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Opinión 2 de febrero de 2021

Escribe:  Alexander Huerta-Mercado (*)

Me asusta un poco eso en lo que nos estamos convirtiendo conforme avanza la segunda cuarentena. Hemos incrementado nuestro nivel de juzgamiento, nuestra pretendida superioridad moral para evaluar a los otros, e influidos por la prensa hemos construido historias sobre nuestra sociedad donde los pitucos son deleznables, los políticos solo quieren su beneficio y gran parte de la población es irresponsable. No estoy seguro si esta percepción realmente solucione las contradicciones que esta pandemia nos ha revelado sobre nosotros mismos. Es decir, de un país que nació dividido y centralizado y al que ahora tenemos oportunidad de ver panorámicamente con miras a construirlo más justo.

Hay que decirlo: no somos los mismos que encontró la cuarentena del año pasado. No se vislumbra un ritual de agradecimiento a la policía con aplausos ni con el patriotismo del “Contigo Perú”, ni mensaje presidencial cada almuerzo. No hay la ingenuidad de creer que en las cuarentenas los plazos se cumplen y el Estado deja de ser un espacio de expectativa. Cuando entramos a la primera cuarentena, no había habido las colas, entonces no había ocurrido Richard Swing, apenas sabíamos quién era Merino y no avizorábamos el golpe de estado, el descontento, las marchas, las huelgas y la violencia policial. No había desencanto de ver cómo la burocracia nos colocaba en la cola larga de las vacunas y para colmo no sabíamos que existía una nueva cepa. Por otro lado, esta cuarentena nos agarra curtidos, con experiencia en lo virtual para algunos, con la existencia de la vacuna y con la sensación de vivir a media caña y con mascarilla que traíamos de antes.

A su vez hemos perdido la inocencia en pensar que en las cuarentenas los plazos se cumplen y desconfiamos de cualquier medida anterior pues con cuarentena y todo, nuestra crisis ha sido fuerte igualmente. Tal vez estas medidas que sabemos necesarias no generan lo que Frankie Ruiz cantaba en su tema paradójicamente llamado “la cura”.

Amargura, señores, que a veces me da
La cura resulta más mala que la enfermedad

Y sin embargo el Covid-19 nos ha dado la oportunidad de vernos al espejo con nuestras contradicciones, lo cual es una oportunidad para superarlas. Lo que llama la atención es la timidez de los grupos políticos en carrera para generar esperanza, y se nota en el electorado una actitud que nos ha caracterizado y es la de la resignación y el tedio, la del piloto automático y la de no avizorar un cambio significativo. Y sin embargo ahora tenemos la oportunidad de ver las cosas nítidas y juntas como en película.

«Este periodo de crisis y encierro va a ser un punto de inflexión en nuestras vidas personales y un llamado de atención en nuestra vida comunitaria porque la regla es que no podemos salir como individuos sino como grupo».

Se habla mucho del bicentenario de la independencia, pero es claro que la estructura social que llegó no cambio las mentalidades. Tenemos doscientos años de ciudadanía y esta pandemia nos rebela que esa palabra está ligada a la ciudad, sus leyes y su cultura más que al sector rural. Como si fuera poco es una sensación generalizada que esta ciudadanía plantea muchos más deberes que derechos, como lo muestran los precarios servicios de salud y educación.

El enclaustramiento y la pandemia nos caen por igual a todos, pero contradictoriamente revela que no somos iguales, que el concepto de trabajo desde la casa no es para todos, que el concepto de casa no alberga necesariamente seguridad en todo el Perú y que el acceso a los servicios básicos es uno de nuestros indicadores más dramáticos.

Se plantea una cultura individual promovida por los medios digitales de consumo y se pide que la solución a la pandemia sea colectiva. Me parece que se ha establecido una diferencia enorme entre quienes tienen acceso al internet y quienes no, generando una más de las tantas variables indicadoras de desigualdad.

Se hablaba mucho de la irrupción de una nueva clase media y descubrimos que había una dependencia del día a día y de una informalidad mucho más extendida.  La forma de contar el crecimiento económico a partir del consumo no era la adecuada.

Se ve corrupción por todos lados y al mismo tiempo la vigilancia y el castigo extremo que vemos en la política hace que todos tengan miedo a firmar contratos como nos ha demostrado la demora en comprar vacunas.  Pareciera que nuestro país es el paraíso de las denuncias contra los opositores, las comisiones investigadoras con sabor político y la vigilancia extrema en el internet cada vez más agresivo.

Este periodo de crisis y encierro va a ser un punto de inflexión en nuestras vidas personales y un llamado de atención en nuestra vida comunitaria porque la regla es que no podemos salir como individuos sino como grupo. Es una excelente oportunidad para desaprender nuestra idea de nación fragmentada y comenzar a hacer las preguntas para al fin dejar de ser un problema y pasar a ser una posibilidad, como decía Basadre. Hacernos, en suma, las preguntas adecuadas para nuestra reconstrucción, aunque la pasemos mal, sin perder la alegría, como lo pone Rubén Blades en su himno Maestra Vida.

Paso por días de sol, luz y de aguaceros
Paso por noches de tinieblas y de lunas
Paso afirmando, paso negando, paso con dudas
Entre risas y amarguras
Buscando el por qué y el cuándo


(*) Antropólogo. Docente del Departamento de Ciencias Sociales PUCP.