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Opinión 11 de mayo de 2018

Hace  algo más de dos semanas falleció Francisco Chamberlain Hayes, sacerdote jesuita y firme promotor del ejercicio de la memoria y los derechos humanos en el Perú. El padre Chamberlain era norteamericano de nacimiento, pero vivió en nuestro  país desde 1962. Se caracterizó por desarrollar su trabajo pastoral en lugares golpeados por la pobreza y la violencia en sus diversas manifestaciones, lugares en los que sin embargo sus ciudadanos mostraron, antes y ahora,  un profundo sentido de justicia y de  solidaridad.

En concreto: zonas alejadas en Moquegua, el Agustino en Lima y luego  en Ayacucho constituyeron espacios fundamentales para su magisterio como sacerdote, teólogo y persona ejemplar y amorosa con la población vulnerable.

Falleció a los 81 años luego de una larga enfermedad. Su vida estuvo dedicada al Perú, a su sociedad y a su Iglesia. Tanto en El Agustino como en Ayacucho estuvo comprometido con el proceso de empoderamiento de los ciudadanos, preocupado por acompañar la construcción de una conciencia de derechos fundamentales y  de deberes de participación política entre la población.  Sabía  bien que el cuidado de la libertad requiere laboriosidad, pero también justicia económica y acción cívica y que la libertad tiene diversos rostros,  todos ellos  valiosos para llevar una vida genuinamente humana.

Participó en la Mesa de Concertación de Lucha contra la Pobreza, que coordinó en dos oportunidades. Fue Párroco de la Parroquia Nuestra Señora de Nazareth en El Agustino; en dicha comunidad promovió SEA: los Servicios Educativos para edificar sentido de ciudadanía entre los vecinos. Fue profesor de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya en  donde  fueron particularmente influyentes sus cursos.  En esa casa de estudios dirigió por varios años el Instituto de Ética y Desarrollo, dedicado a la reflexión moral y política en el país.  En Ayacucho, estuvo al frente de la Casa Mateo Ricci  –jesuita que predicó el cristianismo en China, gran teólogo de la interculturalidad–  un centro dirigido a los jóvenes que buscan pensar la adecuada vinculación entre Iglesia, Cultura y Sociedad.

Desde la Casa Mateo Ricci escribía periódicamente una columna en la que discutía con entusiasmo y espíritu profético la situación del país y de Ayacucho. Le indignaba la profunda ceguera de nuestros políticos y de muchas autoridades sociales en torno a la necesidad de hacer memoria en el país  tan necesaria para evitar que el escándalo de la violencia se repita. Criticó con fuerza y lucidez la forma en la que algunos políticos conservadores tacharon de “pro-subversivo” el Museo de la memoria de Ayacucho y la labor de ANFASEP y rechazó dichos ataques a partir de su conocimiento acerca  del compromiso de los gestores del Museo con el esclarecimiento de la Memoria y el anhelo de la Justicia.

El Padre Chamberlain luchó toda su vida por una Iglesia al servicio de los más débiles en las zonas más pobres y vulnerables, una Iglesia profética y empática con el dolor del inocente, una iglesia que entiende a Cristo como Señor de Amor y Justicia y no divinidad dedicada tan sólo  a supervisar la corrección doctrinaria de sus fieles. Francisco Chamberlain nos habló siempre de un  Dios que pide compasión y  caridad como norma de conducta y que vela especialmente por los más pobres que son también nuestros hermanos.