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Opinión 30 de junio de 2017

En el año 2009 la Corte Suprema de Justicia determinó que Alberto Fujimori era responsable de graves delitos de corrupción y contra los derechos humanos. Fujimori fue hallado responsable de homicidio calificado y secuestro agravado, entre otros delitos. La Corte Suprema precisó, además, que algunos de los delitos constituyen crímenes de lesa humanidad. Hace pocas semanas la Corte Suprema de Chile amplió los términos de la extradición de Fujimori de manera que pueda ser procesado por el “caso Pativilca”. Se trata del asesinato de seis personas en Barranca. La Corte chilena señaló que los casos “constituyen un ultraje a la dignidad humana y representan una violación grave y manifiesta de los derechos y libertades (…) por lo que se ha de reconocer su carácter de imprescriptibles, así como la imposibilidad de amnistiarlos.”

Hoy se vuelve a hablar de la posibilidad de un indulto a Alberto Fujimori. Ya ni siquiera se tiene el cuidado de hacer la distinción entre un indulto común y un indulto humanitario. Hasta hace algunos meses se tenía en cuenta que los delitos de Fujimori hacen que el indulto común sea un imposible jurídico. A lo sumo, se buscaba demostrar, sin éxito, que el estado de salud del sentenciado justificaba el indulto humanitario. Hoy, las autoridades del Estado –Ejecutivo o Legislativo– así como los medios de comunicación hablan del tema con asombrosa ligereza. Las consideraciones jurídicas parecen no importar. Nadie hace referencia concreta a los crímenes por los cuales Fujimori recibió una sentencia de 25 años. El compromiso de no indultarlo, que el presidente ha repetido muchas veces, parece no haber existido nunca. Ya no es mencionado.

Como ha ocurrido siempre, hay grandes ausentes en esta discusión: las víctimas de los delitos de Alberto Fujimori. Ni el presidente ni sus ministros las han mencionado jamás. Y están en la obligación moral de hacerlo, de consultarles su parecer. El indulto es sinónimo de perdón. Las autoridades tendrían que decir si se consideran con derecho a perdonar en lugar de las víctimas. Y tendrían que explicar al país de qué manera es que esto que creen ser su conveniencia política es compatible con sus obligaciones de hacer respetar el orden constitucional y, más elementalmente, de actuar con rectitud y honrar sus propios compromisos.

El presidente Kuczynski enfrenta una enorme responsabilidad. Los términos del dilema están claros: apegarse al orden jurídico y honrar su palabra, o reeditar el mensaje odioso de que nuestra democracia será siempre maleable y quebradiza cuando se trata de hacer cumplir la ley a los poderosos.

La discusión sobre la justicia ha sido desplazada por un debate al mismo tiempo ingenuo y amoral.