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Opinión 17 de abril de 2017

“Johanna es, en efecto, una de aquellas personas que observa el mundo a través de una mirada intensamente creativa y hasta se podría decir que no podría ver de otra manera el mundo. Esta cualidad, por cierto, no consiste en esa idea ingenua de que todo es bello sino más bien que todo puede ser comprendido desde un punto de vista artístico. Es así cómo lo prosaico, lo imperfecto, la huella de una desgracia o de una iluminación, en fin, cualquier experiencia que nos asalta en el día a día, pueden ser transformados en cuestionamientos estéticos.

Hay una famosa sentencia que define a la literatura como “una pregunta sin la respuesta”. De modo general, toda obra de arte propone preguntas sobre el mundo y deja en suspenso la necesidad o la posibilidad de una respuesta. Johanna trabaja inteligentemente con dicha premisa, de modo que para ella la tarea del arte no es moralizar, no es responder, no es definir cómo debe ser el mundo sino abrirse a sus posibilidades, que transcurren en la dimensión del tiempo.

Ello explica que sus esculturas hagan énfasis en la estructura incompleta, en proponer una mirada desde lo imperfecto pero no como limitación sino como punto de inicio para la reflexión y la acción. Muestran así lo que “futurus” significaba para los latinos: “lo que está por ser”: Esas vértebras humanas que asemejan mecanismos artificiales, esos vientres hinchados aparecen como huellas de un tránsito entre el presente y el pasado y cuyo camino no está definido. La anatomía es así, por un lado, una materia biológica pero también una forma que evoca la obra de ingeniería, lo que nos expone ante el tránsito entre naturaleza y cultura.

Cuando aparecen rostros, estos no están detenidos en una emoción. Más bien están por manifestarse, como la expresión de alguien que al nacer se expone por primera vez a la luz, a la mirada de los otros y a la suya propia. Las figuras de Johanna están siempre en disposición de decirnos algo, en situación de emerger o de transitar.

Esta condición de posibilidad que observamos en la obra de la artista crea incertidumbre y tensión. Nunca está claro lo que ocurrirá. La artista no quiere conferirles a sus personajes un destino. Ello hace que la obra de Johanna sea tan inquietante y eche raíces en nuestros dramas cotidianos que son también los de la permanente elección que obsesionaba a los existencialistas, esa decisión infinita entre “lo uno o lo otro” sobre la que reflexionó Kierkegaard y que siempre constituye una cuestión moral que va definiendo el ser en su camino.

Amigos y admiradores nos reunimos hoy para expresarte nuestro cariño y agradecer tu obra de belleza que es, como escribió John Keats,”es una alegría por siempre”.

Johanna:

Gracias por tu amistad y por la belleza que tu obra nos prodiga”.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República.

(17.04.2017)