Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
Opinión 8 de abril de 2015

Agüero, a través de una prosa fragmentada, coloca ante nuestra mirada las posibilidades de desarrollar una cultura del perdón y la reconciliación que es harto difícil en una sociedad que no sabe o no quiere, hasta ahora, procesar el trauma experimentado y que por ello a menudo simplemente no desea recordar, cerrándose así el camino que podría conducirla a hechos, personas e ideas que debiera entender. 

El autor colaboró con la CVR recabando testimonios de las  víctimas y sus familiares  y  en este libro, por vez primera, revela una realidad íntima, compleja y dolorosa. Reconoce ser hijo de dos militantes de Sendero luminoso ejecutados extrajudicialmente: el padre en 1986 y la madre en 1992. Consciente de los delitos cometidos por Sendero, él ha tenido también la oportunidad de escuchar de cerca el testimonio de las víctimas de las acciones de este grupo y no busca desconocer la responsabilidad de sus padres en el conflicto. Antes bien, somete a crítica el imaginario de Sendero –asumido hoy por el Movadef– y condena tanto la visión de la sociedad propugnada por esa ideología como el proceso de violencia que ella desató. A partir de allí examina con honestidad, no ajena al dolor y al desconcierto, los posibles sentidos de su propia identidad en circunstancias en las que impera –a instancias de los medios de comunicación y de la clase política– una lógica de  estigmatización que se extiende a quienes, aún de manera involuntaria, tuvieron vínculos con militantes de los grupos subversivos. 

Los rendidos plantea preguntas que hasta hoy no se han formulado con precisión en los debates públicos sobre lo vivido. Nos coloca frente a la importante cuestión relativa al lugar que la sociedad peruana ha de asignarle a los hijos de los protagonistas de la violencia y discute acerca de cuánto les concierne a estos el participar en la dinámica moral del perdón: sea para solicitarlo en nombre de los padres, sea para otorgarlo como hijos de las víctimas.  A fin de cuentas  lo que surge frente al lector es la necesidad de ahondar en la cultura del perdón sin que ello se haga en menoscabo de la justicia. En tal sentido se sugieren interrogantes altamente cuestionadoras: ¿No existirían casos en que perpetradores hayan podido ser también víctimas? ¿Heredan los hijos las culpas de los padres? ¿Hasta qué punto cumplida la sanción penal aquellos que fueron sentenciados por terrorismo pueden reintegrarse positivamente en la vida social? Qué hacer allí: ¿Entenderlos por esencia transgresores y por tanto personas que nunca cambiarán? ¿Cuán posible es  ofrecerles la oportunidad de rehacer sus vidas?.

En el tratamiento de estos temas que nos retan hay que buscar respuestas lúcidas y, a partir de ellas, acciones comprometidas.  Los conceptos de arrepentimiento, perdón, redención –tributarios de la verdad honesta y su guardiana leal: la memoria– se ofrecen  como posibles caminos que podrían, con tiempo y prudencia, insertarse como elementos decisivos del proceso de reconciliación nacional que todos anhelamos.