Por Salomón Lerner Febres (*)
Vivimos una época turbulenta, un clima de zozobra que muchas veces llama al pesimismo y hasta a la resignación. Eso lo experimentamos los peruanos diariamente y de una manera muy concreta por la profunda descomposición de nuestro espacio público: desgobierno, triunfo de la corrupción, regresión autoritaria, ataques diarios a los fundamentos de la democracia y la civilidad desde la cúspide del poder político. Pero sabemos que nuestro país no es la única sociedad que atraviesa un trance semejante. Hay un malestar global, una situación de desencanto y angustia que contrasta con el clima de expectativas relativamente optimista de hace pocas décadas, cuando parecía que se abría una era de cooperación internacional para hacer frente a los desafíos materiales y políticos de la humanidad.
No es sencillo encontrar un nombre o un concepto que capture en su justa medida esta compleja situación. Existe, por un lado, el problema de que ella tiene varias dimensiones: política, económica, cultural, científica y técnica, y sobre todo moral. Por otro lado, no es fácil decidir cuál es el nivel de amplitud de la crisis. ¿Estamos ante una situación coyuntural, vinculada, por ejemplo, con la pasajera actualidad política y con los transitorios líderes que hoy dominan el escenario mundial? ¿O es que esta realidad episódica, que tanto nos impresiona por sus impactos sobre nuestras vidas diarias, es en verdad la manifestación de una realidad más amplia, de dimensión histórica o, por así decirlo, epocal?
El gran interés de este nuevo libro de Francisco Sagasti reside, precisamente, en esta triple operación intelectual: en primer lugar, nos muestra que lo que experimentamos se sitúa en el plano de la historia o de la época, es decir, que no se trata de una crisis temporal; en segundo lugar, propone una forma de designar a esa situación, a la que define como el agotamiento y ocaso de la era inaugurada por el pensamiento de Francis Bacon en el siglo XVI o, lo que vendría a ser equivalente, el inicio científico de la modernidad occidental; en tercer lugar, ofrece un análisis detallado de esa época que hoy parece exhausta, víctima de su propio éxito, y delinea tentativamente las grandes tareas que tenemos por delante para ingresar con mejor paso a una era o época post baconiana. Esa mirada al presente con vocación de comprensión histórica, desentrañando, además, las bases filosóficas de la conflictuada civilización contemporánea, nos reta a mirar nuestro entorno –a las instituciones que gobiernan nuestras vidas y también a nosotros mismos como sujetos con voluntad que participan de ellas—con una actitud crítica, una actitud que obliga a reconocer que las certidumbres con las que vivimos –y que se basan, en última instancia, en nuestro dominio sobre la naturaleza—son al mismo tiempo la semilla de nuestra zozobra. Esto, casi no necesito decirlo, es un tema enraizado en la tradición de la filosofía contemporánea por lo menos desde el pensamiento de Martin Heidegger y su exploración de las relaciones entre ese misterio filosófico que es el olvido del ser y el ascenso de la técnica –que es la manifestación de la voluntad de poder—a condición dominante y subordinante de la humanidad.
Pero ¿qué significa el nombre de Francis Bacon para nuestra situación histórica y qué significa en la reflexión de Francisco Sagasti? Bacon, hombre del Renacimiento inglés, fue un pensador múltiple: político, filósofo y literato –y hay que recordar que hubo un tiempo en que se especulaba sobre si él era el verdadero autor de las obras de Shakespeare–, fue, sobre todo, un liberador de la potencia creadora de la humanidad a través de su radical transformación del método científico. Quiero recordar esta máxima del Novum Organon: “el conocimiento del hombre es la medida de su potencia, porque conocer la causa es poder producir el efecto”. Tal vez en esas pocas palabras podemos hallar condensado el espíritu que ha guiado a la humanidad en ese tránsito que ha ido desde la Revolución Industrial hasta la ingeniería genética de nuestro tiempo, pasando en el camino por la exploración del espacio exterior y la erradicación o control de numerosas enfermedades.
Pero Incertidumbre nos hace ver de inmediato que esa aventura brillante de la humanidad es también una aventura de matices tenebrosos, pues es igualmente posible trazar una línea que conecta la invención de la máquina de vapor con la inminente catástrofe planetaria que hoy identificamos con el calentamiento global. Pero no se trata, como nos lo muestran los diversos capítulos del libro, solo del despliegue de cierto racionalismo ciego. En el camino, se han generado poderosos intereses, maneras petrificadas de pensar, actitudes culturales convertidas en una segunda naturaleza, y otros factores que determinan que, incluso sabiendo de los riesgos que nos acechan, incluso conociendo los medios para remediar el hambre o la exclusión, incluso teniendo claridad sobre los beneficios de la cooperación internacional, seamos incapaces de cambiar el rumbo. Y se podría decir que esta dramática disonancia entre lo que sabemos y lo que nos resolvemos a hacer, entre las evidencias y las voluntades, es la base de esa incertidumbre universal que tan bien analiza –se podría decir disecciona— Sagasti.
Y, evidentemente, no es un factor menor en este panorama el curso seguido por la industria de la comunicación, que, como paradójica consecuencia de su incesante desarrollo tecnológico, ha llegado a ser, por medio de las redes sociales, en un potente amplificador de la desinformación, la distorsión de la realidad y la mentira.
La expansión económica postindustrial y las nuevas formas de gestión, el colapso del imperio soviético a fines del siglo XX y las proezas de la tecnología informática condujeron a concebir un nuevo orden global desde la década de 1990. Eran años en que se proclamaba el triunfo del ideal democrático y de la economía de libre mercado. No era ajeno a ello el auge del internacionalismo y, como parte de ello, de la justicia internacional. Hoy, según muestra este libro, hay que hablar más bien de un orden social fracturado en muchas dimensiones, que incluyen el debilitamiento de las capacidades de gobernanza, gobierno y gestión. Tal vez haya que resaltar, como lo hace en más de una ocasión Sagasti, que detrás de esto último está una suerte de ocaso de lo público, como resultado, en cierta medida, de la imposición de la racionalidad de mercado a expensas de la idea del Estado. Por supuesto, esto no ha significado una fragmentación completa del poder, como la que se tiene en mente cuando se habla de una “nueva edad media”, sino un desplazamiento del poder. La reducción y neutralización de los Estados por el triunfo de la lógica económica (neoliberal) no ha producido, en realidad, una dispersión del poder entre los individuos, sino una relocalización del poder o, si se quiere, una expropiación del poder por las grandes corporaciones y conglomerados industriales, financieros, comerciales y mediáticos. Un poder central gobierna nuestras vidas, solo que, a diferencia del viejo poder estatal, este es un poder furtivo, no oficial y, por lo tanto, no responsable. Y se podría decir que esa nueva realidad histórica es un ingrediente importante de la incertidumbre global de la que habla el autor.
Francisco Sagasti, como es sabido, ha desarrollado una larga carrera internacional en el mundo del desarrollo, y, así, la forma de su inteligencia es de naturaleza constructiva, propositiva y por eso, en el fondo, optimista. Por eso, este libro de análisis tan severos sobre los resultados del programa baconiano, es también una hoja de ruta para salir ordenadamente de esta casa en llamas, si puedo usar una figura tan alarmante, e ingresar en la época post baconiana. ¿Cómo ha de ser esta? ¿Qué recursos mentales, culturales, tiene la humanidad de hoy para pensar diferentemente, para superar el paradigma mental que nos ha llevado al punto actual? Son preguntas inmensas que, como lo deja ver el autor, trascienden largamente a la discusión sobre nuestros conocimientos científicos o lo que hayamos podido aprender en las últimas décadas en materia de gobernanza, técnicas de gobierno o eso que hasta hace poco se llamaba ingeniería constitucional. Las preguntas están más allá e involucran a la forma en que hoy los seres humanos definimos nuestra identidad o las maneras en que construimos nuestra identidad –un tema que ha ocupado en las últimas décadas, precisamente, a filósofos como Charles Taylor–, así como entrañan interrogaciones sobre nuestra conciencia histórica y hasta nuestras representaciones del tiempo: no en balde el reemplazo del tiempo cíclico por el tiempo lineal, o el cambio de la idealización de la tradición por la búsqueda neurótica de progreso, son tópicos que han acompañado por más de medio milenio al pensamiento de la humanidad moderna siempre que ha querido dar razón de sí misma. Por ello las premisas, así como las propuestas, de Incertidumbres deberían ser materia de discusión en nuestra comunidad filosófica.
Pero no solo en ella y, desde luego, no primeramente en ella. Pues antes que nada este libro debería ser materia de reflexión para la ciudadanía en general y, me animo a decirlo –aunque vaya a sonar como una broma, por lo improbable–, para quienes hoy hacen o pretenden hacer política y asumir responsabilidades de gobierno en nuestro país. Realmente cuesta imaginar algo más alejado del culto a la zafiedad y a la ignorancia de quienes hoy gobiernan y legislan en el Perú que este libro sensible, de razonamientos sofisticados, de expresión clara y sencilla y, sobre todo, comprometido con lo que realmente debería importar: el bien público, el bienestar de quienes habitan este país, la dignidad y los derechos de todas las personas.
Para decir lo que, estoy seguro, pasará por la mente de quienes lean este libro, resaltaré que Francisco Sagasti, excongresista, expresidente de la República, es hoy un emblema de todo eso que hemos perdido en nuestra vida pública y en nuestra política institucional. No hablaré de su honradez, de su moderación, de sus buenas maneras, que contrastan de modo tan flagrante con quienes hoy tienen secuestrado a nuestro país y a nuestra democracia. Me refiero, en concreto, a esa vinculación entre pensamiento y vocación por lo público, entre intelectualidad y política, entre saber y hacer, entre estudiar y opinar, que hoy ha sido completamente desterrada. Por eso, este libro, además de lo que nos dice sobre su urgente materia universal, es también una suerte de parábola sobre la vida peruana: sus páginas nos dicen tácitamente que la política, lo público, no tienen que ser en el Perú esto en que se ha convertido, sino que puede y que tiene que volver a ser alguna vez un espacio para la decencia moral e intelectual, y con este libro Francisco Sagasti viene a recordárnoslo. [1]
(*) Presidente emérito de IDEHPUCP.
[1] Este texto fue leído en la presentación de Incertidumbre. Cinco ensayos para entender nuestro tiempo (Lima, Planeta, 2024), de Francisco Sagasti, realizada el 21 de noviembre ene la Librería El Virrey.