Víctimas: una deuda que no se extingue
El 27 de enero me visitó una delegación de la Coordinadora Nacional de Víctimas y Afectados por la Violencia Política (Conavip). La componían once personas de Ayacucho, Cusco, Lima, Huancavelica y Junín. Deseaban compartir conmigo sus inquietudes frente a la negligencia con la cual se está encarando en este gobierno, al igual que en los dos anteriores, la obligación estatal de atender los derechos de las víctimas surgidas en el periodo de violencia armada sufrido por el Perú. Fue por esos mismos días que el primer ministro, Óscar Valdés, hizo su insensible e irrespetuoso comentario, aquel que definía como “teatralización” el esfuerzo realizado por la Comisión de la Verdad y Reconciliación de dar voz pública a las víctimas.El agudo contraste entre ambas manifestaciones, una desde el dolor y el sentido de justicia, la otra desde la torpe arrogancia de los privilegiados, lleva a pensar en lo difícil que es para el Estado y para buena parte de los peruanos asumir el sentido de lo que les es debido a las víctimas de crímenes atroces y múltiples injusticias.Lo que la delegación de Conavip sostiene es, en sustancia, lo mismo que las miles de víctimas dijeron a la Comisión de la Verdad y Reconciliación durante los años en que ella trabajó. Se trata, en resumen, de un reclamo de honda raigambre moral: el pedido de reconocimiento, la necesidad de que tanto el Estado como la sociedad acepten públicamente lo sucedido y, sobre todo, incorporen a su conciencia que hay personas, conciudadanos, que fueron personas concretas, con una vida y una historia abusadas por los actores armados. Esas víctimas y sus familiares poseen una aguda conciencia de que sus derechos no han sido reconocidos por el Estado y, por consiguiente, de que pareciera no se los considera como personas ni como ciudadanos. Experimentan pues, una sensación dolorosa de que el resto de peruanos, y sobre todo las autoridades, deberíamos tratar de entender.No se trata, como a veces se dice con cinismo y grosería, de personas que buscan beneficios indebidos. Son sencillamente peruanos y peruanas que desde hace décadas esperan reparación por los daños padecidos. Ahora bien, el sentido de reparar no reside únicamente en la restitución material de lo perdido. Reparar significa, en esencia, otorgar muestras de respeto y reconocimiento. Y si eso ha de cumplirse se debería contar con el acuerdo de las víctimas a través de un diálogo honesto. No es forma adecuada de reparar el imponer verticalmente una exigua suma de dinero; no es forma de reparar el colocar límites en el tiempo para, mediante una inscripción, ser aceptado como víctima. Modos estos que fueron determinados hacia fines del gobierno anterior y que no han sido enmendados.Las reparaciones revisten no sólo carácter monetario –si bien eso es necesario– ellas implican también otras dimensiones. Menciono solamente dos por su especial importancia. Una se ofrece bajo la forma de acceso a la educación y a la salud. Eso fue propuesto por la Comisión de la Verdad atendiendo a un reclamo reiterado de las víctimas entrevistadas: educación entregada con calidad, con respeto a las diferencias y con una mirada puesta en la formación de ciudadanos libres, autónomos, críticos; salud que vaya más allá de la atención escasa y primaria que se ofrece –cuando ello ocurre– en zonas pobres y alejadas del país.De otro lado son esenciales las reparaciones simbólicas, los actos de reconocimiento, los rituales y declaraciones que indiquen que el Estado y la sociedad peruanos son capaces de entender las dimensiones de la tragedia sufrida por sus miembros, generalmente, los más olvidados. Estos actos han de estar dirigidos en primer lugar a las víctimas, naturalmente; pero conviene entender que en realidad somos todos los peruanos los que nos debemos esos actos: los gestos simbólicos que se realicen nos deberían convertir en una sociedad honesta respecto de sus fallas en el pasado y más lúcida sobre sus deberes en el futuro. En este ámbito de las reparaciones colectivas, el futuro Lugar de la Memoria posee una importancia central. Es de esperar que sea fiel a su origen, que fue la memoria rescatada por la CVR, una memoria incluyente y centrada en las víctimas, quienes todavía tienen mucho que decirnos y enseñarnos. Poseemos la certeza de que dando respuesta a sus legítimas expectativas, nuestro país crecerá en humanidad.>>Este artículo fue extraído de la publicación dominical de La República.