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Opinión 1 de abril de 2015

De suceder lo indicado entiendo que corremos el riesgo de no acercarnos realmente a la  vida y a la prédica de Jesús: me refiero a  su afirmación de la caridad entendida como amor esencial y que plenifica el sentido de las Bienaventuranzas, a la expresión inequívoca de su preferencia por los pobres y los vulnerables, a su mensaje en torno al cuidado espiritual del hombre, a su rechazo de la violencia sin excepciones. Todo ello, qué duda cabe,  nos hace entender mejor el sentido de su pasión y muerte. Para reiterarlo y sintetizarlo: Cristo nos planteó el imperativo de la caridad y con ello nos invitó a tomar conciencia de la injusticia que existe a nuestro alrededor, a reconocer que mucho del dolor que contemplamos cotidianamente no proviene del infortunio sino de acciones que tienen su origen en decisiones humanas, a comprender que la exclusión social, la discriminación, la violencia y el odio no son fruto del azar, sino más bien del prejuicio, del trato desigual y de la ausencia de reconocimiento que instalándose  como sentidos comunes en la sociedad, se asientan como prácticas habituales en nuestras instituciones sociales. 

Empatía, solidaridad, justicia son muestras de un amor que nos compromete con la defensa del  que sufre.  Dentro de la óptica cristiana, un ser humano hecho a imagen y semejanza de su creador no debe  entonces vivir marginado, en situación de pobreza o sin libertad. La caridad plantea un  real compromiso con la situación y el destino de los excluidos, es una virtud encarnada en la atención dedicada hacia el sufrimiento de los más débiles y ha de hacerse real en la acción solidaria en su favor al punto en que yo me sienta interpelado y responsable por los otros, por mis hermanos. 

Involucrarse en la situación de los crucificados de hoy, de los estigmatizados y desprotegidos, de eso se trata. Dios no hace distingos entre sus hijos, a todos los ama y quiere que todos ellos  participen de su creación y sus frutos. Por eso pienso que la vida de cada uno, siendo ciertamente personal, encierra un valor universal y es justamente por ello que a través de mi propia existencia, de algún modo, yo coloco en juego a toda la humanidad.