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Opinión 5 de octubre de 2018

Es por ello que todas las propuestas, cuando las hay, dejan la impresión de ideas fragmentarias. En el mejor de los casos, se trata de respuestas parciales a problemas parciales. En la mayoría de los casos, hemos oído propuestas improvisadas o irrealizables o del todo equivocadas.

Proponer una visión de Lima en el futuro significa hacer un esfuerzo de liderazgo político y moral, ir más allá de la conducta reactiva para plantear a la ciudadanía una visión histórica y duradera. Ello requiere esfuerzos de largo alcance, pero, sobre todo, un conjunto de convicciones éticas. Ahí donde la política ha quedado degradada a la sola búsqueda del poder, incluso sin un programa de acciones que realizar, es inevitable que la mayoría de candidatos sean incapaces de formular una idea integradora sobre el futuro de la ciudad.

Una visión de largo plazo para la ciudad, centrada en un valor político integrador, podría girar alrededor del concepto de inclusión. Las generaciones mayores suelen evocar a Lima como una ciudad ordenada y con ornato, todo lo cual se habría perdido en el último medio siglo. Es una evocación comprensible, pero que parte de una representación errónea: esa era una ciudad ordenada, en cierta medida, porque el Perú era un país fuertemente excluyente. Mientras que los habitantes de Lima, y de alguna otra ciudad, tenían el privilegio de tener servicios, atención, protección del Estado, acceso a bienes, la enorme mayoría del país estaba privada de todo aquello.

La democratización del país y la movilización de la sociedad ocurrieron sin que, al mismo tiempo, se mitigara el centralismo y la situación privilegiada de Lima. Es natural, pues, que cuando la ciudadanía se siente con derecho a reclamar una vida mejor y mayores oportunidades, emigre hacia la capital. Ese ha sido un largo proceso que ha convertido a Lima en una sociedad pluricultural, pero al mismo tiempo en una megápolis recorrida por profundas desigualdades.

Lima ha crecido, pero no de una manera inclusiva. Ha crecido de una manera aluvional, pero sin que las autoridades planificaran políticas de inclusión. El transporte y los demás servicios se han ido expandiendo, pero no ha existido la convicción de que conformamos, todos, una sociedad que debería actuar integradamente con habitantes que se sientan vecinos y que se conciban como embarcados en un futuro compartido.

Las soluciones técnicas a nuestros grandes problemas municipales –transporte, seguridad, medio ambiente, vivienda, sostenibilidad—tendrían que estar pensadas a partir de una pregunta más amplia sobre la clase de sociedad en que deseamos vivir en el futuro. En esta campaña electoral no hemos encontrado respuestas a ella y eso ejemplifica, una vez más, la necesidad de restaurar la política en un sentido más elevado.