Por Kathy Subirana (*)
En 1954, en un pequeño pueblo de Soria, España, dos mujeres fueron asesinadas a la vista de todos. Eran la bisabuela y la tía abuela de la cineasta argentina Lorena Muñoz. Por décadas, el pueblo trató de ocultar el doble femicidio, mientras la familia guardaba esta historia bajo la alfombra del silencio. Estos silencios se convirtieron en el núcleo de Suerte de pinos, un documental que fue estrenado en la sección oficial de documentales del Festival de Málaga 2025 y que hoy llega a nosotros gracias al 29 Festival de Cine de Lima, en la sección de Competencia Documental.
Tras un proceso de investigación y producción que se extendió por veinte años, estamos frente a una película que no solo rescata una historia familiar, sino que se inscribe en una reflexión más amplia sobre la violencia de género y la memoria colectiva. A través de una estructura que combina la investigación personal con elementos del género policial, Lorena Muñoz construye un relato que trasciende la crónica íntima: es también un alegato contra el olvido y el ocultamiento.
Lorena Muñoz (Buenos Aires, 1972) es una exitosa y reconocida productora y directora. Entre sus trabajos encontramos la película Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), El potro, lo mejor del amor (2018) y, más recientemente, María Soledad: El fin del silencio (2024), un documental producido por Netflix en el que aborda el femicidio de María Soledad Morales ―una adolescente argentina asesinada en la década de los 90― y las «marchas del silencio» que surgieron en todo el país a modo de protesta. El documental sigue a las amigas de María Soledad en su búsqueda de justicia.
Ficha técnica
- País: Argentina, España
- Género: Drama, Documental
- Año: 2024
- Duración: 89 min
- Dirección y guion: Lorena Muñoz
- Función: Miércoles 13 de agosto, 5:10 p.m., Sala Roja del CCPUCP ( Av. Camino Real 1075 – San Isidro)
¿Qué detona la idea de convertir la historia familiar en un documental como Suerte de pinos?
Esta es una historia que me ha acompañado toda mi vida. El doble femicidio ocurrió hace 70 años, 20 años antes de que yo naciera, en un pueblito de España. Y cuando era niña, me hablaban de un pueblo en un bosque de pinos, de una casa de piedra cerrada con candado…pero no me decían que en ese pueblo habían asesinado a dos mujeres de mi familia paterna. Francamente no recuerdo el momento exacto en el que me enteré del asunto, pero sí recuerdo que la curiosidad empezó a despertar cuando, el año 2003, viajé con mi madre a Europa y pasamos por Soria. Ahí empezó mi vínculo real con el lugar.
La investigación duró veinte años. ¿Qué hallazgos marcaron un antes y un después?
El gran punto de inflexión sucedió cuando Casimiro Torreiro, un investigador uruguayo radicado en España, encontró el expediente judicial. Fue como tener acceso a la investigación que yo hubiera hecho si el caso hubiera ocurrido hoy. Leer ese expediente cambió muchas cosas sobre la forma en la que yo veía y entendía esa historia y me permitió establecer muchos vínculos con la forma en la que aún abordamos socialmente la violencia de género, la violencia familiar, el papel de la mujer y el mismo feminicidio. Y otro hito fue descubrir que un año antes del crimen de mi bisabuela y mi tía abuela, en esa casa de Soria se filmó La laguna negra, una película de ficción española donde también se habla de un asesinato. Encontrar esa película abrió una puerta creativa, pues aunque se trata de una ficción, las referencias con lo que terminó ocurriendo fueron inevitables y me sirvió como disparador creativo.
Tú cuentas que hubo trabas para acceder al expediente, pero terminas usando este obstáculo a favor de la narración de la historia
Sí. Pasa que me permitieron verlo y leerlo, pero no me permitieron filmar, bajo el argumento de que buscaban proteger a la familia. Pero es mentira. En realidad, están protegiendo al perpetrador, no a mi familia. Esto termina formando parte del conflicto de la película porque evidencia la intención de seguir ocultando el hecho 70 años después.
Esto se alimenta porque en tu investigación encontraste gente que no quería hablar. ¿Qué significó enfrentarse a estos vacíos en la historia, a estos silencios?
Fue retador, pero también aleccionador. Por un lado, está el silencio de mi familia, que no quiere hablar del tema por dolor o porque no llegaron a tener la información completa de las muertes cuando sucedieron. Ten en cuenta que cuando esto sucedió no había teléfono y las cartas llegaban por barco. Mi abuelo se enteró de la muerte de su hermana y de su madre varias semanas después. Entonces, ese silencio familiar tiene muchas formas de entenderse y de explicarse. Pero el silencio del pueblo donde sucedió el doble asesinato y del sistema de justicia tiene otro sentido, pues lo que buscan es esconder el tema, olvidarlo, hacer como que no pasó. En el camino me he encontrado con personas que vivieron en esa época, que conocieron a mi bisabuela y a mi tía abuela y no querían hablar, querían olvidar. Pero también encontré a una persona dispuesta a hablar, a contarme la historia, pero que no podía ayudarme realmente porque era una persona con Alzheimer. Era alguien que trataba de recordar y le era imposible. Entonces, todos estos hallazgos me ayudan a hablar de cómo funcionan la memoria y el olvido en las comunidades, sobre todo cuando hay violencia y vergüenza.
Tu trayectoria combina documentales, ficciones y series. ¿Dónde sitúas Suerte de pinos en tu carrera?
Suerte de pinos es un proyecto que nace de una urgencia íntima. Es probablemente la película más personal que he hecho. No la pensé para una plataforma o un público específico, sino como una necesidad que fue madurando con el tiempo y tomando forma. No es que yo conocí la historia y dije “voy a hacer un documental”, o que conocí la casa y pensé que era el escenario para una película. Todo fue evolucionando con el tiempo.
Claro, en 20 años pasan muchas cosas. Tú cambiaste, la sociedad cambió…, ¿podríamos decir que el tiempo jugó a favor del proyecto?
Sí, sí. Hace 20 años no tenía el expediente, recién estaba empezando en el cine. En 20 años me convertí en madre, hice películas, viví el movimiento feminista…Sí creo que hoy hay más receptividad para historias como esta, aunque todavía haya voces que las minimizan. Las películas también necesitan su tiempo de maduración; a veces los proyectos están ahí, como dando vuelta en las nubes de tus ideas, hasta que pasa algo los activa.
Has logrado convertir una historia personal de hace 70 años en algo que dice mucho a la actualidad, al tiempo que estamos viviendo. ¿Qué significa esto para ti?
Es superimportante. Es un regalo. Mira que, más allá del recorrido en festivales o en salas y todo eso, me he encontrado a muchas personas que, tras ver la película, se han acercado a contarme secretos familiares que incluyen violencia, abusos, asesinatos… Lamentablemente, no es una historia excepcional. Lamentablemente, historias como estas se repiten en muchos lugares. Y eso confirma que mi película, aunque nace de lo personal, en realidad responde a algo colectivo. En ese sentido, agradezco que la película genere conversación, que ayude a abrir puertas cerradas. Y que sirva para recordar que la memoria es un derecho, que las víctimas merecen ser recordadas más allá del crimen, y que la violencia de género debe ser tratada como una cuestión de Estado, no como un asunto privado.
(*) Periodista. Responsable de prensa del IDEHPUCP