Por Sharún Gonzales (*)
La respuesta corta es no. Transcurridos casi 20 años desde la creación del Día de la Cultura Afroperuana, es posible notar que tener esta fecha ha sido de ayuda para la sociedad peruana, pero no ha sido suficiente. Interacciones públicas recientes[1] nos han mostrado que el debate en el Perú sobre los afrodescendientes y los problemas que les atañen aún no ha calado. Y es que no se puede detectar y comprender esos problemas si se continúa haciendo visible a la población afroperuana únicamente desde lo cultural.
Al decir que no necesitamos un mes de la cultura afroperuana no cuestiono la duración ni la relevancia de dedicar un mes a la presencia afrodescendiente en el Perú. Me interesa debatir el énfasis en los afrodescendientes como cultura. Así, surgen preguntas como ¿qué es la cultura afroperuana? y ¿qué implica que haya un mes dedicado al tema?
Culturalmente, no diría que los afroperuanos han sido marginados. Por el contrario, las expresiones culturales de los afrodescendientes en el Perú han sido asimiladas al punto tal de disolverse dentro de lo que es conocido como cultura criolla o peruana en general. Esto ha llevado a una invisibilización de los aportes de este grupo a la cultura peruana, pero no a una exclusión de los mismos. Las manifestaciones gastronómicas, musicales, religiosas e intelectuales como los picarones, el festejo, el Señor de los Milagros y las cumananas han sido y continúan siendo tratadas como parte de la cultura peruana. Así considerado, un mes de la cultura afroperuana sirve para visibilizar lo que históricamente ha pasado desapercibido o se ha dado por sentado. No se trata de segregar las manifestaciones culturales, sino de reconocer el aporte que los grupos tradicionalmente discriminados han tenido a la construcción de nuestra identidad como peruanos.
Esto puede servir como un argumento para que las necesidades de un pueblo sean atendidas debido a su aporte: “hjemos contribuido a construir la nación, entonces es justo que se atiendan nuestros derechos”. Pero el debate podría estar quedando limitado a la celebración de los afroperuanos en las artes y el folklore, sin incluir un reconocimiento del problema de fondo que son las desigualdades estructurales. Nos hace falta hacer esa conexión entre un grupo de personas que estamos acostumbrados a ver cantar, bailar, zapatear de manera extraordinaria y las condiciones de vida que experimentan. Aún es un desafío para nuestra sociedad comprender que hablar de tales desigualdades no es una forma de victimización, sino el señalamiento de una realidad latente. La pertenencia étnico-racial, de acuerdo a la información censal, aún juega un rol en determinar quiénes vamos a la universidad, dónde trabajamos y nuestra posibilidad de escapar de la pobreza.
Hay hoy más peruanos dispuestos a asistir a un concierto de alguna artista afroperuana que a un conversatorio sobre el impacto de la representación mediática en la construcción de estereotipos étnico-raciales. El vínculo entre ambas es aún ininteligible. Si bien he observado que el segundo grupo va en aumento en los últimos años, también es escandalosa la banalidad con la que se tocan estos temas en el espacio público.
Para ser justos, la ley 28761 que declara el 4 de junio de cada año como el Día de la Cultura Afroperuana tenía como objetivo precisamente visibilizar y reconocer el aporte de los afroperuanos a la identidad nacional. La fecha se eligió haciendo referencia al onomástico de Nicomedes Santa Cruz Gamarra, quien este año cumpliría 100 años y cuyo legado continúa sorprendiéndonos.
El mes como tal se instauró tiempo después, en el 2014, mediante la resolución N° 182-2014-MC del Ministerio de Cultura. Así, el mes de junio pasó a ser un período en el que se realizan “actividades destinadas a facilitar el acceso masivo de la población a un conjunto de actividades que el Ministerio de Cultura promoverá́ para el conocimiento y valoración de los aportes de la población afroperuana a la constitución de nuestra Nación; asimismo, se desarrollarán actividades de promoción de derechos de los integrantes de esta población y, jornadas de reconocimiento de sus valores en función a su identidad cultural como parte de la sociedad peruana”. Queda aquí explícita la intención del Estado de ampliar el ámbito de acción más allá de lo cultural para hablar de promoción de derechos. Pero, ¿cuántos peruanos hemos leído esa o cualquier otra resolución ministerial?
El Perú, al reconocer oficialmente a junio como mes de la cultura afroperuana se inscribió entre los países que cuentan con un mes dedicado a sus poblaciones afrodescendientes. En Brasil existe el mes de la conciencia negra; en Colombia, el mes de la herencia afrocolombiana y en Honduras, el mes de la herencia africana en Honduras. Estados Unidos y Canadá celebran el mes de la historia afroamericana. Esta tendencia esboza un interés común por dar un espacio a conversaciones pendientes. También muestran una variedad en el abordaje: “conciencia”, “herencia” o “historia”. Es posible que “cultura”, en nuestro caso, limite la capacidad de posicionar cuestiones sociales, políticas y económicas que aún son normalizadas o malentendidas.
Los peruanos necesitamos en realidad un mes —o tal vez algunas décadas, por lo menos— para reflexionar sobre las desigualdades históricas que llevan a que diferenciemos entre grupos étnico-raciales para explicar, por ejemplo, que algunos peruanos sean más vulnerables a la pobreza que otros. Es un problema que todavía tengamos que utilizar términos raciales para explicar la realidad. Es aún más grave que la raza continúe siendo una forma de clasificar a las personas y que eso se traduzca en múltiples desigualdades.
(*) Docente del Departamento Académico de Comunicaciones de la PUCP.