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Editorial 4 de abril de 2023

Fuente: UNMSM.

Hace pocas semanas, en enero, se conmemoró el aniversario número cuarenta de la matanza de Uchuraccay. Este 3 de abril se ha recordado la masacre de Lucanamarca perpetrada por Sendero Luminoso hace cuarenta años. En unas semanas más, en mayo, se habrán cumplido cuatro décadas desde el ataque senderista a Sacsamarca.

Es una triste ironía que sea en este contexto de recuerdos dolorosos cuando fuerzas políticas conservadoras hacen una nueva arremetida contra la memoria de la violencia en el Perú, esta vez cerrando el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social. Pretendiendo prohibir el recuerdo de los crímenes cometidos por el Estado, lo cual ya es en sí mismo inaceptable, bloquean también la memoria concreta de los crímenes de Sendero Luminoso. Lo que queda es una condena genérica y vaga, no un examen crítico de los hechos específicos, las masacres, los asesinatos, la violencia sexual, los arrasamientos cometidos por dicha organización, y menos aun un reconocimiento a sus víctimas particulares, personas con nombre y apellido como Samuel Allauca Huancahuari, Valentina Huaripáucar Quincho o Zenilda Tacas Misaico, asesinadas junto con otros 66 de sus conciudadanos y vecinos el 3 de abril de 1983.

Lucanamarca es uno de los mayores símbolos de la barbarie senderista. No es necesario repetir aquí los hechos conocidos. Baste decir que en esa ocasión Sendero Luminoso asesinó a 69 personas –hombres, mujeres y niños—con el único fin de dar un escarmiento y hacer una advertencia a las comunidades que empezaban a levantarse contra la organización terrorista. Semanas más tarde intentó perpetrar la misma atrocidad en Sacsamarca, pero los comuneros sacsamarquinos, que ya estaban sobre aviso, resistieron y salvaron sus vidas.

Es a la luz de estos hechos, del sufrimiento de la población sobreviviente, y por consideración a la memoria de las víctimas, que la guerra contra la memoria que libran aquellos sectores resulta particularmente condenable. Es también bajo esta luz que el hábito de estigmatizar a los opositores y los críticos con la calificación de “terrorista” aparece como particularmente inmoral. En la práctica este uso del término “terrorista” no es solamente un atropello a las personas y grupos así calificados sin ninguna razón; es también una banalización de los crímenes de Sendero Luminoso.

Lucanamarca, Sacsamarca y decenas de pueblos de los andes (al igual que una inmensa población urbana) saben lo que es sufrir de verdad el ataque de una organización terrorista. Y si su memoria no fuera borrada, como se hace de alguna manera ahora, el país sabría mejor de la criminalidad atroz de aquella organización. Y así, en otra ironía amarga, los enemigos de la memoria –como los que han secuestrado el Lugar de la Memoria– ayudan al negacionismo senderista en su esfuerzo por borrar o distorsionar la memoria de los crímenes del grupo fundado por Abimael Guzmán. Dos negacionismos; un mismo resultado.