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Opinión 8 de abril de 2016

Empero, nunca es aconsejable reducir nuestra comprensión de la democracia a su sola dimensión electoral. La democracia es, ante todo un régimen de derechos y libertades fundamentales, que incluyen, en una posición central, al núcleo de los derechos humanos; también es por lo mismo, un tejido de instituciones cuya función consiste, principalmente, en garantizar y proteger esos derechos. Garantizarlos significa combatir resueltamente la exclusión, el racismo, el abuso de poder, la marginación y la consiguiente pobreza e implica asimismo fomentar las oportunidades de empleo digno, así como el acceso a servicios efectivos de salud y de educación.

Elecciones que refuercen la vida de nuestra democracia no se agotan únicamente en la mecánica sustitución de un gobierno por otro. Si queremos realmente afirmar nuestras convicciones democráticas, estamos llamados a ejercer nuestro criterio, a sopesar propuestas, a aquilatar trayectorias de candidatos y organizaciones, a distinguir entre la demagogia y el plan de acción razonado, y todo ello para responder a una pregunta fundamental:

¿cuáles son las opciones que por su seriedad; por la calidad moral de las personas que las postulan; por su grado de comprensión de los problemas que afrontamos, son las más propicias para hacer de nuestra sociedad una verdadera democracia: incluyente, justa, pacífica, respetuosa de los derechos de todos?

No hay una sola vía para alcanzar los objetivos más valiosos y urgentes de una sociedad. Habrá siempre distintas posiciones políticas en competencia. La diversidad de propuestas es connatural a la democracia. Nos toca a los ciudadanos saber discernir entre ellas, esforzarnos en distinguir entre el oportunismo y la genuina preocupación social, entre la simple búsqueda de poder y el compromiso con un verdadero proyecto de nación. No hay, como queda dicho, una sola receta para lograr nuestras metas y además recordar que ninguna receta es válida si es que no está enraizada en una ética fundamental: la del respeto del Estado de Derecho y el fomento de la cultura ciudadana.

Es ahí, en la cuestión ética básica, donde se compromete nuestra conciencia moral. Un voto consciente puede expresarse en distintas opciones políticas, pero siempre deberá hacerlo con una convicción básica: el Perú necesita hacerse una sociedad más humana, más respetuosa de la ley, más justa y equitativa.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República