29/04/2013

Actualidad de aparecida

Artículo de opinión de Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEH-PUCP, en el diario La República

El cardenal Bergoglio –hoy papa Francisco– presidió la Comisión General de Redacción del documento de Aparecida, texto que resume lo acordado y dispuesto por la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe. En la senda de los documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo, el texto reflexiona sobre el reto que constituye ser Iglesia y anunciar el Evangelio en el siglo XXI y en la zona más desigual del mundo. El contexto de pobreza e incluso de violencia con el que nuestros pueblos tienen que lidiar no ha sofocado el entusiasmo y el esfuerzo por el Reino de Dios, disposiciones características de aquello que describimos como una “Iglesia encarnada”, una comunidad de creyentes comprometida con el sufrimiento del inocente.

La Conferencia de Aparecida se propuso discutir la evangelización como la formación de discípulos y misioneros del Magisterio de Jesús. No es posible llevar a Cristo entre los pobres sin predicar el Reino y su justicia, su “realidad transformadora” (382). El Reino de Dios se anuncia a través de la persona de Cristo a los hombres y mujeres de todas las razas y culturas. El documento identifica el esfuerzo por el Reino con el compromiso genuino con un proceso de dignificación del ser humano. El mundo actual, fascinado con los “ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero”, promueve una comprensión meramente instrumental de las relaciones sociales, focalizada en una visión individualista del éxito. Se trata de un mundo que le rinde culto a la “eficacia” como supremo valor. Los vínculos de solidaridad entre las personas se han debilitado, y se incrementa el desencanto frente a los intentos de revertir esta situación desde la acción social y la política.

La Iglesia tiene la obligación moral de denunciar las estructuras injustas que impiden que millones de personas puedan llevar una vida libre y digna. “La opción preferencial por los pobres”, indica el documento final de Aparecida, “es uno de los rasgos que marcan la fisonomía de la Iglesia latinoamericana y caribeña” (391). Se trata de un principio que la Iglesia universal ha incorporado con entusiasmo, en particular en la doctrina social impartida por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Francisco nos habla hoy de la necesidad de constituir “una Iglesia pobre para los pobres”, evidenciando que transita esta corriente de pensamiento y de acción. En este documento que comentamos podemos encontrar un mensaje perfectamente convergente con los gestos y acciones que Bergoglio ha puesto de manifiesto en sus primeras semanas como Pontífice.

La V Conferencia pone énfasis en el deber de contemplar, en el rostro de las personas que sufren, el rostro de Cristo (393). Esta actitud constituye el corazón mismo del cuidado de la Caridad con nuestros hermanos, especialmente los más vulnerables. Si nos guarecemos en el mero formalismo litúrgico, pero renunciamos a reconocer la Cruz de Jesús en el prójimo que padece injusticia, entonces la fe se torna vana e incluso falsa. El Evangelio y el Magisterio de la Iglesia entienden el compromiso cristiano en términos del servicio de los más débiles. Esa convicción interpela a quienes se reconocen como parte del Pueblo de Dios y están llamados a convertirse en discípulos y misioneros.

El texto nos invita a formar parte de una Iglesia dispuesta a ver, juzgar y a actuar a favor de la construcción del Reino a partir de un análisis serio y riguroso de los problemas que enfrentan los pueblos de América Latina en materia social y espiritual.  Se trata de una Iglesia profética que sepa identificar la injusticia y que esté dispuesta a llamarla por su nombre y a abogar por la protección de las víctimas. Una Iglesia encarnada que no se deje seducir por los cantos de sirena del poder, del dinero y del control sobre las conciencias, y que sea realmente la expresión del espíritu de su fundador.

 

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