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Entrevistas 20 de septiembre de 2022

Por: Juan Takehara (*)

Esta semana conversamos con el politólogo Martín Tanaka, director de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP e investigador principal del IEP, sobre la difusión de discursos radicales en la política electoral peruana y sobre cómo esa apelación a los extremos ideológicos debilita a la democracia peruana. Como parte de ese análisis se anota la renuencia de los sectores de izquierda a construir propuestas basadas en la negociación y los acuerdos políticos y la aparente búsqueda de una opción unitaria por parte de los sectores conservadores. El balance de esta compleja situación, en la que las posturas de centro quedan sin espacio, es la marginación de importantes causas públicas como los derechos humanos o la equidad de género.

En un artículo comentó que el supuesto giro a la izquierda de la región era más bien un ciclo de constante inestabilidad. ¿Estamos atrapados en una situación de alternancia sin mayores cambios estructurales?

Efectivamente. Es exagerado hablar en este momento de un giro a la izquierda muy significativo. Quizá en el pasado reciente se pudo hablar de giros. Por ejemplo, en la década neoliberal de los años 90 con los gobiernos de derecha en América Latina. El giro llegó entre el 2000 al 2015 donde muchos de sus gobernantes de izquierda se reeligieron. Pero ahora tenemos pequeños ciclos que nos ubican en otra dinámica. Es más apropiado hablar de alternancia y del triunfo de la oposición. No es que las preferencias de los electores se hayan movido hacia la izquierda. Una muestra de esto son los países donde los presidentes no tienen mayoría. Por ejemplo, Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo son gobernantes de izquierda que gobiernan sin mayoría. Los electores, luego de una crisis sanitaria, económica y mil razones más, se sienten decepcionados y desencantados de la política. Los gobiernos a los que les va a ir mejor serán los que demuestren talento y habilidad en concertar y armar coaliciones más grandes, pero los otros regímenes que no puedan hacerlo caerán y volveremos a este ciclo. El riesgo es que dejamos crecer las posturas extremistas y los personalismos desbocados.

Ha habido candidatos de izquierda con propuestas muy distintas como Mendoza, Santos e incluso en su momento Ollanta Humala. ¿Hay espacio en Perú para un político que postule con un estilo similar a Boric o Petro?

Ya entrando a ese terreno, nuestra representación política se ha ido derrumbando. Hasta hace no mucho había cierto perfil ideológico, percibías cierta estructura política pero ahora los partidos son membretes donde la gente se inscribe y lanza su candidatura. No hay más. En ese contexto, hay mucho espacio para el oportunismo. Esto no se va a solucionar sin un esfuerzo muy serio de volver a recomponer la política. Más que candidatos y propuestas, lo importante es apuntar a construir grandes bloques ya sean de izquierda, centro o derecha en vez de alimentar a mini partidos compitiendo entre ellos. En Colombia, por ejemplo, Petro ganó las primarias y Francia Márquez quedó segunda, pero Petro la hizo parte de su propuesta y ahora ella es la vicepresidenta. Ese, es el tipo de acuerdos que necesitamos.

Pareciera que el político peruano no desea grandes coaliciones porque con un puñado de votos sectarios puede llegar a ser elegido.

Hay dos tipos de electores: el votante que está desencantado de todo, digamos el 80% del electorado que suele elegir el llamado ‘mal menor’, y un 20% que sí es ruidoso en el mal sentido y es muy intolerante. Esto se ve tanto en la izquierda, centro o derecha. Esos grupos pequeños empujan a la radicalización e intransigencia. Hay algunos candidatos que prefieren cultivar su 6% de votación y ganarse su lealtad que buscar una postura más razonable. Estamos atrapados en esta dinámica donde los políticos se acercan a los ultras e intolerantes porque son los que hacen más bulla en redes sociales o salen a las manifestaciones.

Se puede afirmar que los “ultras” han dado legitimidad a las propuestas radicales y ya son parte de la contienda electoral.

En el 2021, con el 13% de la votación ya pasabas a segunda vuelta, mientras que en elecciones anteriores con ese mismo porcentaje quedabas quinto. Giovanni Sartori hablaba de competencia centrífuga versus competencia centrípeta, los sistemas más estables son los segundos. En cambio, acá la dinámica te empuja a ocupar los extremos, cuando las cosas deberían ser al revés; es decir que para ganar se necesite optar por ir al centro y buscar convocar más gente. Ese es realmente el gran desafío de los próximos años.

Las elecciones regionales y municipales pueden ser un ejemplo de cómo se vienen validando las propuestas radicales ¿Observa un nuevo mapa político luego del 2 de octubre?

El mapa político, especialmente en regiones, es difícil de prever. Esto de pasar a segunda vuelta con muy poca votación y que vimos en el 2021 a nivel nacional ya era algo que se daba en las regiones. Grupos relativamente pequeños pueden dar la sorpresa y terminar ganando. Uno mira la experiencia de los gobiernos regionales en los últimos años y encuentras una ola de gobernadores muy radicales, por ejemplo, en Puno o Arequipa, cuyos representantes terminaron envueltos en escándalos de corrupción. En general, a nivel regional no se han consolidado liderazgos. Podemos ver victorias de Gregorio Santos en Cajamarca, Walter Aduviri en Puno y Cáceres Llica en Arequipa, pero la corrupción los pulverizó. Volvemos al juego inicial de la fragmentación y decepción. No hemos tenido experiencias recientes de consolidación de liderazgos regionales como contrapesos al gobierno central. Antes tuvimos a Yehude Simons, Martín Vizcarra o César Villanueva como políticos que cimentaron su trayectoria en gestiones regionales y saltaron a la política nacional, ahora no tenemos nada parecido. Pero, en medio de todo esto, habría algunas gestiones que parecen haber sido destacables como la de Patricia Guevara en Cajamarca o la de Jean Paul Benavente en Cuzco. Pero ellos son las excepciones más que la regla.

Lo que se observa también es un cierto conservadurismo, incluso de las izquierdas, que genera un menor interés en mantener la agenda de derechos humanos.

Así como hablábamos de una dinámica de alternancia entre izquierdas o derechas también podría hacerse un análisis equivalente respecto a la agenda de derechos humanos. Luego de la época de las dictaduras y los autoritarismos llegó la democracia con una ola favorable al discurso pro derechos humanos que fue acogido tanto por gobiernos de izquierda como gobiernos liberales de derecha que también asumieron esa agenda como algo útil y necesario. Ahora lamentablemente la región vive una ola conservadora como reacción al avance de una agenda más progresista. En el pasado esa ola conservadora se traducía en apoyo a golpes militares, ahora lo que viene ocurriendo en América Latina – como en el mundo – es que el discurso antiderechos ya tiene una forma orgánica. Vemos desde instituciones, plataformas, coordinadoras y políticos que forman parte de una red internacional con esta postura abiertamente contraria a los derechos humanos. Su argumento es: «esto de los derechos humanos es una narrativa global a la que hay que combatir con otra narrativa que proteja a la familia, a los valores tradicionales, respete a la autoridad y el orden». Parte de esta reacción conservadora es rechazar la agenda de género, las supuestas imposiciones de organismos internacionales como Naciones Unidades, la OMS y otras instituciones vinculadas a los derechos humanos. Por ejemplo, localmente ya tenemos un candidato a la alcaldía de Lima que dice que se debe gobernar con el modelo del presidente Bukele y al lado aparecen personas que dicen que a los presos no hay que engreírlos sino hacerlos trabajar y disciplinarlos, y ya no es relevante si se violan sus derechos. Es preocupante porque este argumento que antes era radical ahora está siendo legitimado en el discurso político habitual.

Nos estamos acostumbrado a votar por propuestas que generan más restricciones que derechos.

El gran desafío de quienes creemos en los derechos humanos es demostrar que hay caminos alternativos más eficaces porque la gente está muy molesta, desesperada y tienen problemas muy serios que afectan su vida. Estas respuestas facilistas que aparecen pueden ser muy atrayentes y llaman la atención, pero la tarea es construir una alternativa viable y eficaz que se enfrente a los discursos punitivos, represivos y facilistas.

La solución que se propone ante el actual panorama político en nuestro país tampoco parece ser la opción: vacancia y/o nuevas elecciones.

La lección final es que todo puede cambiar muy rápido. Cuando Castillo gana las elecciones algunos temían una dictadura con mano dura. Se pensaba que se iba a perennizar en el poder, pero en realidad lo que tenemos es un gobierno débil e incompetente. Hay que hacer esfuerzos a mediano o largo plazo antes de buscar salidas para la próxima elección, intentar realizar procesos de constitución más amplios. Últimamente en el mundo de las derechas, por ejemplo, se están dando cuenta de que si van divididos no obtendrán los resultados que desean. Vemos ahí al menos una intención de sumar fuerzas. Lamentablemente, ese tipo de discusión no se está dando entre las izquierdas o en los partidos de centro, pero tarde o temprano tendrá que ser una opción porque de lo contrario la derecha conservadora terminará ocupando ese espacio.

(*) Miembro del área de Comunicaciones.