El 3 de noviembre se cumplió 28 años de la Matanza de Barrios Altos, donde seis miembros del Grupo Colina asesinaron a 15 personas, incluyendo un niño de 8 años. Si bien se han informado los hechos, identificado involucrados y condenado a los autores, todavía vemos espacios donde se reinterpretan los sucesos llegando incluso a negarlos.
Conversamos con Iris Jave, investigadora en temas de memoria, democracia y postconflicto del Idehpucp, quien nos da mayor detalle de cómo este trágico acontecimiento se ha plasmado en la memoria colectiva y qué falta por trabajar para su mejor comprensión.
Luego de 28 años de la masacre de Barrios Altos todavía queda mucho por analizar, ¿cuánto ha cambiado nuestro país a diferencia de lo que éramos en 1991?
El caso de Barrios Altos sienta un precedente en las narrativas sobre el periodo de violencia en tanto permite visibilizar una de las prácticas más atroces del gobierno de A. Fujimori: los “asesinatos selectivos”, que se enfocaban en presuntos miembros de Sendero Luminoso y, como ha señalado la sentencia, se confundió a trabajadores con presuntos senderistas, produciéndose el asesinato de 15 personas, incluido un niño. Pero de otro lado, permitió que la justicia -entendida como el descubrimiento de la verdad y el reconocimiento de responsabilidades, pueda ser ejercida en toda su dimensión. En ese marco, creo que el sistema de justicia puede brindar un sentido pedagógico a la ciudadanía cuando lleva adelante estos procesos ejemplificadores y reparadores para las víctimas directas, pero también para toda la sociedad.
A través de sus investigaciones, ¿cómo se viene enseñando este y otros hechos similares en las instituciones educativas? ¿Por qué hay dificultad para tratarlos de manera amplia?
Mi trabajo estuvo enfocado en entender las dificultades para la enseñanza del pasado reciente en la escuela, entonces tenemos al Ministerio de Educación, que tiene aprobado el objetivo de educación ciudadana en el diseño curricular docente para abordar el tema del Conflicto Armado Interno (CAI), pero no logra ser incorporado en las instituciones educativas; solo algunas lo hacen. Ello se explica, en parte por el temor extendido en funcionarios y docentes para abordar este periodo, que resulta complejo, sea porque algunos no tienen herramientas para abordarlo; por el temor que aún se encuentran en zonas donde el conflicto no ha concluido, o debido a la “sanción social” que yace sobre el tema; una corriente negacionista que rápidamente tilda de “terroristas” a quienes hablan de ese periodo o les estigmatiza, inhibiendo así la posibilidad de diálogo y debate abierto en la sociedad, principalmente en los medios de comunicación que se hacen eco de estos discursos –negacionistas- y no logran profundizar acerca de diversas posturas para un real debate de lo ocurrido –y lo que aún ocurre en el VRAEM, por ejemplo-. De otro lado, también hay que señalar que legalmente se ha realizado una modificación al Código Penal ampliando la figura de “apología del terrorismo”, que aunque no queda clara en su aplicación, si se convierte en un instrumento que amenaza o, por lo menos perturba, la acción docente y ciudadana.
“Hay una cantidad de publicaciones no solo académicas, sino artísticas, periodísticas, históricas, que no se conocen y que deben ser vistas, estudiadas, debatidas, reflexionadas”.
En los 90 e inicios del 2000 los instrumentos ideales de desinformación y propaganda era a través de los diarios “chicha”, pero en la actualidad esto se ha trasladado a las redes sociales, donde basta mencionar un suceso de violencia política para generar comentarios dispares. ¿Cómo se puede trabajar la importancia de la Memoria dentro de las plataformas digitales?
Un poco lo que decía en el punto anterior, hay mucha desinformación y poca reflexión acerca del conflicto armado interno, entonces se requiere introducir y fortalecer la enseñanza del pasado reciente de manera crítica: en los colegios, las universidades; los medios de comunicación; no se trata de repetir discursos o lo que dijo la CVR, se trata de leer, estudiar, debatir pero sobre todo, de generar una comprensión de lo que pasó y eso solo se logra adentrándose al tema; hay una cantidad de publicaciones no solo académicas, sino artísticas, periodísticas, históricas, que no se conocen y que deben ser vistas, estudiadas, debatidas, reflexionadas. Las redes sociales son espacios de opinión, de información rápida, pero sobre todo de debate, ese puede ser un espacio para ello.
En los últimos años parece que hay un mayor interés en entender el pasado violento y autoritario en la colectividad a través de libros, documentales y puestas teatrales. ¿Es la respuesta a un plan de enseñanza poco concentrado en analizar estos temas desde las aulas – tanto escolares como universitarias – y que abarca además a los medios masivos de información?
Bueno, la producción artística y cultural ha acompañado no solo el posconflicto sino que se ha desplegado durante el conflicto, con un arte crítico y cuestionador de las violaciones a los derechos humanos que se vivieron en los 80 y 90, desde el colectivo NN y la “carpeta negra”, hasta obras de literatura, cine y teatro más recientes. Creo que ello es posible, porque el arte permite canalizar una serie de emociones que permiten procesar situaciones traumáticas de otra manera. En el Perú, lo que en la política ha sido tan adverso y negado; ha sido en el arte donde más se ha procesado o reflexionado sobre el CAI. El arte ha sido objeto de debate y polémica, como el proceso de construcción del LUM, o incluso, sujeto de cuestionamientos y agresiones, como lo ocurrido con el memorial El Ojo que Llora.