La novedad de la empresa, en el modelo de desarrollo capitalista, reside en la magnitud que han alcanzado los negocios a escala global llegando a constituirse en una red mundial de interacciones para transformar, entre otros, sistemas políticos y proyectos de vida. Salomón Lerner Febres, Presidente Ejecutivo del Idehpucp, opina al respecto.
Ahora bien, al mismo tiempo que han cambiado las pautas de organización material o económica de nuestras vidas, se han producido otros cambios. Entre ellos las grandes transformaciones en el ámbito de la ética pública, y las convicciones morales colectivas, cambios que no han dejado de tocar las puertas del mundo de la economía.
En efecto, ya no es aceptable una separación radical entre economía y ética, hoy se exige una interpenetración más creativa y original, más difícil tal vez, pero no por ello menos necesaria, entre el espíritu empresarial orientado al lucro y una conciencia alerta a nuestra relación virtuosa con los otros. Me refiero a una concepción del actuar económico en el cual la legitimidad de los actos en la esfera de los negocios no solo depende de su desempeño ante el tribunal de la razón eficiente, sino también ante el tribunal de la racionalidad moral.
¿Qué ocurre en nuestro país? En los últimos tiempos hemos experimentado un notable crecimiento económico, pero ello, sin embargo, ha ido acompañado de conflictos e injusticias derivados frecuentemente del abuso económico y del sacrificio demandado a muchos para lograr un beneficio que alcanza a pocos. En efecto, para cantidad de peruanos, signos de adelanto y enriquecimientos en las grandes cifras, se traducen, irónicamente, en pérdidas inmediatas de sus modos de vida, y en la destrucción de su cultura.
Con frecuencia la incapacidad o el desinterés del Estado y de los agentes privados por comprender las consecuencias concretas de su acción en la vida de los demás han pretendido convertir las protestas de poblaciones en caprichos, síntomas de una cultura enemiga del progreso, expresiones irracionales y atávicas de atraso. Pero la representación de este malestar social bajo la forma de una resistencia de pueblos que, insensatamente, prefieren la pobreza, cual “perros del hortelano”, soslaya una larga historia de exclusión en donde la coacción se ha impuesto sobre el diálogo y el beneficio económico de un sector se ha privilegiado respecto del desarrollo justo y equilibrado de las comunidades.
Desatender la dimensión humana y social de la actividad económica es, ciertamente, un severo fallo ético que impide la construcción de consensos y que limita el despliegue de los beneficios a todos los sectores sociales. Gracias al conocimiento que hoy poseemos, deberíamos ser capaces de comprender que la forma que asume el desarrollo económico es indesligable de las perspectivas democráticas de una sociedad.
De otro lado, no sería justo, dejar de mencionar aquellos aspectos en los que la actividad empresarial no ha entrado en conflicto con el desarrollo social y ha logrado responder de modo adecuado y constructivo a la nueva sensibilidad de pueblos y regiones.
Pero el que esta visión empresarial prevalezca sobre otras que ejercen una conducta moralmente ciega depende de la conjunción de varios factores: un escenario político que abra las puertas al diálogo con las distintas comunidades que componen el país; una ciudadanía sólida que haga escuchar su voz y que sea la instancia ante la cual las empresas respondan por sus actos, finalmente, depende de la misma cultura empresarial, y su capacidad para reconocer el papel que le toca desempeñar dentro de la sociedad.
La responsabilidad social de las empresas procede, al fin y al cabo, de una idea elemental: no hay actividad humana que no esté dirigida a los demás a personas que tienen los mismos derechos que nosotros a una vida digna, signada por el respeto mutuo y abierta a mil posibilidades para el ejercicio de la libertad. Ser responsable socialmente equivale, así, a reconocernos como seres libres que comparten un mismo entorno de desafíos, oportunidades y por ello posibilidades de existencia.
>> Fuente: La República