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Editorial 25 de abril de 2023

Fuente: Diario Gestión

La llegada de Alejandro Toledo al Perú para ser juzgado por delitos de lavado de activos, tráfico de influencias y colusión tiene múltiples significados, además de su importancia estrictamente judicial, y resulta emblemática de la calamitosa situación de la democracia peruana y su aparente incapacidad para regenerarse.

Hay que resaltar, en primer lugar, el hecho de que, por fin, después de haber combatido el proceso de extradición por todos los medios posibles, Alejandro Toledo tendrá que rendir cuentas ante la justicia. Su actual confinamiento en el penal de Barbadillo, junto con el sentenciado Alberto Fujimori y el investigado Pedro Castillo, es un mensaje que admite lecturas ambivalentes. Por un lado, hace pensar, inevitablemente, en la degradación de la política nacional simbolizada en esta secuencia de presidentes reos de diversos delitos –una secuencia a la que se suman casi todos los otros presidentes desde la recuperación de la democracia en 2001. Por otro lado, esta ignominiosa lista de exgobernantes en prisión, arresto domiciliario o bajo otras formas de apercibimiento judicial lleva a reparar en que, mal que bien, a veces la justicia alcanza en el Perú hasta a los personajes más encumbrados.

Este es, sin embargo, un pobre consuelo. Cabe reparar en que los sucios manejos imputados a todos estos personajes demuestran la profunda descomposición de la política nacional. Al no haber constituido un sistema de representación política con solvencia institucional y arraigo social, el país quedó en manos de políticos de ocasión cuyo horizonte de interés no va más allá del aprovechamiento privado. Este aprovechamiento no ocurre al margen del interés público sino en contra de este: los sobornos que un presidente recibe tienen como contraparte la realización de obras de infraestructura innecesarias o sobrevaluadas o simplemente mal hechas –lo cual muchas veces atenta contra la vida misma de la población. Pero, de manera paradójica, el que estos personajes finalmente lleguen al banquillo de los acusados es también, en parte, un resultado de esa descomposición: los partidos de ocasión que improvisaron para encaramarse al poder y el pequeño círculo de confianza que lo sostuvo mientras gobernaron, se desbandan al cabo de unos años y ya no tienen capacidad ni interés en proteger a su antiguo líder. Haciendo de la necesidad virtud, la justicia peruana obtiene algunas victorias como consecuencia de esa debilidad de las camarillas que hacen las veces de partidos políticos.

Este ciclo de aventurerismo en la política, que a fines del siglo XX fue saludado como la política de independientes, no fue inaugurado por Alejandro Toledo sino por Alberto Fujimori. El deshonroso trayecto seguido por Toledo es, en todo caso, el emblema de otro proceso que hoy bien puede denominarse el fracaso de la transición democrática. La negativa del país a reformar sus instituciones y a desmontar el esquema general de corrupción heredado de los años anteriores tuvo en Toledo a su primer protagonista. Su situación particular no está enteramente desconectada de la errática deriva política del país hasta el momento presente. La responsabilidad penal que eventualmente se demuestre será su carga personal, pero su ejecutoria política más amplia tiene que ser examinada para entender en qué medida los años 2022-2023 estaban ya sembrados en el periodo 2001-2006: la desconexión entre gobierno y agenda pública, el abandono del sentido de rendición de cuentas, el mantenimiento casi intacto de redes de poder empresarial y mediático imbricadas con la corrupción, la concepción de la gestión del Estado como repartición de prebendas y sinecuras, y muchos otros factores conectan a casi todos los presidentes que han gobernado en este siglo.

En ese particular sentido se puede decir que Alejandro Toledo inauguró un ciclo político de refundación democrática, y en el mismo acto de inaugurarlo selló su descomposición. No se puede decir, lamentablemente, que su obligado regreso para rendir cuentas cierre este ciclo de agonía de la democracia, pero al menos debería servir para mirar de frente todas las omisiones y faltas que nos han traído desde el esperanzado 2001 hasta el angustioso y trágico año 2023.