El pertenecer a una familia acomodada no le impidió abrazar desde muy joven la causa de los más débiles. En ese sentido, Diez Canseco rechazó cualquier forma de determinismo de clase. La experiencia de una grave y temprana enfermedad le permitió asumir una actitud empática con las personas que sufren y que tienen que lidiar con situaciones profundamente adversas. En su juventud –según propio testimonio– vivió un tiempo con los Hermanos de Foucauld. Pese a no compartir las creencias religiosas de esta congregación, valoró profundamente esta experiencia de austeridad y solidaridad. Estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP y destacó como líder estudiantil. La militancia política lo llevaría a ser miembro de la Asamblea Constituyente y luego a ser varias veces congresista de la República.
La participación de la izquierda en los procesos políticos a partir de 1980 supuso un paso decisivo en el camino de reflexión en torno a la importancia de los principios representativos de la democracia, la praxis ciudadana y la cultura de los derechos humanos en la construcción de una sociedad libre y justa. Diez Canseco concentró su trabajo parlamentario en la defensa de los derechos de los trabajadores, participó asimismo en la investigación de casos de corrupción y violaciones de los derechos humanos durante el conflicto armado interno. Se convirtió en firme opositor del régimen autoritario de la década de los noventa, actuando al lado de representantes de otras organizaciones políticas y movimientos sociales que combatieron esa autocracia y promovieron la formación de un gobierno de transición.
La trayectoria de Javier Diez Canseco pone de manifiesto un tipo de vocación política que resulta controvertida e infrecuente de cara a la historia reciente del Perú. Se trata del propósito de reconstruir el vínculo entre la ética y la función pública: la política concebida como una forma de servicio al ciudadano y de compromiso con el bien común; un tipo de actividad compatible con las exigencias de la integridad personal y la lealtad a un proyecto colectivo, que anteponga los principios a la prebenda, en fin, una práctica compartida que se nutra del diálogo con los potenciales destinatarios de las reglas e instituciones que puedan desarrollarse en una sociedad crítica, sensible y democrática.
Diez Canseco pasó por las aulas de la PUCP y hay que decirlo: el amor y el conflicto constituyeron elementos fundamentales en la historia de su vínculo espiritual con la Universidad. Fue un alumno dedicado a la vez que un connotado dirigente estudiantil. Su nombre está asociado con el intenso debate intelectual en torno al país a inicios de los años setenta en el seno de la universidad. Recientemente participó con singular entusiasmo en diversas actividades en las que se planteó la necesidad de defender la autonomía y la pluralidad constitutivas de esta casa de estudios. Su coherencia personal y su solidaridad con los pobres y con las minorías constituyen un ejemplo para la ciudadanía y para la comunidad universitaria. La PUCP en tal sentido lo reconoce como uno de los suyos.