la posibilidad de que no termine su mandato. No lo afirmo; solo creo que no debería descartarse esa posibilidad, pues el rechazo que genera no es solo político, sino también emocional. La ciudadanía tiene una carga de frustración y de agresividad enormes. Nunca hemos visto una presidenta tan vapuleada. Pongámosla en cualquier parte del país y, salvo su círculo íntimo, nadie la va a aplaudir. Además, estamos en un nivel de inestabilidad muy alto. Y la situación se vuelve comparable a la de andar por un campo minado: se puede caminar por él y quizás no explote nada, o tal vez sí. Si se produce alguna acción detonante de la presidenta, los partidos aliados en el Congreso no se van a jugar la vida por ella, pues en plena campaña nadie quiere estar asociado con Dina Boluarte. Podría ocurrir que, si fuera necesario retirarla para que los partidos aparezcan como opositores o como actores higiénicos, lo hagan sin miramientos.
¿Aun en plena campaña electoral?
Sí, incluso en plena campaña. Hay que recordar los precedentes. Valentín Paniagua asumió a fines de noviembre de 2000 y las elecciones fueron en abril de 2001. Francisco Sagasti también fue un presidente de transición; estuvo solo ocho meses. Ahora no tenemos a un Paniagua ni a un Sagasti, tenemos a Jerí. Y muchos políticos —seguramente la mayoría— quisieran tener la banda presidencial, así sea como Merino, por cinco días. Nuestros políticos son minimalistas: como no pueden conseguir cosas por mérito, esfuerzo o capacidad, buscan ganar todo lo que puedan en poco tiempo.
¿Qué podrías rescatar del extenso mensaje a la Nación que dio el 28 de julio?
Es curioso, porque el mensaje presidencial, aunque debería dirigirse al país, en realidad fue para el Congreso. La ciudadanía no escucha cuatro o cinco horas de discurso. Nadie lo hace, ni siquiera quienes están atentos a la política. Además, el discurso fue una lista interminable, un listado de lavandería, como se dice. No tenía dirección política, ni narrativa, ni horizonte.
Y aun así más de la mitad de congresistas se retiraron del Hemiciclo
Es que hemos llegado a un punto en el que ya no solo se critica a Dina Boluarte, sino que se ha perdido totalmente el respeto a la figura presidencial. Antes, incluso criticando al presidente, se mantenía cierto nivel de respeto institucional. Con ella eso ya no existe. Y eso, por supuesto, daña su imagen, pero también daña al cargo. En nuestro sistema no hay una separación entre jefe de Estado y jefe de Gobierno. Los presidentes encarnan ambos roles. Por eso la deslegitimación total de la figura presidencial es tan grave.
EL PROCESO ELECTORAL Y LAS ESTRATEGIAS DE LOS PARTIDOS
Estamos entrando en plena carrera electoral. ¿Qué tendencias podemos esperar en este contexto?
Las elecciones siempre canalizan tensiones y pasiones. En ninguna parte de América Latina, en lo que va del siglo, ha ganado un candidato asociado al partido de gobierno. Siempre ganan los opositores. El problema en Perú es que no hay una oposición clara, porque el Congreso —que se supone es el contrapeso— es parte del bloque que sostiene al gobierno, aunque de igual modo necesitan aparecer como opositores. Y por eso van a decir: “nosotros vamos a arreglar tal cosa porque este gobierno hizo tal otra”. Se van a diferenciar, incluso exagerando, como hace el alcalde de Lima, que para marcar distancia hace referencia a Susana Villarán, aunque no tenga relación alguna con la actual gestión. Es absurdo, pero así funciona el relato político.
¿Cómo ves el panorama electoral con la implementación de la bicameralidad y tantos partidos inscritos?
Ahora mismo hay 38 partidos inscritos, incluyendo algunas alianzas. Esto significa que vamos a tener más candidatos que nunca porque ahora hay que elegir 130 diputados y 60 senadores. Además del presidente y el Parlamento Andino. Es decir, se multiplica la oferta electoral, y eso genera aún más confusión para los votantes. El cronograma es apretado. Las candidaturas se definirán recién el 23 de diciembre. Antes vendrán las primarias, mal llamadas así porque en realidad todo se va a decidir por delegados. Es decir, los dirigentes partidarios tienen el control total de los partidos. Todo lo avanzado en la reforma electoral ha sido abandonado.
¿Qué supone para las candidaturas esta oferta multitudinaria?
Los partidos conocidos ya hacen campaña: Fuerza Popular, APP, Renovación Popular. Lo hacen desde hace tiempo. Usan sus alcaldes, sus redes, sus estructuras. El alcalde de Lima, por ejemplo, hace campaña todo el tiempo. Lo del tren era puro proselitismo que, además, violaba las normas de neutralidad. Fue absurdo y vergonzoso. Los partidos nuevos, en cambio, tendrán todo nuevo: símbolo, nombre, color, candidatos. Nadie los conoce. Y, salvo excepciones, no se vota por quien no se conoce. En los medios o en círculos politizados se habla de ellos, pero ante más de 27 millones de electores, la gran mayoría se guiará por el reconocimiento. Por eso en las encuestas aparecen Keiko, López Aliaga, Carlos Álvarez.
La nueva cédula electoral será gigante, ¿qué supone esto para el ejercicio democrático del voto?
Va a ser inmensamente larga y ancha. Donde antes había tres columnas, ahora habrá cinco: presidente, diputados, senadores por circunscripción múltiple, senadores por circunscripción nacional, y Parlamento Andino. Cada uno con voto preferencial. Explicarle a un elector en 30 segundos cómo votar en esa cédula es imposible. ¿Te imaginas explicar eso? Va a ser un caos. Y en el caos, ganan los conocidos. Es la paradoja: los más rechazados son los que tienen más posibilidades de repetir.
En tu experiencia, ¿qué retos plantea esta complejidad para el electorado? ¿Es más o menos probable que haya racionalidad en el voto?
El criterio con el que vota buena parte de la ciudadanía es muy difícil de identificar. Y ahora, con una cédula tan complicada, lo que va a pasar es que muchos votarán por presidente y dejarán en blanco o se confundirán con lo que sigue. Se verá una tendencia: conforme se pasa de una columna a otra, disminuirán los votos válidos y aumentarán los blancos o nulos. Ya ocurrió en 2021: los votos nulos y blancos en la primera vuelta superaron a los votos que obtuvieron Keiko y Castillo. Se dice que cada elección es una oportunidad. Pero también somos el país de las oportunidades perdidas. Lo más probable es que repitamos lo mismo. O incluso que empeoremos.
Hay quienes consideran que la existencia de tantos partidos es reflejo de la pluralidad, de la democracia
No necesariamente. Desde Fujimori se instaló la idea de que cualquiera puede ser presidente. Él demostró que no era necesario hacer carrera política. Y después hemos tenido a Toledo, Humala, PPK, Pedro Castillo, Dina Boluarte… Todos entraron en política para postular, no antes. No hicieron carrera en ningún partido. Eso generó un fenómeno: los partidos se convirtieron en vehículos electorales, cascarones que se alquilan. Alguien me dijo hace poco que casi todos los partidos inscritos ya son, en sí mismos, alianzas. Es decir, grupos sin cohesión interna. No los une nada, salvo quizá un pequeño núcleo fundador. Y si ya de por sí no tienen nada, al juntarse con otros igual de débiles, lo que se multiplica es la fragmentación. En las alianzas, lo único que importa son las candidaturas. No los programas, no las ideas. Todo se negocia. ¿Quién va primero en la lista? ¿Quién será candidato presidencial? Así se hacen las repartijas. Sin transparencia, sin competencia interna, a dedo.
En ese sentido, también habrá quien diga que la posibilidad de que cualquiera pueda ser elegido es también una señal de que la democracia funciona…
En teoría suena bonito, pero en la práctica eso juega en contra de la democracia. Se ha instalado la idea de que cualquiera puede ser político. Y eso no es cierto. Este Congreso es el Congreso de los amateurs. Solo seis congresistas tenían experiencia previa en un cargo de representación. El resto vino a aprender, o ni eso. Muchos no han entendido qué significa hacer política. Para la mayoría, su cargo es simplemente una fuente de beneficios personales. Antes, con todas sus fallas, los partidos eran filtros. Tenían controles internos, cierta exigencia. Ahora ya no. El 45% de los congresistas se ha salido de su bancada. No hay vínculo entre electo y partido. Votamos a ciegas.
Los últimos años el Perú ha revalorado la figura del vicepresidente, ¿no? ¿Qué crees que puede significar esto para la formulación de planchas electorales?
Creo que ha quedado en evidencia que se vota por una fórmula presidencial, y que esto debería significar que el presidente y los vicepresidentes deberían tener el mismo norte. Sin embargo, ha quedado demostrado que, si el presidente deja el cargo por cualquier razón, el vicepresidente puede hacer un gobierno completamente distinto. Ha pasado varias veces. Se vota por un partido, y gobierna otro. Es una de las grandes paradojas del Perú. Pero esto que hemos vivido debería obligar a pensar muy bien la formulación de las planchas presidenciales, porque ese segundo puede estar esperando que caigas, o puede ayudarte a caer. El vicepresidente se ha convertido en un actor político con poder real, y antes no era así.
Dada la complejidad del nuevo sistema, ¿cuánta pedagogía necesitamos para esta elección con bicameralidad?
Mucha. Muchísima. La última vez que hubo una votación por un sistema bicameral, éramos cerca de 12 millones de electores. Ahora somos 27 millones y medio. Es decir, el 60% del electorado no tiene ninguna referencia previa. El problema es que el elector promedio no está atento. Le va a interesar esto recién en verano. Y a muchos, solo el día de la elección. Entonces, los más vulnerables son justamente los que no siguen la política. Y ellos son el público objetivo perfecto para las fake news, la manipulación, los discursos fáciles.
¿Están preparados los organismos electorales para enfrentar una campaña marcada por la inteligencia artificial y las noticias falsas?
No del todo. Ya en 2021 se formaron comités de verificación de hechos (fact-checking), pero van un paso atrás. Como en ciberseguridad: tú cierras una puerta y te abren otra. Si una noticia falsa se difunde y luego la corriges, puede que 30 personas de cada 100 se enteren. Pero las otras 70 ya la creyeron. Y la siguen compartiendo. Además, muchas veces no se puede identificar al autor. No será el candidato quien difunda el bulo, sino sus trolls, páginas falsas, cuentas anónimas. El JNJ no puede sancionar a alguien que no puede identificar. Y del otro lado, si hay algo que es cierto, igual dirán que fue manipulado por IA. Ya lo hacen. Usan esa excusa. Entonces, la IA sirve tanto para atacar como para defenderse de lo verdadero. Es muy complicado.
¿Qué podría hacerse para evitar una catástrofe democrática?
Lo mínimo: coordinación. Si los organismos electorales actúan cada uno por su lado, serán débiles. Lo mismo con la sociedad civil: ONGs, academia, medios, incluso empresariado. Todos deberían articularse. Pero lo que suele pasar es que cada uno hace lo suyo, por separado. Y así, los esfuerzos se diluyen. Nunca hemos vivido una elección tan compleja, y no estamos preparados. Y si no actuamos juntos, con fuerza y con claridad, no lo vamos a estar.
(*) Responsable de prensa del IDEHPUCP