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Notas informativas 5 de agosto de 2025

Por Laura Rivera (*)

¿Qué ocurre cuando el derecho a tener derechos se desvanece? Con esta pregunta como punto de partida, el lunes 4 de agosto se desarrolló la mesa “El derecho a tener derechos humanos”, en el marco del ciclo de conversatorios Pensar es peligroso, organizado en torno al legado de Hannah Arendt. Participaron la historiadora Cecilia Méndez (University of California, Santa Bárbara), la literata Carla Sagástegui (PUCP) y el filósofo Ariam Vilcarino (PUCP), quienes, desde sus respectivas disciplinas, trazaron un mapa de urgencias contemporáneas a la luz del pensamiento arendtiano.

Aunque escrita a mediados del siglo XX, Los orígenes del totalitarismo —obra fundamental de Arendt— conserva una inquietante actualidad. Arendt no solo denunció las condiciones históricas del totalitarismo, sino que advirtió los peligros latentes en cualquier sociedad que reduzca al ser humano a una existencia desnuda, sin derechos.

El riesgo de pensar

Carla Sagástegui, doctora en literatura y profesora del Departamento de Humanidades de la PUCP, abrió su intervención destacando la pertinencia del título del ciclo: Pensar es peligroso. Para ella, “estamos en tiempos totalitarios”, marcados por el retorno de la censura, la amenaza al pensamiento crítico y el retroceso de derechos que creíamos conquistados. En este contexto, Hannah Arendt aparece como una guía para preguntarnos: ¿realmente son nuestros los derechos humanos?

Sagástegui propuso una revisión histórica de los derechos, desde su carácter elitista en la antigüedad hasta su teórica universalización en la modernidad. Recordó que Arendt, lejos de idealizar esa universalización, denuncia su paradoja: en un mundo regido por el Estado-nación, los derechos solo existen si hay una estructura legal que los garantice. “Cuando dejamos nuestro país y salimos de su sistema legal, ¿nuestros derechos siguen vigentes?”, preguntó. La experiencia de personas migrantes o desplazadas, añadió, demuestra que no: los derechos humanos no son incondicionales, sino que dependen de pertenecer a una comunidad política concreta.

Así, Sagástegui resaltó una de las tesis centrales de Arendt: los derechos humanos requieren más que declaraciones formales; necesitan instituciones y marcos legales capaces de protegerlos. “El peligro actual —advirtió— es que se renuncie justamente a esos marcos, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que protege a los peruanos incluso fuera del país”. Renunciar a estos espacios, concluyó, equivale a aceptar que nuestros derechos pueden dejar de ser nuestros.

De lo abstracto a lo político

Por su parte, Ariam Vilcarino, bachiller en Humanidades con mención en Filosofía por la PUCP, abordó críticamente el carácter abstracto con el que a menudo se entiende a los derechos humanos. Para Arendt, explicó, el verdadero problema no está en la idea de derechos universales, sino en que no siempre hay una comunidad que los respalde. “Los derechos del hombre habían sido definidos como inalienables porque se suponía que eran independientes de todos los gobiernos; pero resultó que, en el momento en que los seres humanos carecían de su propio gobierno, no quedaba ninguna autoridad para protegerles”.

A partir de este vacío, Arendt formula su célebre idea del derecho a tener derechos: el derecho fundamental de toda persona a pertenecer a una comunidad política que reconozca su humanidad y la proteja. Para Vilcarino, esta afirmación tiene una enorme fuerza en el presente. “La modernidad piensa al ser humano como un individuo aislado, autónomo, desvinculado de las tradiciones y la comunidad”, explicó. Pero Arendt —desde un pensamiento aristotélico— sostiene lo contrario: el ser humano solo se realiza en relación con otros, en un espacio compartido de acción, palabra y responsabilidad.

Esta crítica lleva a Arendt a reivindicar lo político no como dominio exclusivo de los expertos o los gobiernos, sino como el espacio común donde todas las personas pueden actuar y ser escuchadas. “Aquellos que se desentienden de la vida pública —recordó Vilcarino citando a Aristóteles—, en la tradición griega, eran considerados deficientes: o eran dioses, o bestias”.

La exclusión como violencia política

Cecilia Méndez, historiadora y profesora en la University of California, Santa Bárbara, centró su intervención en el vínculo entre la pérdida de derechos y la práctica de la desnacionalización, es decir, el despojo de ciudadanía como antesala de la exclusión absoluta. A través del caso del nazismo, recordó cómo antes de exterminar a los judíos, el régimen les quitó la nacionalidad para que no pudieran ser acogidos por ningún otro país. “Antes de quitarles el derecho a la vida —señaló Méndez—, les quitaron el derecho a tener derechos”.

La desnacionalización, advirtió, no es solo un hecho del pasado. Hoy vuelve con fuerza en distintas partes del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, políticas recientes han revivido mecanismos de exclusión legal y simbólica contra migrantes hispanos. En Palestina, la destrucción sistemática del territorio y la negación del Estado son, también, formas de despojo político. Y en el Perú, Méndez identificó una forma simbólica de desnacionalización en el uso del terruqueo, que funciona como una herramienta para expulsar a ciertas personas del espacio legítimo de la política. “

Desde esta perspectiva, los excluidos de hoy —los migrantes, los pueblos desplazados, los considerados enemigos internos— cumplen el mismo papel que los apátridas del siglo XX: son los “sobrantes del mundo”, personas despojadas de protección y cuyas vidas pueden ser descartadas con total impunidad.

Un pensamiento que interpela el presente

Lejos de ser una autora del pasado, Hannah Arendt se revela como una pensadora urgente para el presente. Su crítica a la fragilidad de los derechos humanos sin respaldo político, su denuncia a la deshumanización en nombre de la ley, y su defensa del diálogo como condición de lo humano resuenan hoy en día.

Las intervenciones de Méndez, Sagástegui y Vilcarino dialogaron no solo con la obra de Arendt, sino con un mundo donde la violencia del despojo —material, político y simbólico— amenaza con normalizarse. Frente a ello, pensar sigue siendo peligroso, sí, pero también imprescindible.

Como recordó Arendt, “el mundo es uno, y los apestados de un país son los apestados de otro”. La tarea —nos dicen estas voces— es construir un mundo donde nadie sobre. Un mundo donde, más allá de discursos y declaraciones, todos tengamos realmente el derecho a tener derechos.

(*) Miembro del área de Comunicaciones del IDEHPUCP