A continuación reproducimos el artículo publicado este domingo en el diario La República:
Humanismo y educación (*)Por Salomón Lerner Febres
La novela Los motivos de Aurora, del austriaco Erich Hackl, relata una perturbadora historia extraída de la realidad. A inicios del siglo XX, una pueblerina española llamada Aurora Rodríguez viaja a Madrid para tener un hijo. En las afueras de esa ciudad elige, como quien busca un padrillo, un hombre saludable y perspicaz que le sirva de “colaborador biológico”. La niña así concebida –su nombre es ya un proyecto de vida: Hildegart, jardín de sabiduría– crece en un ambiente deliberadamente propicio para el cultivo de su inteligencia, rodeada de profesores e institutrices particulares. A los trece años ya es estudiante universitaria; a los quince, líder anarcosindicalista y escritora feminista… Una mañana Aurora aparece, compungida y silenciosa, en las oficinas de una comisaría: ha matado a su hija porque “ya no podía controlarla”.La novela tiene como trasfondo los años de miseria anteriores a la Guerra Civil Española y el influjo que lograron tener los socialistas utópicos del XIX, mas su fábula es también el eco de una idea nacida de los filósofos griegos y retomada más tarde por los enciclopedistas franceses: la del poder de la educación para transformar al hombre y sus sociedades.
“Información no es formación: los datos no se transforman en conocimiento sólido de la noche a la mañana. Para que ello ocurra se requiere de una capacidad crítica”
Es sabido que la civilización industrial, que paradójicamente nació del impulso individualista, dio origen a la sociedad de masas y, con ella, a la estandarización de todos los órdenes de existencia: económicos, políticos, culturales y, desde luego, los de la enseñanza. No resulta extraño, entonces, que la realidad, y acompañándola la literatura, nos ofrezca un personaje extremo como Aurora, quien se rebela contra lo establecido e intenta, sin éxito, forjar al hombre nuevo liberando a su hija de las severas limitaciones de una instrucción gregaria.
¿Ha cambiado en algo hoy el sistema educativo que, a su modo, esta novela denuncia? No para bien, desgraciadamente. Hoy que vivimos la llamada era postindustrial o tecnológica, la masificación y la estandarización de la educación no ha humanizado ni socializado al estudiante. En nombre de la globalización se ha instaurado la simplificación de los contenidos educativos impartidos en todos los niveles, sobre todo el universitario, con el fin de crear un modelo estándar de ciudadano capaz de adaptarse productivamente a la economía de mercado. Con ello queda implícitamente soslayado cualquier intento de política educativa que promueva una mentalidad crítica y contestataria al no ser considerada un “capital humano” útil.
Esta devaluación se halla reforzada por el imperio de los medios, en particular de la televisión y la Internet. Es indudable que ahora el hombre promedio cuenta con mayores recursos para estar informado, pero también lo es que información no es formación: los datos no se transforman en conocimiento sólido de la noche a la mañana. Para que ello ocurra se requiere de una capacidad crítica, la que, pienso, encuentra su mejor desarrollo a través de una educación humanista.
«De lo que se trata es que el hombre de las nuevas generaciones adquiera a través de la educación una perspectiva crítica que le permita desplegar sus facultades esenciales»
Hoy el humanismo parece un concepto caduco y si se lo invoca es solo para incurrir en el lugar común. Pero quien tiene contacto con él, sabe que frecuentar la literatura, la filosofía o la historia resulta indispensable para construir un espíritu cuestionador, ajeno a los dogmatismos y a los sectarismos, atento a los temas fundamentales de la existencia humana y listo a no perder la brújula en medio de cualquier contingencia engañadora. Son justamente esas disciplinas las que, retando nuestra inteligencia y convocando a nuestra sensibilidad, renuevan nuestra mirada, nos nutren de fundamentos éticos, nos dejan ver por encima de las brumas que levantan las ambiciones personales y las mezquindades materiales a las que pareciera conminarnos la sociedad moderna. Dejarlas de lado significaría condenarnos a un mundo plagado de especialistas en técnicas hiperespecíficas, pero mentalmente imposibilitados de poner en duda un orden en el que son meros engranajes.
Entiéndase, lo anterior no equivale a una imposible vuelta a los estudios renacentistas. Tampoco quiere decir que idealicemos a las humanidades, ni a los humanistas. Desde el fracaso de Platón en su utopía que propone a la polis dirigida por un rey-filósofo, hasta la atroz barbarie cometida por hombres ilustrados bajo la sombra de regímenes totalitarios, pasando por la insania terrorista de Abimael Guzmán, la historia brinda numerosos ejemplos de que, como afirma George Steiner, “las humanidades no humanizan”; idea que es reforzada también por la novela de Hackl. De lo que, en verdad, se trata es que el hombre de las nuevas generaciones adquiera a través de la educación una perspectiva crítica que le permita desplegar sus facultades esenciales, vislumbrar un norte propio en un mundo de permanentes transformaciones, y que de ese modo se convierta en el protagonista de su historia.(*) Artículo publicado en el diario La República el domingo 27 de marzo del 2011.