Escribe: Gabriela Ramos (*)
A pesar de que la pandemia desatada por el COVID-19 ha supuesto el despliegue de una serie de políticas públicas y esfuerzos por dar respuestas rápidas a esta crisis sanitaria a nivel mundial, hay un punto que parece no ser tomado en cuenta como prioritario : el análisis de la situación desde un enfoque de género.
De esta manera, aunque especialistas de diferentes disciplinas e instituciones especializadas en derechos de las mujeres y las niñas han tenido algún pronunciamiento al respecto, lo cierto es que no se cuenta con un estudio al respecto a nivel de organizaciones de salud globales o incluso plataformas interestatales. Pero, ¿por qué es importante distinguir el impacto producido por la pandemia en hombres y mujeres? Para empezar, porque es un paso indispensable para entender los efectos primarios y secundarios de una emergencia de salud como esta en diferentes individuos y comunidades. Además, tener en cuenta distinciones como esta permite crear políticas e intervenciones equitativas y efectivas[1].
Teniendo lo anterior en cuenta, es preciso notar, en primer lugar, que las mujeres son quienes, mayoritariamente, asumen los roles de cuidado tanto en casa como en el trabajo. De acuerdo a ONU Mujeres, las mujeres representan el 70% de quienes trabajan en sectores sanitarios y sociales, y además, a comparación de sus pares masculinos, realizan el triple del trabajo de cuidado no remunerado[2]. En este sentido, la división sexual del trabajo las coloca en posiciones donde están más expuestas al contagio del virus. Por ejemplo, en Hubei, la provincia que acoge como capital a Wuhan -la ciudad de inicio del virus-, el 90% de trabajadoras de salud son mujeres, lo que las hace enfrentar riesgos a su salud de manera predominante[3].
«Para las víctimas, convivir en el mismo lugar que su abusador por un espacio prolongado supone una carga adicional durante la crisis y el incremento de un riesgo latente para su integridad física y psicológica.»
Al mismo tiempo, si se quedan en casa, sus labores se ven duplicadas por tener que asumir el cuidado de menores de edad, personas dependientes adultas mayores, o enfermos o enfermas, además de realizar las labores domésticas. Aun así, a pesar de que el trabajo no remunerado de las mujeres supone un alivio para el Estado y las fallas del mercado, especialmente en tiempos como el actual[4], estas labores de cuidado son poco valoradas socialmente.
Por otra parte, es claro que esta crisis va a suponer un impacto económico profundo a nivel mundial; sin embargo, este también va a ser diferenciado y “generizado”. En concreto, medidas como la cuarentena y el aislamiento social golpean directamente los trabajos informales y a quienes viven de un salario diario. ¿Y quiénes ocupan los puestos de trabajo más precarizados? Para variar, las mujeres.
Si bien, acorde a la OIT, el empleo informal es una fuente mayor de empleo para hombres que para mujeres -de los 2000 millones de trabajadores en el empleo informal del mundo, las mujeres representan solo un poco más de 740 millones-, este análisis global oculta algunas disparidades. De hecho, en países de ingresos bajos y mediano-bajos, hay una mayor proporción de mujeres que de hombres en el empleo informal[5]. En Latinoamérica, por ejemplo, el porcentaje de mujeres en el empleo informal supera al de hombres en un 75%, mientras que en África Subsahariana el porcentaje sobrepasa el 90%.
Asimismo, se debe tener en cuenta que existe una brecha de acceso a las mujeres al trabajo en general, con lo que las cifras que muestran una menor presencia femenina en el empleo informal resultan razonables si, en realidad, hay una menor tasa de participación en el mercado de trabajo. Por otra parte, es necesario resaltar también que “aunque a nivel mundial hay menos mujeres que hombres en empleo informal, las mujeres de la economía informal se encuentran normalmente en situaciones más vulnerables que sus contrapartes masculinas, por ejemplo como trabajadoras domésticas, trabajadoras a domicilio o trabajadoras familiares auxiliares”[6].
De esta manera, la reducción de la actividad económica termina por afectarlas en primera instancia, en tanto suspende su sustento de vida y, en casos como el peruano, donde la cuarentena fue anunciada con una anticipación menor incluso a 24 horas, lo hace de forma inmediata.
Otro riesgo de impacto diferenciado que suponen medidas como el aislamiento social y la cuarentena está relacionado a la violencia de género. Para las víctimas, convivir en el mismo lugar que su abusador por un espacio prolongado supone una carga adicional durante la crisis y el incremento de un riesgo latente para su integridad física y psicológica[7]. Además en tiempos como el actual, las coaliciones externas de la mujer o niña víctima de violencia de género se ven bloqueadas gracias al aislamiento: hay menor soporte y control social.
De igual forma, algunos informes sobre comunidades afectadas por el COVID-19 han referido que el aislamiento social aumenta los indicadores de violencia[8]. En esa línea, también los casos de de violencia intrafamiliar situacional u ocasional -donde la violencia no era prexistente a la pandemia- pueden verse incrementados por factores como el estrés generalizado, el aumento en el consumo de alcohol y el miedo al desempleo o a la carencia de ingresos económicos.
«ONU Mujeres ha alertado que, durante brotes de enfermedades pasados como el ébola o el zika, se comprobó que hubo una desviación de los recursos destinados a servicios que necesitan las mujeres.»
Por otra parte, existen otros sesgos de género relevantes en tiempos de pandemia. ONU Mujeres ha alertado que, durante brotes de enfermedades pasados como el ébola o el zika, se comprobó que hubo una desviación de los recursos destinados a servicios que necesitan las mujeres. De esta manera, se observó una relación proporcional entre la saturación de servicios del sistema de salud y una disminución en el acceso a la anticoncepción y la atención pre y postnatal[9]. Por lo tanto, se teme que situaciones similares, además de un aumento de embarazos no deseados producto de las restricciones fácticas para acceder al aborto, se presenten como una consecuencia de la actuación del COVID-19.
Y en efecto, es muy probable que eso ocurra si no se toman medidas de mitigación con enfoque de género. Pero, ¿qué se puede hacer para analizar los efectos de esta pandemia y sus posibles soluciones a través del lente de género? Algunas recomendaciones planteadas por ONU Mujeres incluyen asegurar la disponibilidad de data desagregada por sexo, incluidas las tasas diferencias de infección, impactos económicos y carga de cuidados diferenciados, e incidencia en violencia doméstica y sexual; incluir la dimensión de género y a especialistas en género en los planes de respuesta; o desarrollar estrategias de mitigación que se centren en los efectos económicos del brote en las mujeres y generen resiliencia en ellas[10]; por ejemplo, la iniciativa del Ejecutivo peruano de otorgar el bono de S/ 380 para hogares vulnerables a mujeres de entre 18 y 60 años es un buen comienzo.
Las medidas para enfrentar la crisis del COVID-19 con enfoque diferencial también deben ser adoptadas por el sector privado, especialmente en el diseño de sus propias estrategias[11]. Sin embargo, dicho enfoque diferencial no debe abordar, únicamente, los efectos de las medidas en razón del género, sino que debe contar con variables interseccionales que integren al análisis otros factores adicionales de vulnerabilidad. En otras palabras, debe prever que la crisis afectará de manera diferente a hombres y mujeres de acuerdo a su posición dentro de la sociedad y otros criterios como raza, si presenta alguna discapacidad, si integra el sector de trabajo informal o no, si es una mujer trans, si pertenece a algún pueblo indígena, etc.
A modo de cierre, podría concluirse que esta crisis sanitaria no hace más que evidenciar una necesidad latente para el desarrollo equitativo y equilibrado dentro de la sociedad: hay que adoptar medidas con enfoque de género. Si estas hubieran sido tomadas de forma preventiva, no estaríamos enfrentándonos con tanta urgencia a los riesgos mencionados en párrafos anteriores. Esto supone, también, que no podemos salir inmunes de esta pandemia y hacer como si nada hubiera pasado: es preciso un cambio radical y permanente a nivel político-social que contribuya a agilizar la lucha por la equidad de género.
(*) Integrante del área Académica IDEHPUCP.