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Entrevistas 28 de agosto de 2013

Uno de los temas más discutidos a lo largo del Seminario Internacional se vincula con las formas cómo asumir social y políticamente – y dentro de los marcos propuestos por las llamadas iniciativas de justicia transicional – el debate sobre el tratamiento a las víctimas. ¿Existe, en esta situación, una tensión entre la verdad y la memoria de las víctimas?

Para mí siempre hay tensiones, siempre vivimos en conflicto en la realidad social. Estas discusiones no se acaban cuando la violencia concluye. La pregunta es qué aspecto de esa violencia queremos resaltar. Toda la sociedad sufre, todos somos de alguna manera víctimas y parte del problema también, pero algunas sufren más que otras. Justamente la idea de víctima nos lleva a pensar en aquellas personas cuyo daño fue mucho mayor que el de otros ciudadanos. Estas personas estuvieron en una situación límite en la que se pone en cuestión la propia condición humana. Este es el sumun de la víctima.

¿Qué rol pueden jugar las medidas de justicia transicional en cuanto a la reparación de las víctimas?

Hay que asumir que estas  situaciones son irreparables, no hay medida que vaya a traer de vuelta a quien ya no está. Una mujer que fue violada no va a dejar de estar violada sexualmente, lo carga en su cuerpo. Siempre habrá un reclamo, un hueco que nunca se va a poder llenar y va a estar presente siempre. Lo que se puede hacer es empezar a reconocer, reparar, reincorporar. Si nos damos cuenta, todo es “re”.  En ese sentido las políticas de reparación ayudan a la gente que ha sufrido a llevar un poco menos difícil su vida, con un apoyo económico o de otros servicios y hacer más ligera la carga que hay encima de ellos. Pero debemos asumir que aún con todo, el reclamo es interminable por la naturaleza de la violencia que la víctima sufrió.

Por más institucionalidad nacional o internacional del tipo de justicia transicional – término que no me gusta demasiado porque no necesitamos una justicia en la transición, la necesitamos siempre y punto – puede ser que existan momentos históricos en que necesitamos de ciertas herramientas para aliviar un poco el sufrimiento, aunque no lo vayan a eliminar. Lo único que podemos hacer es buscar condiciones para que no vaya a suceder en el futuro, una reconstrucción institucional para no repetir la historia.

¿Cuál es su impresión sobre el proceso peruano?

Creo que una de las reflexiones que nos faltan asumir es que la situación de vejación de derechos no empezó con el conflicto armado interno ni terminó en el año 2000. Hay situaciones estructurales, históricas, de discriminación de pobreza, de racismo, de acumulación y de falta de mecanismos redistributivos para construir una igualdad social. Donde hay pobreza extrema es porque hay riqueza extrema.

En ese sentido preocuparse y atender las secuelas de la violencia y la guerra interna está bien, pero muchas de esas injusticias siguen allí. En ese sentido, las memorias de la violencia se disparan en procesos de memoria de más largo plazo. Y, de muchas maneras, son de larga data en el Perú. Pensemos por ejemplo cómo los casos de violación sexual a mujeres durante el conflicto se pueden incorporar en historias más grandes, en toda una historia de violencia sexual, que no es un acto novedoso, único, sino hay algo mayor. Finalmente la violación sexual es un acto político, una muestra de poder político, pues constituye el ejercicio (impune) de un tipo de masculinidad, de un tipo de poder sobre otras u otros. El caso de Bosnia nos pone el ejemplo más ejemplificador: se le estaba diciendo a los hombres de un bando que «no cuidan bien a sus mujeres, que no son suficientemente machos». La violencia sexual, así como otros tipos de violencia deshumanizantes, no son más que una exacerbación y un punto álgido en un momento de violencia política, que da cuenta de un proceso más amplio.

Una peculiaridad del caso peruano tiene que ver con la permanencia de los actores en el escenario político actual. Hemos tenido candidatos y autoridades con serias acusaciones de violaciones a los derechos humanos, un vicepresidente vinculado a una masacre en penales en los años ochenta en el anterior gobierno. ¿Qué consecuencias cree que ha tenido esto en el escenario del postconflicto peruano?

Lo primero que puedo decir es que el conflicto no es un virus que llegó e infectó un granito, que lo extirpo y el cuerpo sigue igual que antes. El conflicto es parte de la historia y no se acaba cuando sube uno u otro presidente.  La gente no cambia sus ideas en forma abrupta, hay continuidades y cambios.

En Argentina, por ejemplo, desde el momento de la transición, las fuerzas dictatoriales estuvieron en silencio 20 años. Y después empezaron a salir a al calle reclamando “memoria completa” y quieren reivindicar a «las otras víctimas», las que no son víctimas de la dictadura. Dicen que las Fuerzas Armadas también fueron víctimas. Las tensiones entre los actores no se acaban de un día para el otro.

¿Y cómo lidiar entonces con esta tensión entre la verdad que surge de los Informe Finales de las comisiones especiales y la memoria de los actores, que pueden ser congruentes o mas bien tener un abierto conflicto con ésta? De muchas maneras, las verdades de estas comisiones se erigen como verdades fundantes.

Todo depende de cómo uno define la verdad. La memoria es un proceso subjetivo, de como se interpreta y se da sentido a los sucesos del pasado. Está viva, cambia, se recuerdan ciertas cosas del pasado y no otras. La verdad es lo fáctico, los datos duros de la historia. Pero hay que acordar que hay distintas memorias y se establecen los recuerdos en función de los otros, del diálogo con otros que también recuerdan. Así tenemos una disputa siempre plural sobre los recuerdos.

¿Qué hacemos entonces con esas “memorias peligrosas”, aquellas que ponen en cuestión esas verdades fundantes sobre las que se quieren formular consensos en el post conflicto?

Hay cosas que preferimos no confrontar, ciertas concepciones sobre cómo fueron las cosas. Yo  no entiendo ese debate sobre qué familiar de víctima me provoca problemas. Toda víctima es una persona que ha sufrido. Es muy peligroso tener víctimas inocentes y víctimas culpables, eso es muy peligroso. Si yo voy a hablar de tipos de víctimas lo que estoy diciendo es que está bien que las “otras”, las “culpables”, hayan sido asesinados. Los peruanos están ahí. A mí me incomoda mucho que se hagan esas distinciones, como ciudadana que busca una sociedad igualitaria. Del mismo modo, me incomodan los que en Argentina hablan de la violencia como guerra sucia. Yo no concibo una guerra limpia. Pero el clima cultural peruano es que, para muchos, estas clasificaciones funcionan.

 ¿Y la reconciliación?

Yo puedo cambiar el sistema institucional, eliminar la discriminación, la pobreza. Allí tendremos una sociedad igualitaria donde los ciudadanos tendremos derechos. Pero no sé bien que es la reconciliación, sólo sé que no es un hecho inmediato. En una democracia siempre hay más de una idea, uno gana el otro pierde, no hay democracia por consenso. Incluso formalmente, hay diversos partidos, diversas propuestas. Ahí la reconciliación democrática sería que todos los actores aceptan las reglas de juego porque tiene los mismos derechos en el mismo juego. Pero no que pensemos que yo tengo que sentarme y ser amiga del torturado de mi familia. Pensar que en en ese gesto consiste la reconciliación es de locos.

Entrevista realizada por Carmela Chávez, investigadora del IDEHPUCP