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Opinión 24 de junio de 2016

Este período de cese de hostilidad electoral y conformación de un nuevo gobierno ha sido concebido como un proceso de distensión política que debe emprender la senda más amplia de la reconciliación, sin recurrir a la demagogia. Se trata de una finalidad que se ha de perseguir, pero primero hay que discutirla con seriedad. Como lo señala la investigación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, solo podremos lograr la reconciliación nacional teniendo como horizontes la Verdad y la Justicia. Evitemos cometer los errores del pasado reconstruyendo la memoria histórica de los momentos críticos de la vida de nuestra sociedad. Los actos de corrupción y los crímenes contra los derechos humanos no deben ser olvidados si queremos desarrollar políticas democráticas genuinas. Comprendamos que el recurso a la memoria no puede considerarse como ofensa política; ella brinda un saber que nuestra sociedad requiere para regenerarse como foro de entendimiento común. Por eso resulta un despropósito sugerir que el presidente electo debería disculparse con un ex gobernante por recordar los actos de autoritarismo, corrupción y homicidio cometidos durante su mandato; el conocimiento de la historia no es motivo de agravio, sino más bien fuente de prudencia política.

Ahora bien, la moral pública necesita del concurso de la memoria. Los ciudadanos requieren nutrir sus ideas y sus acciones con la comprensión de la historia del Perú. Ella registra diversos proyectos libertarios y autoritarios, revelando sus anhelos, sus errores y sus fracasos. Asimismo, pone de manifiesto interesantes proyectos democráticos truncados por la negligencia o por la falta de perspectiva de sus élites y de un sector importante de la opinión pública. La afirmación de la democracia peruana en un marco de libertad y de justicia social, de respeto por las diferentes culturas y visiones de la realidad que constituyen nuestra nación es una posibilidad moral y política que hoy nos convoca, y por ello conocer las dificultades experimentadas en el pasado nos permitirá afrontarlas con mayor lucidez y valentía hoy.

La reconciliación es una tarea histórica que exige un compromiso férreo con la democracia; la disposición a escuchar todas las voces presentes en el país; la adhesión a toda prueba a los principios de la moral pública y los derechos humanos; el conocimiento de nuestra historia y por supuesto, un genuino amor por el Perú. Los años que nos conducen al Bicentenario son el medio oportuno para recuperar un programa político amplio y riguroso que permita emprender un proceso de reconciliación comunitaria. Ofrezcamos con nuestra conducta fundamento a esta esperanza.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República.

(24.06.2016)