Escribe Iris Jave (*)
Nos encontramos en la recta final de la campaña electoral, y la confrontación política se ha centrado en las actitudes personales de los y las candidatas más que en las propuestas de las organizaciones políticas a las cuales representan. Ello no es una novedad si nos ceñimos a las estrategias de campaña, que en tiempos de desafección política se enfocan en los atributos de los y las candidatas, es decir, lo que algunos autores denominan la personalización de la política. Esta va desde la tradicional manera de representar la candidatura como el o la mensajera principal de su agrupación hasta la construcción de relatos (storytelling) que buscan acercar la historia de vida del o la candidata hacia la ciudadanía, con el fin de generar una identificación desde su propia historia. Durante la primera elección de Barack Obama su campaña apeló a su origen africano y las oportunidades educativas que le permitieron desarrollar una carrera profesional y política exitosa. Con menos simpatía y menos recursos, en nuestro medio algunas candidaturas intentaron reproducir ese esquema en elecciones pasadas con los resultados ya conocidos.
En esta elección no hay construcción de relato. En cambio, la narrativa de las y los candidatos se presenta de forma directa y hasta brutal: se compara, por ejemplo, la adquisición de vacunas con la compra de latas de atún, como si la vida de más de 50 mil personas muertas a causa de la pandemia no tuviera importancia; o se lanzan mentiras puras y duras acerca de periodistas que cuestionan a los candidatos, en un marco de desinformación permanente hacia la ciudadanía. A pesar de que en esta elección se han realizado debates públicos con el ánimo de conocer las propuestas, estos han resultado poco efectivos, más aún en lo referido a temas pendientes, temas que, aunque para algunos sectores debieran quedar en el pasado, siempre regresan para recordarnos que la democracia y la cultura política se construyen sobre la base de nuestra historia, y sobre todo afincada en nuestra memoria. Nos referimos al conflicto armado interno y la problemática de los procesos de memoria, las políticas públicas sobre reparaciones en salud, educación, vivienda y simbólicas, o la búsqueda de personas desaparecidas, por citar algunos temas.
«En esta campaña electoral, la dificultad de encontrar vínculos entre memoria y democracia se expresa, por ejemplo, en el rápido olvido de las marchas de noviembre pasado para retirar del poder al congresista Merino, que se había apropiado de manera ilegítima de la presidencia de la república.»
Del monitoreo realizado por el IDEHPUCP en torno a cómo los derechos humanos han sido incluidos en los planes de gobierno de este proceso electoral, identificamos que solo dos agrupaciones han elaborado propuestas en torno a políticas públicas sobre memoria y reparaciones. Las que lo han hecho (Juntos por el Perú y Frente Amplio) incluyen propuestas como desarrollar memorias colectivas en el currículo educativo nacional, fortalecer archivos populares, fomentar la investigación y creación sobre memoria e historia reciente, así como rescatar edificaciones y monumentos como lugares de memoria. También se menciona cuestiones más generales como desarrollar las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, introducir reformas en educación desde el paradigma de los derechos humanos o reforzar el plan integral de reparaciones.
El resto de los planes de gobierno no dicen nada sobre memoria; no dicen nada sobre su relación con la democracia, es decir, sobre su vínculo con la ciudadanía y la convivencia social; no dicen nada acerca de lo que significa gobernar un país donde durante el periodo de violencia se perdieron cerca de 70 mil vidas. Ni una línea acerca de cómo hoy, que se han perdido otras 50 mil vidas, se piensa recordarlas o sobre cómo diseñar políticas públicas que permitan procesar el tipo de reparaciones que se requiere -recordemos que nuestro sistema de salud ha sido uno de los factores más precarios para enfrentar la pandemia- o, simplemente, sobre cómo iniciar un proceso de conmemoración que permita un duelo social, y dentro de ello, un reconocimiento de la ciudadanía.
En esta campaña electoral, la dificultad de encontrar vínculos entre memoria y democracia se expresa, por ejemplo, en el rápido olvido de las marchas de noviembre pasado para retirar del poder al congresista Merino, que se había apropiado de manera ilegítima de la presidencia de la república. La muerte de los jóvenes Brian Pintado (22) e Inti Sotelo (24), las decenas de heridos y la gran movilización social que se extendió sobre las calles desafiando la pandemia, pero sobre todo el autoritarismo, reclamaban un cambio de gobierno, pero también un cambio en la manera de gobernar. La ciudadanía demanda no solo rostros nuevos o relatos (re)construidos. La mayor demanda se traduce en ese 28% del electorado que según las últimas encuestas no quiere votar por ninguno de los y las candidatas; que ya no cree en las promesas que circulan en las redes sociales; que espera y activa por un cambio en la toma de decisiones para los problemas públicos; que espera ser escuchado y reconocido. Esa ciudadanía activa, que perdió a jóvenes como Inti y Brian, no solo cuenta con mayor información y se mantiene vigilante, sino que ahora recuerda, busca representar la(s) memoria(s) y generar interacción, diálogo. Quizá ese es el camino para enfrentar la desafección política y la escasa representatividad de las organizaciones que hoy pretenden gobernar.
(*) Investigadora en IDEHPUCP.