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Análisis 1 de octubre de 2024

Por Fernando Bravo Alarcón (*)

Dice la teoría que definir la agenda pública de un país supone un proceso de selección por el que determinados asuntos problemáticos se posicionan, adquieren un interés general y son objeto de intervención gubernamental mediante distintas estrategias y políticas públicas para su atención y respuesta. Se esperaría que todo gobierno gestione dicha secuencia de forma responsable, oportuna y equitativa. Siendo el Perú un espacio muy reacio al normal funcionamiento de los marcos teóricos e institucionales, las políticas públicas suelen aplicarse sin mucha predictibilidad.

Precisamente algo de eso ha venido ocurriendo con los recientes incendios forestales. Pese a la gran devastación que dejaban a su paso, las autoridades del poder Ejecutivo mostraron inicialmente una actitud displicente, como si por producirse en ámbitos geográficos distantes y aparentemente poco poblados no mereciesen la atención y respuesta inmediatas. Solo por la magnitud de los daños, presión mediática y reclamos ciudadanos, se aplicó una declaratoria de emergencia selectiva, la cual ha tenido que ampliarse a regiones no precisamente amazónicas, como si la incineración de ecosistemas y bosques solo hubiera estado impactando en la Amazonía. Hasta voces expertas habían olvidado que esta ola de incendios estaba golpeando a ecosistemas de montaña, que son propios de la sierra peruana.

Por otro lado, los letales efectos derivados de la combustión masiva de zonas boscosas y áreas protegidas se han incorporado penosamente al acostumbrado elenco de desastres que asuelan a nuestra población y territorio: a los sismos, friajes, huaycos e inundaciones, que son amenazas naturales, se añaden los incendios forestales, los que, en un contexto de vulnerabilidad social, se convierten en desastres que perturban el funcionamiento de una comunidad y que exceden su capacidad para enfrentarlos. Entre las implicancias conceptuales de este enfoque está aquella que señala que los desastres no son naturales, donde lo que podría ser natural, en este caso, es la sequedad de los ecosistemas boscosos mas no las condiciones de vulnerabilidad que caracteriza a una población dispersa, carente de recursos, sin cultura de la prevención y un Estado muy ausente.

Es claro que no todas las amenazas naturales que generan desastres, al hacer contacto con vulnerabilidades sociales, provocan los mismos impactos, ni lo hacen bajo la misma lógica. Un terremoto responde a un único epicentro, es puntual en su ocurrencia temporal y sus efectos destructivos se concentran en un determinado radio de afectación. Un incendio forestal, en cambio, puede tener varios focos simultáneos, su duración responde a una lógica de continuidad y su avance expansivo puede ser monitoreado. En adición, un sismo no se puede pronosticar, cosa distinta en el caso de los focos de combustión en pastizales y zonas boscosas, donde sí existen sistemas de alerta temprana para conocer la probabilidad de su ocurrencia.

Otro aspecto que la aún no concluida coyuntura de incendios forestales presenta es su automática asociación con el hartamente conocido cambio climático. Hay indicios razonables para establecer dicha vinculación de manera indubitable y los pocos núcleos de pensamiento negacionista que había en el Perú no se han atrevido a objetar el papel del calentamiento global en todo esto. Brasil, un país donde se ha tenido negacionistas climáticos en el poder, también está enfrentando la quema descontrolada de selva amazónica, lo que ha llevado a sus autoridades ambientales a calificar la situación como de “terrorismo climático”, dadas las sospechas de que el fuego es provocado por acción humana.

Volviendo al caso peruano, es llamativo que representantes del gobierno central y políticos oficialistas solo se hayan concentrado en buscar chivos expiatorios en las “prácticas ancestrales” atribuidas a agricultores o a las mafias de tala ilegal, lo cual puede tener cierta base, pero no digan casi nada sobre las anomalías derivadas de los cambios en los patrones de humedad de los ecosistemas amazónicos y de montaña. Fijarse en factores contingentes y pasar por alto las causas más estructurales de estos fenómenos incandescentes señala un manejo de la situación poco elaborado, cuando no un desinterés en profundizar en las razones de fondo, con lo que en las siguientes temporadas secas continuaremos con los mismos problemas.

“Por el humo se sabe dónde está el fuego”, decía una vieja romanza de zarzuela: si seguimos el rastro de la inacción y del compromiso vacilante, la pista nos llevará a personajes no solo insensibles en el gobierno, sino también a equipos escasamente preparados, pero sobre todo a una clamorosa ausencia de liderazgo. 

(*)  Sociólogo y docente de la PUCP