En diversos momentos del pensamiento occidental, la facultad de elegir ha sido destacada como una de las que más radicalmente caracterizan y definen la “condición humana”. La noción misma de “condición” es reveladora. Ella evoca la idea de un cierto modo de ser inherente a nuestra naturaleza y con ello la inevitable inserción que todos experimentamos dentro de una historia, es decir, en un tiempo y un espacio determinados, los que se ofrecen como el lugar que hemos de asumir como propio y a partir del cual debemos optar. Los peruanos y peruanas de hoy nos vemos de tal suerte enfrentados a una obligación. Hablamos, curiosamente, de la obligación de ejercer nuestra libertad como un requisito cuyo cumplimiento confirma, o acaso perfecciona, nuestra condición de seres humanos. Elegir implica así vivir una experiencia en la que expresamos un derecho, mas simultáneamente nos hacemos responsables de lo que vaya a desprenderse más adelante, como fruto de nuestra opción. La elección es, por ello, una actitud esencialmente ética, y va asociada con la autonomía del sujeto, con su emancipación de los mandatos colectivos y la superación de los muros de ignorancia y olvido que, cotidianamente, empañan nuestro juicio estrechando nuestros márgenes de decisión.
Así pues, nos enfrentamos en estas semanas a un ejercicio de autonomía y decisión que se ha vuelto singular en razón de las difíciles opciones que se nos ofrecen. En estas circunstancias, la cuestión central reside en qué dimensiones, qué aspectos de la disyuntiva serán aquellos que prevalezcan en la decisión, qué criterios serán los que pongamos en acto para elegir.
La elección es, por ello, una actitud esencialmente ética, y va asociada con la autonomía del sujeto, con su emancipación de los mandatos colectivos y la superación de los muros de ignorancia y olvido que, cotidianamente, empañan nuestro juicio estrechando nuestros márgenes de decisión.
Un amplio sector de los medios escritos y audiovisuales ha desplegado ya, como era de preverse, una intensa campaña destinada a fijar esos criterios y a orientar la decisión del electorado en contra de un candidato –Ollanta Humala– y a favor de la candidata de Alberto Fujimori.
Nada tendría de malo, en rigor, un intento de influir en el público lector, si no fuera porque, en este caso, eso se hace confundiendo deliberadamente información con opinión. Sea cual fuere la candidatura que uno favorezca, está claro que diseminar temores entre el electorado presentando como hechos lo que son opiniones y fobias, no es buen ejercicio periodístico ni tampoco buena ejecutoria ciudadana. Es, para ponerlo en justos términos, una manera de estorbar u obstaculizar el libre ejercicio del criterio y, así, de expropiarnos la facultad de decisión.
No cabe negar que sectores relevantes del electorado abriguen temores frente a retrocesos en materia del manejo macroeconómico del país. Tampoco cabría desdeñar la mirada de otros sectores para los que la administración económica del país en las dos últimas décadas, si bien exitosa desde el punto de vista de las cuentas generales, ha resultado un escarnio agravado –el espectáculo de la riqueza frente a la persistente pobreza de la mayoría– antes que un motivo de euforia. Sin embargo, y al mismo tiempo, no se debería ignorar que hay mucho más que la economía en juego en la decisión que adoptamos. Frente a los miedos comprensibles, hay también la memoria de lo que ya el país ha padecido: una corrupción descomunal y ostentosa, una manipulación grosera de las leyes en beneficio de un pequeño grupo, violaciones deliberadas de los DDHH, duplicidad elevada al rango de sabiduría política, sometimiento de la población al denigrante rango de clientela agradecida por pequeñas dádivas; en fin, la dignidad de un pueblo entero hipotecada a los caprichos e intereses de una secta inescrupulosa.
Elegir es afirmarse como seres humanos. Y, por ello, es razonable esperar que todas nuestras dimensiones humanas, entre ellas nuestra memoria del agravio y nuestra capacidad de indignación, tengan un lugar importante en el discernimiento, ciertamente difícil, ingrato, que nos corresponde cumplir.NOTA: Artículo publicado el domingo 1 de mayo del 2011 en el diario La República.