Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
Notas informativas 24 de enero de 2023

Fuente: La República.

Hace un tiempo vi una película titulada en español “Atrapado en el Tiempo” en la que un reportero no podía seguir con su vida porque siempre regresaba al mismo momento. Los sucesos ocurridos en diciembre de 2022 son un ejemplo de la manera tan inverosímil (real maravillosa en términos literarios) en la que la vida política del Perú se parece cada vez más a una película de ficción. Las razones de lo sucedido son variopintas. Algunas convergen en reiterar que la realidad del Perú no calza con el modelo de lo que consideramos como política. Varios politólogos coinciden en señalar que la falta de partidos políticos es la causa última de esta fragmentación social que se expresa en la segmentación de la política y en el canibalismo político. Ciertamente, los políticos que tenemos ni están agremiados, ni tienen lealtades políticas salvo consigo mismos, ni entienden que la política más que un arte de la guerra es un arte del gobierno y que el gobierno se logra con el diálogo. La competencia insana surgida de la frustración, el resentimiento, la lectura unilateral, etc., o la connivencia interesada – cosas que los políticos nos obligan a espectar cotidianamente desde hace por lo menos cuatro décadas-, no es política sino antipolítica.

Todo ello es verdad; no obstante, apelando a una mirada histórica, esto en sí mismo no explica por qué el Perú ha tenido episodios similares a los que vivimos en la actualidad incluso cuando tuvimos al mando a partidos consolidados como el Partido Aprista Peruano. Bagua es un ejemplo que no necesita más explicación. Y, en ese momento, el PAP no fue calificado como un partido nuevo, desmañado, incapaz, izquierdista, etc. Era un partido de derecha que tenía una propuesta de derecha que fue rechazada por los pueblos indígenas por considerarla un riesgo para sus medios de vida y, que, al mejor estilo de la prepotencia limeña, no quiso ni trató de entender lo que pasaba con los pueblos indígenas. Nuevamente, miramos sólo las fórmulas y no podemos ir más allá de lo que los modelos ofrecen.

Por otro lado, hay los que indican que el desprecio estructural hacia los más pobres es contestado con el rechazo a la endeble (y moldeable) institucionalidad por parte de grupos sociales excluidos y vándalos. Esto no deja de ser cierto, pero esta explicación general no ayuda a comprender la compleja dinámica local que viene desarrollándose en varias regiones del país.

Hace un tiempo tuve la oportunidad de leer informes de conflictos socioambientales que contenían las respuestas de funcionarios de los sectores involucrados. Una primera constatación es que los funcionarios públicos de aquel entonces (y creo que no pocos en la actualidad) no tenían idea de quiénes eran los líderes de los movimientos sociales y, cuando los tenían al frente, los convertían en invisibles, los tachaban de terrucos o subversivos, o los consideraban tontos, manipulables y sin ninguna capacidad intelectual. Esta lectura de inteligencia era, en el mejor de los casos, parcial y no poco antojadiza. Que haya personas de izquierda en los movimientos sociales es bastante probable, pero que todos sean subversivos o tengan intereses subalternos, es una afirmación que anula a una buena parte de la población que no tiene idea de lo que es la izquierda o la derecha. Sobre los otros epítetos no haré comentarios. Debajo de estas acusaciones que convertían en fantasmas a los movimientos sociales había una sola fórmula despreciativa del análisis estructural que finalmente podía haber explicado con bastante más solvencia los motivos de estas erupciones sociales. El individualismo metodológico que se usaba en estos conflictos sociales podía, eventualmente, resolver los problemas coyunturales, pero mantenía “la basura debajo de la alfombra” de una forma irresponsable y cortoplacista.

Nuevamente, los sectores ninguneados -esos que están haciendo la micropolítica también ninguneada- no fueron ni son materia de análisis ni de atención. ¿Quiénes son y qué buscan estos sectores, qué pasa en las regiones donde irrumpen? No son un sector; son varios. No es sólo un partido. Probablemente existan varios o ninguno que no esté fragmentado. Algunos ciertamente tienen sus consignas políticas, pero otros no. Varios, además, comparten algunas características, como el hecho de pertenecer a sectores ignorados por la gran política: docentes agremiados, jóvenes sin futuro, aquellos que sucumbieron económicamente con la pandemia, campesinos que ven cómo se pierden sus cosechas frente a una sequía que el Estado no sabe (¿no le interesa?) enfrentar, reservistas del Ejército, pero también hay vándalos, mineros ilegales o cocaleros, sectores del narcotráfico, entre otros. Es la organización coyuntural de varios sectores legales e ilegales que articulan inter-i-legalidades alrededor de un discurso bastante bien elaborado y aprovechado por políticos “inexpertos” como Pedro Castillo.

Castillo parecía ignorar cómo comunicar en los fueros de la gran política, pero no en los fueros de la política local. Él sabe quiénes son esos sectores, qué necesitan y cuáles son las fibras que los mueven, sabe cómo mover esas fibras. En ese discurso probablemente transmitido por las redes sociales se construye una imagen sobre sí mismo que se aleja de la realidad y la envuelve convenientemente en un aura de victimización que oculta sus deshonestas maniobras. Simbólicamente, la victimización de Castillo es la victimización de algunos de estos sectores que vienen acumulando décadas de trato indolente por parte del Estado y el establishment, incluidas las muertes de sus miembros inconscientemente consideradas irrelevantes para algunos políticos. Pero ciertamente también están los grupos que no quieren perder las promesas realizadas por el novel gobierno para pasar por alto sus ilegalidades. Ese discurso oblitera que Castillo haya aprovechado de su cargo para beneficiarse personalmente y familiarmente del dinero público. Esto hay que tenerlo claro, pero perder de vista la necesidad de entender y hacernos cargo de lo que está pasando en los espacios locales y regionales conlleva el riesgo de que venga otro candidato a hacer uso de la “pedagogía de la insurgencia local” y nuevamente terminaremos viviendo este momento que debería ser irrepetible.

(*) Directora de la Maestría en Derechos Humanos de la PUCP y miembro de la Asamblea del Idehpucp.