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Notas informativas 14 de febrero de 2023

Fuente: América economía.

Por Ramiro Escobar (*)

Desde hace algunas semanas, nuestro país se ha vuelto una suerte de vecino problemático en el barrio latinoamericano. Hemos expulsado y retirado (“definitivamente”) embajadores, hemos expresado nuestro “enérgico rechazo” frente a las declaraciones de algunos presidentes, y también hemos manifestado nuestro “profundo malestar” a otro (Gabriel Boric, presidente de Chile).

En las relaciones exteriores, y bilaterales, suelen ocurrir estos episodios. Pero lo que no es tan frecuente es que sucedan en cadena y por problemas que, como me decía un diplomático retirado, podían encararse de otra manera. Una crítica al gobierno, una opinión sobre la situación interna, una declaración áspera incluso, no tienen por qué llevar a rupturas, aunque sean momentáneas y luego puedan ser reparadas. Entre otras cosas porque dejarán huella. Quedarán en la historia de las relaciones con otros Estados como episodios al menos borrosos y, sobre todo, evitables. Antes de que estallaran estas asperezas con países vecinos, se debió prever que iba a haber reacciones frente a nuestra tormenta social.

Más aún si cargamos casi 60 muertos encima como consecuencia de la marea de protestas que nos acongoja. Imposible pensar que, en esta época, eso ocurra y no haya asombro, preocupación, alarma y legítimas críticas. Los derechos humanos ya no son, como antes, un asunto imprescindible; y la dura represión se convierte en algo que, al fin de cuentas, se comienza a normalizar sin rubor.

Por supuesto que, como ocurre tristemente en Bielorrusia, tales críticas podrían resbalarle al gobernante de turno. Eso no puede, ni debe, ocurrir acá. Cancillería está tratando de recomponer ahora nuestras relaciones, y ya se hizo con Argentina. Pero lo principal, lo central, no es solo conversar, planchar rugosidades. Lo fundamental es cambiar, a nivel interno.

Es decir, debemos ser permeables a la preocupación por la situación de derechos humanos en el Perú. En ese punto crítico e indispensable para toda sociedad democrática andamos mal, muy mal. Y eso lo han hecho notar desde el Nuncio Apostólico, Paolo Rocco (en el mismo Palacio de Gobierno), hasta la Unión Europea y los Estados Unidos, pasando por el presidente chileno y organismos como Amnistía Internacional.

Cabe mencionar que es inaceptables que mandatarios como Xiomara Castro, Gustavo Petro o Andrés Manuel López Obrador al criticarnos obvien, de manera sorprendente, el intento de golpe del expresidente Castillo. Peor aún si piden su reposición, un tema que ya ni siquiera es parte de la agenda de la mayoría de los manifestantes. Se vuelve imposible no reaccionar ante estas posturas claramente parcializadas.

Pero, aun así, la diplomacia, especialmente la que es discreta y no sale ante cámaras, sabe cómo resolver estas crisis sin provocar estallidos mayores. Es posible que, no sólo en el Perú sino también en otros países, los diplomáticos de carrera estén transidos por las declaraciones de sus presidentes, que son los que dirigen la política exterior. Y que a veces no miden su lengua.

En el caso nuestro, lo preocupante es que se siente un aire influyente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, donde el representante Ernesto Bustamante ¡pide invadir Bolivia militarmente para apropiarnos de sus recursos! Cancillería no está en esa línea, sin duda, aunque el solo hecho de que venga un viento de ese cotarro es preocupante.

El tiempo para meternos en estos líos, además, no podía ser más inoportuno. Justamente cuando va agarrando viada en la región un nuevo ‘ciclo progresista’ (del que se supone este gobierno iba a formar parte), y cuando la integración latinoamericana en sus diversas claves volvía a sonar como posibilidad, corremos el riesgo de aislamiento. Tenemos frentes abiertos inútilmente.

En los hechos esto puede implicar perder oportunidades, ser vistos como polémicos en cumbres, o como reacios a darnos cuenta de que nuestro piso no está parejo. Que la violencia presida nuestros días es algo que siempre le va a preocupar a la comunidad internacional. Que asumamos que eso es ofensivo, o fuera de lugar, es algo que nunca deberíamos alimentar.

(*) Profesor de Relaciones Internacionales de la PUCP y columnista del diario La República.