Una sociedad sin memoria abdica de su identidad perdiendo su esencia como grupo organizado. Sin embargo, si es consciente de su pasado construye un sólido camino. Salomón Lerner Febres, Presidente Ejecutivo del Idehpucp, opina al respecto.
Ahora bien, y esto ocurre por ejemplo en situaciones de violencia como la que desgraciadamente vivimos en las últimas décadas del siglo pasado, siempre existe como posibilidad teórica y como opción política el olvido. Pero, desde la perspectiva de la construcción de una democracia de ciudadanos, el olvido no es jamás un remedio sino un proceder agravante que profundiza el mal, porque en la actitud de aquel que finge que nada ha ocurrido se halla latente en el fondo una renuncia a la facultad de dar sentido. Preconizar el olvido implica escudarse en la indiferencia y traicionar así el principio de solidaridad que se encuentra en los cimientos de la vida civilizada. Es, en última instancia, aceptar una mirada frívola sobre el presente porque no se tiene el coraje de escarbar en sus raíces para, allí, intentar purificarlo.
Frente a ese olvido, el ejercicio intencional de la memoria aparece como la forma constructiva y honesta de hacer frente a aquello que nos ha causado daño y que ya no puede ser sustraído a la cadena inamovible de lo ocurrido. Esa memoria es, desde luego, un atributo individual. Cada uno de nosotros rescata de su pasado los hechos que resultan importantes para su propia historia de vida. Sin embargo, en el caso de las situaciones que nos han golpeado a todos, la memoria debe ser también colectiva. Así como el diálogo, en su necesaria pluralidad, funda la comunidad humana, ésta, en relación con su pasado, necesita también descansar sobre un legado de recuerdos compartidos.
Afirmar entre nosotros una conciencia que nos permita mirar más allá de lo inmediato y de los ánimos fugaces es una tarea que nos compete a todos (autoridades, padres de familia, intelectuales, medios de comunicación); sin embargo, el espacio insustituible para hacerlo son los sistemas de educación. Al ser la educación la principal fuerza socializadora en toda comunidad, es a través de ella que la población ha de adquirir y desarrollar una representación del mundo. Y dicha representación ha de incluir no solo a la Historia y al sentido que le podamos otorgar, sino a toda la constelación de valores, deseos y proyectos por medio de los cuales nos vinculamos con los demás.
Una de las funciones más poderosas que cumple la educación es la construcción de la democracia y, con ella, la de formar ciudadanos plenos, conscientes de sus derechos y de los ajenos, seres abiertos a la solidaridad, a la crítica y a la participación. Esa tarea se halla ligada, sin duda, al desarrollo de nuestra capacidad de entender el pasado y de incluirlo en la experiencia presente. Una memoria tal y como hemos de ejercerla –colectiva, permanente, reflexiva, enriquecedora- constituye pues una condición indispensable para hacer viable nuestra convivencia en el presente, y para asegurar nuestra supervivencia como nación civilizada.
>>Fuente: La República