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13 de septiembre de 2022

Escribe: María Eugenia Ulfe (*)

Este 12 de septiembre de 2022 se cumplieron 30 años de la captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso. Aun recuerdo el momento de la captura: una fiesta de estudiantes de Ciencias Sociales y un querido amigo que llega corriendo a contarnos que habían capturado a Guzmán. Suspendieron la música para escuchar la radio y al oír la noticia celebramos y saltamos de alegría. Para la generación que creció en medio de una guerra, el momento fue de algarabía. Sostengo brevemente, sin embargo, que la captura de Guzmán nunca llegó a convertirse en un acontecimiento, esto es una apertura que se resuelve como un proceso de fijación de sentido, de estabilización del significado de aquello que se constituye en un hecho[1]. Alain Badiou lo explica en relación con la historización, esto es, con el proceso involucrado en el hacer legible y comprensible una secuencia errática e inconsistente de hechos, objetos y situaciones. Es decir, se trata de otorgarle una lógica, un orden y una estructura a situaciones que no la tienen per se, que exceden la comprensión humana, y que la adquieren sólo cuando se organizan selectivamente y se incluyen en una secuencia que se afirma en dos movimientos: la presentación de los hechos, y la re-presentación de los mismos como acontecimiento.[2] Mirando en retrospectiva, el 12 de septiembre de 1992 no significó el quiebre en ningún campo de saber; tampoco emergió de ese hecho ninguna verdad diferente. Mauricio Lazzarato explica que “(e)l acontecimiento muestra lo que una época tiene de intolerable, pero también hace emerger nuevas posibilidades de vida”[3]. Es decir que el acontecimiento revela la existencia de una problemática, de una tensión alrededor de un tema que puede ser redefinido, resignificado. Sitúa la pugna y la hace visible. Es más, si lo pensamos bien la presentación del prisionero en traje a rayas muestra la existencia de una problemática -la guerra-, de una situación de tensión alrededor del tema, pero esta imagen que perdura en el tiempo no hizo sino fijar estereotipos de cómo debían lucir los senderistas.

La captura ha sido, efectivamente, un momento importante de nuestra historia reciente. Es uno de los episodios más representados en cine, por ejemplo. En algunas películas se celebra el hecho y la heroicidad del equipo policial que la realizó, el GEIN; en otras se romantiza la figura de la bailarina en la historia; en otras más, se entrelaza una historia de amor entre policías y la captura de Guzmán. El hecho salta al relato con los escritos que hay; por ejemplo, el de Benedicto Jiménez. Y también ha sido parte de la exposición llevada a cabo en el 2017 en el Congreso de la República para conmemorar los 25 años de la captura. En esta exhibición se propuso una relación interesante entre crecimiento económico neoliberal y la captura de Guzmán utilizando como motivo una fotografía del edificio del hotel Westin en San Isidro.

El punto que quiero resaltar es que la captura no significó ningún quiebre porque los temas ya urgentes entonces, como el restablecimiento de lazos entre sociedad y Estado o la reforma de instituciones como la de justicia o de la propia policía y las fuerzas armadas, continúan pendientes. Las disputas por los términos –por ejemplo, si se denomina al periodo como un conflicto armado interno, como una guerra o como la época del terrorismo– siguen en pie. Es más, estas disputas se han acentuado en estos últimos tiempos, han tomado nuevas formas y ribetes: el cinismo y los intentos de tergirversar los significados de las palabras ganan terreno. Lo mismo que la violencia, que ya no queda solo expresada a través de las palabras sino también de los actos: son recurrentes la vandalización del Ojo que Llora, la manipulación de imágenes, y el daño que se hace a honras y personas. Una reacción a ello es el repliegue: este año las conmemoraciones por la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación se dieron en espacios más íntimos y con poca divulgación.

El retroceso en materia de derechos es grande es este momento de polarización y crisis política. Contaré un incidente reciente que hasta hoy llama mucho mi atención por los actores involucrados. El 30 de agosto se celebra el día internacional de los desaparecidos. La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad. Al 31 de julio de 2021, existen 21,918 personas desaparecidas durante el periodo de violencia 1980-2000 registradas en el Registro Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (RENADE) de la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. El 30 de agosto coincide con la celebración por el día de Santa Rosa de Lima, es el día de la policía y también del neumólogo peruano. También es el día internacional del tiburón ballena, aunque en el Perú esas fechas no tienen mucha acogida. El 30 de agosto es feriado nacional, sobre todo por Santa Rosa de Lima, patrona de Lima y las Filipinas.

Quizás sea tiempo de pedir a todos los actores involucrados que nombren los lugares de entierro o las fosas comunes, que ubiquen sus locaciones, que entreguen los nombres de quienes estuvieron destacados en zonas de emergencia o participaron en acciones armadas.

El 26 de agosto el presidente Pedro Castillo envió un proyecto de ley al Congreso para que ese día también se conmemorase a nuestros desaparecidos, siguiendo la pauta del derecho internacional. Se señala que “la propuesta tiene la finalidad de preservar la memoria, sensibilizar a la población gerenal, y a las autoridades y trabajadores públicos sobre la problemática de las personas desaparecidas durante el mencionado periodo de violencia; y contribuir a la prevención de desapariciones y al esclarecimiento de los hechos ocurridos para los familiares de las víctimas y la sociedad peruana”[4]. Según el texto, “el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, mediante la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas”, sería el encargado de desarrollar -en el marco de esa conmemoración- “las actividades de visibilización, reconocimiento, valoración y sensibilización sobre la desaparición de las personas ocurrida durante este período”[5].

Dos cosas llaman mi atención: la primera, la necesidad, tanto tiempo después, de seguir intentando conmemorar y así responder a una deuda pendiente con familiares que buscan a sus desaparecidos, víctimas de un delito que, como registra el Informe final de la CVR, fue cometido por miembros del Ejército, la Marina, Sendero Luminoso, Grupo Colina… No se entiende hasta cuándo serán necesarios estos esfuerzos por visibilizar y dar cuenta de la desaparición forzada que tantas familias ha destruido. La desaparición de personas devasta vidas, y continúa hoy en la forma de trata de personas, asesinatos selectivos de líderes, guardianes de bosques y mujeres, que son el grueso de la población que más la padece.

La segunda cuestión llamativa es el pequeño debate público, que pasó casi inadvertido ante el caudal de escándalos políticos cotidianos. Se emitieron comunicados en contra del proyecto de ley desde la Conferencia Episcopal Peruana y la Policía Nacional del Perú sin que se mencione el término desaparecido -ni siquiera por solidaridad, conmiseración, respeto o empatía. El joven congresista Alejandro Cavero señaló que no se debe decir violencia sino terrorismo[6]; la congresista fujimorista Rosangella Barbarán señaló que cualquier pedido desde el Ejecutivo es archivado[7]; y el exalmirante Jorge Montoya, también congresista, escribió lo siguiente: “… Aniquilaban a comunidades campesinas enteras. Violaban a mujeres y sacaban de sus vientres a sus bebés. Quemaban vivos a todos los que no querían seguirlos. Coches bomba, cárceles del pueblo, secuestros, asesinatos. Asesinatos selectivos a los altos mandos de las FFAA y PNP que firmemente tomaban decisiones acertadas para acabar con la insania terrorista”. Leamos entrelíneas: “que firmemente tomaban decisiones acertadas para acabar con la insanía terrorista”[8]. El vale todo como estrategia y, de alguna manera, la admisión de hechos de sangre.

Quizás sea tiempo de pedir a todos los actores involucrados que nombren los lugares de entierro o las fosas comunes, que ubiquen sus locaciones, que entreguen los nombres de quienes estuvieron destacados en zonas de emergencia o participaron en acciones armadas. Por sobre todas las cosas, es tiempo de que se conozca la historia del país para que el momento de hace 30 años, esta captura tan celebrada cinematográficamente, se reinscriba realmente como un acontecimiento, como un momento capaz de cambiar el sentido de la historia en la real búsqueda de la verdad, la memoria y la no repetición.


(*)Profesora principalDepartamento de Ciencias Sociales PUCP

[1] Badiou, A. (2005). Being and Event. Nueva York: Continuum, p. 191.
[2] Ibid, p. 94-99.
[3] Lazzarato, M. (2017). Políticas del acontecimiento. Buenos Aires: Tinta Limón, p. 46.
[5] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Op.Cit.