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17 de marzo de 2020

Escribe: Marcela Huaita Alegre [1]

La reproducción social del ser humano es vital en nuestra sociedad. Esta labor, que se hace básicamente en las familias, es absolutamente determinante para la formación de la ciudadanía. Sin embargo, dado que transcurre en el mundo privado es poco valorada socialmente. Asumida en gran parte por las mujeres, incluye, entre otras, las actividades culinarias, educativas, de salud y de aseo; la crianza de niños, niñas y adolescentes, y el cuidado de personas dependientes adultas mayores, enfermas y con discapacidad.

Un rápido recorrido por la historia nacional reciente nos permite identificar fácilmente que cuando hay situaciones de crisis el Estado captura el tiempo de las mujeres y hace descansar sobre sus hombros la (im)previsión social. En las crisis, el aporte del trabajo no remunerado de las mujeres se presenta como especialmente valioso, dado que dicho trabajo resulta ser un colchón que amortigua las fallas del mercado y del Estado.

En efecto, en el Perú de fines de los 80 las mujeres se organizaron en torno a la actividad culinaria cuando sus familias fueron sacudidas por las medidas económicas del gobierno de turno. Si bien los comedores populares surgen en la década de los 70, la crisis económica de los 80 e inicios de los 90 los lleva a su pico más alto. En 1988, tras la aplicación de un programa de estabilización financiera, en Lima Metropolitana el número de comedores populares aumentó a alrededor de 2000, mientras que, en agosto de 1990, ante la aplicación del shock económico, superó los 7000[2]. Ello fue, sin duda, la respuesta social frente a la pérdida del poder adquisitivo por la aguda inflación, los despidos masivos y otros problemas. Las mujeres estuvieron ahí, para sus hijos, sus parejas, sus familias, y la sociedad en su conjunto.

Años más tarde, y en épocas económicamente más promisorias, la encuesta del uso del tiempo mostraba que las mujeres peruanas trabajamos en promedio 9 horas a la semana más que los varones. Ello se evidencia cuando se suman las horas dedicadas al trabajo productivo (remunerado) y al reproductivo (no remunerado). Sin embargo, si bien las mujeres dedicamos al trabajo reproductivo (limpieza, cocina, crianza, cuidado, entre otros) 76 horas a la semana, estas horas pueden subir a más de 100 si tenemos a cargo a niños pequeños, o a más de 90 si hay enfermos o ancianos o personas dependientes a nuestro cargo (INEI, ENUT 2010).

«Las mujeres no podremos dedicarnos a teletrabajar si no compartimos las tareas de cuidado. Esta crisis debe ser también una oportunidad para replantear los roles en la casa.»

En los tiempos actuales, los del coronavirus, la disposición del cierre de escuelas para disminuir los riesgos de un rápido contagio recae una vez más en los hombros de las mujeres. Si los niños no van a clase, ¿con quién y en dónde se quedan? De igual manera la disposición sobre priorizar la atención de salud en casa y el necesario aislamiento, si hay personas enfermas de gripe o influenza, ¿por quién será atendida? Conociendo que las personas adultas mayores son un grupo de alto riesgo social frente al COVID-19, ¿quiénes son sus cuidadoras?; en el caso de un posible contagio, ¿quién se va a hacer cargo de ellas? En todos los casos la respuesta es: las mujeres.

Para algunos sectores la teleducación y el teletrabajo resultarán una ayuda para pasar esta crisis. Sin embargo, el telecuidado de nuestros niños y niñas, enfermos y personas adultas mayores no es posible. Las mujeres no podremos dedicarnos a teletrabajar si no compartimos las tareas de cuidado. Esta crisis debe ser también una oportunidad para replantear los roles en la casa. Saber cuidar y atender es un aprendizaje y esta es una oportunidad para los hombres, que también tendrán que permanecer en casa. Los hombres, nuestros compañeros, tienen aquí una oportunidad, ¿querrán aprovecharla?

Sabemos y estamos de acuerdo en que una medida efectiva para evitar la expansión del contagio es permanecer en casa. No dudamos de que al tomar estas medidas el Estado cuenta con el apoyo de las familias, es decir, de las mujeres, más precisamente. Sin embargo, una vez más, el tiempo de las mujeres es capturado; son especialmente ellas las que verán disminuidos sus ingresos (al no poder salir a trabajar o recortarse su disponibilidad de tiempo para ello); es preponderantemente a ellas a quienes se les alargará la jornada diaria; son particularmente ellas quienes estarán más expuestas al dar el cuidado a familiares afectados por el COVID-19; son ellas las que una vez más están presentes para colaborar con el Estado. Pasada la crisis, ¿el Estado estará para las mujeres? ¿Reconocerá su esfuerzo organizando servicios de cuidado para personas dependientes? Esta es una agenda pendiente que, una vez pasada la crisis, el Estado y la sociedad no deben olvidar.


[1] Docente PUCP e investigadora asociada al IDEHPUCP. Vicepresidenta del Comité de expertas del MESECVI/OEA. [2] Organizaciones sociales de mujeres. Recuperado de: http://www3.eurosur.org/FLACSO/mujeres/peru/orga-1.htm