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Notas informativas 24 de marzo de 2020

Escribe: Déborah Delgado Pugley, investigadora invitada

Se puede aprender mucho de la primera pandemia del siglo XXI. Sobre cómo ha reaccionado el Perú y cómo ha reaccionado el mundo. También se pueden establecer paralelos entre cómo venimos actuando frente al coronavirus y cómo actuamos frente al cambio climático. Acá 7 puntos, a mi juicio, claves que deberíamos asimilar:

1. No solamente los seres humanos tienen la capacidad de cambiar el rumbo de la historia de nuestras sociedades. Otros agentes “no-humanos”, como virus o gases, pueden forzar cambios en el sentido del desarrollo.

2. Nuestras sociedades están intrínsecamente -y biofísicamente- conectadas a nivel planetario. De un lado, «los patógenos no respetan los límites de las especies», como dice el ecologista de enfermedades Thomas Gillespie, profesor asociado en el Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Emory. De otro lado, en nuestros tiempos las personas y las cosas viajan de manera intensa cruzando fronteras y permitiendo su difusión.

3. Las pandemias son posibles por las mismas razones que originan la crisis climática: un desarrollo que es demasiado demandante para los ecosistemas. Que rompe su resiliencia con consecuencias directas en nuestro bienestar. Al arrasar con bosques, matar animales y enjaular a algunos enviandolos a mercados, rompemos ecosistemas y liberamos los virus de sus anfitriones naturales. Cuando eso sucede, estos necesitan un nuevo anfitrión y este puede ser humano. Los riesgos de clima y salud globales se construyen por nuestra intervención.

4. El Coronavirus nos ha obligado a parar actividades industriales altamente poluentes. Esto es favorable en términos generales. Claramente mejora la calidad del aire y del agua, disminuye el consumo energético de la sociedad en general, y nos lleva a reducir nuestras emisiones de efecto invernadero.

5. Estos cambios radicales que hemos estado haciendo en nuestro comportamiento y consumo durante las últimos días nos permiten, como en un gran experimento, mirar más allá: ¿qué servicios son realmente necesarios para vivir y vivir bien?, ¿a qué cosas no podemos renunciar y de cuáles nos hemos podido despegar?

6. La desigualdad se hace, como siempre en las crisis, sentir con fuerza. Hay personas que pierden su estabilidad económica más rápido que otras. La desigualdad espacial se hace más evidente. Pero también que hay personas que toman más riesgos que otras. Cómo actúa cada sociedad y cada Estado frente a ello habla muchísimo de nosotros.

7. Y quizás lo más importante va al final: habría que escuchar a la ciencias más seguido. Podríamos evitar sufrimientos enormes. Podríamos conocer a qué riesgos nos enfrentamos (in)necesariamente y actuar en consecuencia.

No debemos volver a la normalidad, porque la normalidad es el problema. Volvamos a reformar lo esencial y dejar de lado algunas prácticas y costumbres que se han revelado innecesarias y nocivas. Ahora que podemos ajustar algunas cosas, como nuestra economía de la salud y el cuidado así como nuestro consumo, incluyamos más perspectivas. Dos imprescindibles: los científicos y los profesionales del cuidado. Esta vez sus dos perspectivas coinciden a indicar que vivimos en un solo planeta y los que sufrimos al ponerlo en peligro somos todos. No hay que olvidar que la crisis climática puede jugarnos pasadas mucho peores.


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