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Opinión 1 de abril de 2016

El ataque más reciente en Europa fue un atentado en Bruselas, capital de Bélgica, una nación generosa a la que yo –y muchos otros peruanos y latinoamericanos– profeso cariño y gratitud especiales, pues allí fui acogido y formado en la inolvidable Universidad de Lovaina. Bélgica es un país que se autorreconoce como encrucijada de caminos y que por ello, merecidamente, ocupa un lugar destacado en la organización y funcionamiento de la Unión Europea, la cual por este atentado se reconoce profundamente lesionada. Este terrible hecho perpetrado por terroristas suicidas tuvo como blanco el aeropuerto de Zaventem así como la red de transporte subterráneo de Bruselas y buscaba causar la mayor cantidad de víctimas entre la población civil. Ahora bien, ¿por qué tal odio y crueldad? Como es sabido, quienes organizan y ejecutan estos actos de terror declaran que su motivación –y, según pretenden ellos, su supuesta justificación– estriba en la defensa de su fe frente a quienes consideran son hostiles a ella. De otro lado en otras regiones del mundo, estos crímenes se hacen ya no como pretendida defensa de la fe sino, más bien, como parte de una campaña de conquista, “sometiendo por la espada a los infieles”.

Resulta evidente que esta cadena de violencia exige respuestas efectivas de la comunidad mundial que condenen de manera absoluta la injustificable criminalidad de esos actos, la insostenible invocación a la violencia como medio legítimo para conquistar fines colectivos y, algo no menos importante, la proclamación del valor nulo que se asigna a través de esos hechos a lo que es la vida y dignidad humanas. Es imprescindible reafirmar una y otra vez que la violencia, bajo ninguna de sus formas, jamás será legítima y que quien recurra a ella de inmediato descalifica a sus propias pretensiones, incluso si ellas tuvieran alguna validez en principio. (animalmedicalcenterinc.com)

Hay además en la cuestión que tratamos el fenómeno grave que implica la desnaturalización de la fe, de los preceptos religiosos, de la comunidad de creencias que están presentes en las declaraciones del Estado Islámico y de muchas otras organizaciones que han derivado al fundamentalismo. La religión en ningún caso es lo que aquellos pretenden: un discurso de odio y de supremacía que da justificación para someter a los demás y para llevar adelante crímenes sin mayor remordimiento. Eso es más bien entender a la religión como simple discurso de poder y una extensión de la política vivida en su acepción más primitiva. Así, el pervertido discurso religioso no viene a ser otra cosa que un instrumento que ciertos líderes invocan insinceramente para manipular a la población en su carrera imparable por acumular poder.

Es necesario que las grandes comunidades religiosas del mundo enfrenten a esa clara tergiversación de lo que ellas representan y hagan ver que el Islam, en cuyo nombre se cometen estos crímenes, está lejos de ser ese discurso de odio que el Estado Islámico ofrece. La fe religiosa adquiere autenticidad cuando es asumida con honesta actitud y nos abre a un universo de creencias sobre nuestra trascendencia, sobre nuestros lazos con los demás y sobre los caminos de una vida que busca ser virtuosa. Se trata finalmente de un quehacer personal y social orientado a resaltar como fines últimos a alcanzar el Bien, la Verdad y la Belleza.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República