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Opinión 18 de junio de 2014

Algunas semanas más tarde, el 11 de junio, Raúl Mayo Filio, periodista del diario El Comercio dio detalles sobre el supuesto descubrimiento de la fosa común más grande de todo el país hasta la fecha. En una zona cercana a Mapotoa, llamada «Saigón», habrían sido enterrados cerca de 800 nativos Asháninka y Nomatsiguenga[1]. Sin embargo, Gloria Cano, directora de APRORDEH, ha señalado que estos datos «no calzan con la verdad». Por lo tanto, se requiere una investigación exhaustiva para esclarecer la situación y, evidentemente, «si se recupera un solo cuerpo ya es muy importante para el conocimiento de la verdad».

A pesar de las incertitudes actuales, estos hechos demuestran la magnitud de la violencia de masas entre los Ashaninka y sus parientes Nomatsiguenga de la región de la selva central durante el conflicto armado interno peruano, que adquirió entre ellos la forma de una verdadera guerra civil. En efecto, recordemos que su experiencia fue la más trágica de todos los pueblos indígenas del Perú. Según las estimaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (if, Tomo V), durante el conflicto armado fallecieron alrededor de 6,000 Ashaninka sobre un total estimado de 52,000 miembros de esta etnia en el Censo de 1993[2]. Por lo menos 5 000 Ashaninka de los ríos Ene y Tambo fueron hechos prisioneros en los campos de Sendero Luminoso en el Río Ene y hubo cerca de 10 000 desplazados. Sin embargo, el número de víctimas fue probablemente mayor y no se pudo hacer una estimación de personas desaparecidas. Ni tampoco de quienes perdieron la vida luego de haber sobrevivido a la prisión en los campos y que se encontró en los «núcleos poblacionales».

La mayoría de las muertes de los Ashaninka tuvo lugar en los denominados campos senderistas. Es decir, además de las ejecuciones, varios de los Ashaninka capturados tuvieron una muerte lenta y dolorosa, consecuencia del hambre, de las pésimas condiciones de vida y de las enfermedades. La magnitud de lo ocurrido es prácticamente desconocida en el país y se ha hecho poco para darle la relevancia que merita en el contexto actual de postguerra. Antes de plantear una hipótesis explicativa de este hecho sorprendente resulta preciso situar las circunstancias de muerte de miles de peruanos amazónicos en su contexto histórico y sociológico real.

La realidad desconocida de los campos de trabajo y de muerte senderistas en el Perú

Los denominados «campamentos senderistas» han sido asociados a la esclavitud y al sometimiento extremo de los nativos, resaltando los elementos de dolor físico y sicológico de este proceso de pérdida de humanidad. Es preciso comprender en adelante que este marco es muy estrecho y no es pertinente, pues desconoce la realidad social de los campos de trabajo y de muerte totalitarios, perfectamente conocidos y estudiados en el mundo. Como he podido mostrar anteriormente (Villasante 2012[3]), los campos senderistas fueron la versión peruana de los campos totalitarios inventados por los comunistas rusos y chinos de la época de Mao Zedong, en los cuales las condiciones de vida infrahumanas fueron también similares a las de los campos de concentración de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Precisemos que el totalitarismo comunista y nazi tienen las mismas bases ideológicas[4]. Es en este marco de los campos de muerte totalitarios y en el marco del universo de los campos de concentración — sobre los cuales existen estudios históricos y sociológicos muy importantes —, que debemos situar la existencia de los campos de trabajo y de muerte senderistas. La idea totalitaria que está detrás de esta cruel invención humana es el control total y absoluto de la vida de las personas que deben aceptar su sumisión completa a las ideas del comunismo (la anulación de la individualidad para construir la sociedad igualitaria perfecta). Y, en el caso de los campos nazis, la sumisión a las ideas de la superioridad de la «raza aria», que llevó a la eliminación de los «sub-hombres judíos» y de todos los grupos considerados como supuestamente degenerados (homosexuales, gitanos, retrasados mentales). En los campos de reducación comunistas y en los campos de concentración nazi, los detenidos eran explotados, obligados a trabajar y recibían también un proceso de despersonalización importante, donde todos los lazos familiares debían desaparecer y ser remplazados por los lazos con el «partido». Los nazis inventaron otro tipo de campos de muerte, donde los prisioneros judíos eran llevados para ser eliminados directamente en las cámaras de gas[5].

Sendero Luminoso instaló primero sus campos de reducación y de trabajo en Chungui y Oreja de Perro, entre 1982 y 1987, que el Informe final denomina «retiradas», y donde se estima que murieron 1,381 personas, es decir 17% de la población censada en 1981 (Hatun Willakuy 2004: 124, Villasante 2012). Los testimonios de los sobrevivientes son totalmente comparables a los que han hecho sobrevivientes de campos comunistas rusos y chinos  y, en menor medida, los sobrevivientes de los campos de los Khmers Rojos de Cambodia. Del mismo modo que en los campos nazis, el modo de vida se caracterizaba por la hambruna permanente, las enfermedades y la pérdida de referencias de humanidad ordinaria.

Cuando Sendero Luminoso entró en la selva central, entre 1985 y 1988, se inició la segunda fase de este intento de creación de un sistema totalitario en el Perú, intento que tuvo éxito durante una decena de años en las cuencas de los ríos Ene y Tambo. ¿Qué dicen los testimonios de los sobrevivientes? Las personas que se libraron con vida de esos campos (rusos, chinos, nazis y senderistas) dicen prácticamente las mismas cosas, cuentan los mismos detalles de extrema crueldad de los guardianes, la negación de la común humanidad, la violencia inútil de la que tanto ha hablado el sobreviviente italiano Primo Levi en sus libros sobre su internamiento en el campo de muerte de Auschwitz[6].

El Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) contiene varios testimonios de los nativos de la selva central [disponibles en audio en el Centro de documentación de la Defensoría del Pueblo]. Y cuenta de un resumen de esos casos en su versión abreviada Hatun Willakuy (2004: 126-142). Desde 2008, en mis trabajos de investigación sobre la violencia en la selva central, he recogido 20 testimonios que evocan los mismos temas de pérdida de seres queridos en condiciones trágicas e incomprensibles para los familiares que sobrevivieron[7]. En el reportaje de La República, Antenor Champate Mahuanca refiere la crueldad con la cual los senderistas mataron a su esposa y a cuatro de sus hijos, «ahorcándola, sólo porque estaba enferma y ya no podía subir al monte a trabajar». Los niños eran reunidos en grupos para trabajar y alimentar a los terroristas y, según Máximo Hinostroza Mahuanca, quien tenía siete años en la época de los campos: «a los niños cuando no trabajaban se los mataba. Si no comías bien, te mataban, si no caminabas bien, te mataban; si jugabas, te llamaban y te mataban con soga«.

El 11 de junio de 2014, la Fiscalía anunció que había iniciado una investigación sobre denuncias de decenas de desaparecidos, recibidas en Huancayo. El antropólogo forense Iván Rivasplata declaró que eran siete especialistas quienes habían entrado a la zona de Mapotoa y que esperaban encontrar unos 130 cadáveres (La República[8]). Esperamos que se hagan otras diligencias para saber cuál es el número total de víctimas enterradas en esta zona. En cualquier caso, Rivasplata ha desmentido el anuncio del hallazgo de restos de 800 Ashaninka y ha precisado que durante las diligencias en Mapotoa, recogieron testimonios de los pobladores que indicaban entre 120 y 160 personas[9].

Estos hechos implican que, a pesar de lo reducido de la muestra que pudo ser regocida por los equipos de la cvr en la selva central, lo que se hizo fue suficiente para establecer los hechos centrales vividos en los campos senderistas. Los datos anteriores y posteriores confirman las informaciones de la CVR. Aunque es evidente que aun faltan muchos trabajos de campo para conocer los hechos con más precisión. Los descubrimientos recientes de lugares de entierro son muy alentadores y debemos saludar el trabajo del Ministerio Público, en particular del Equipo Forense Especializado (EFE), cuyos miembros han empezado a investigar seriamente esta realidad tan mal conocida y mal explorada del pasado reciente del país. Otro caso de fosas comunes fue conocido el 29 de abril de 2014, cuando el Ministerio Público anunció haber encontrado 136 cadáveres en el cuartel Los Cabitos de Ayacucho. Sin embargo, comprobamos con mucho asombro que, ante estos anuncios de una gran gravedad, no ha habido reacciones importantes ni de parte del gobierno ni de la sociedad civil.

¿Cómo comprender esta falta de interés y esta indiferencia por hechos violentos tan graves, inexistentes en las agendas electorales y de los gobiernos desde 2000, y además completamente inéditos en el país y en América Latina? Quisiera plantear que esta situación podría comprenderse por el gran temor que inspiran los hechos de violencia vividos durante el conflicto armado interno, y que está siendo ocultado regularmente bajo pretextos falaces, sobre todo, bajo la idea que «hablar del pasado de violencia podría reabrir las heridas» y «hacer difícil la reconciliación nacional». Recordemos que esta política negacionista del olvido fue organizada por el régimen de Alberto Fujimori, pero ninguna nación moderna puede reconstruirse luego de un conflicto como el que conocimos en el Perú callando, olvidando, o negando el pasado. La verdad histórica es solo una, debemos tener el valor de afrontarla, de reconocerla, y de aceptarla para construir el futuro del país de manera solidaria con los pueblos y con los sectores que sufrieron más que todos durante la guerra interna peruana. Sin memoria real del pasado, la reconciliación y la reconstrucción nacional serían imposibles.

Escribe: Mariella Villasante, investigadora asociada del IDEHPUCP


[4] En 2007 fueron censados 88,703, el conjunto arahuac (Nomatsiguenga, Asheninka, Kakinte y Madija) tenía 106,349 miembros (inei, Censo de 2007, 2010).

[5] Villasante, 2012, Dossier, Revista Memoria n°12 del idehpucp, https://idehpucp.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/2012/09/Dossier.pdf.

[6] Ver Hannah Arendt, Le système totalitaire, 1951. Tzvetan Todorov, Le siècle des totalitarismes, 2010.

[7] Ver Raul Hilberg, 1985, The Destruction of the European Jews.

[8] Primo Levi, Se questo è un uomo, 1947.

[9] Villasante, en preparación, La violencia senderista entre los Ashaninka de la selva central. Ensayo de antropología política, 2015. Ver también Villasante, 2014, La violencia senderista entre los Ashaninka de la selva central, Boletín del idehpucp, https://idehpucp.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/2014/05/Seminario-ashaninka-Idehpucp-Mariella-Villasante1.pdf].

[11] Ver El País http://internacional.elpais.com/internacional/2014/06/12/actualidad/1402602508_882905.html. Ver la nota de Franklin Briceño, que retoma las informaciones de Rivasplata
[http://www.elnuevoherald.com/2014/06/10/1769298/peru-inicia-la-exhumacion-de-victimas.html]. Precisemos que la cifra de la población ashaninka en 2007 no era de 97,000 personas, sino de 88,703 personas (inei 2010). De otro lado, la razón del control de Sendero Luminoso en la selva central estaba ligado a la concretización de su ideología comunista totalitaria, y no tenía ningún lazo directo con la « geopolítica » de la connexion entre Lima y Ayacucho. Ver Villasante, 2012 y 2014.