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Opinión 29 de noviembre de 2022

Escribe: Andrea Paico (*)

Escuchamos con más frecuencia la frase “en nombre de la democracia” para camuflar acciones y conductas antidemocráticas por parte de nuestros representantes y autoridades. Sin embargo, ¿realmente sabemos de qué trata ésta y qué es lo que se defiende?

La evolución democrática desde la fundación de la República con un modelo elitista hasta llegar en el siglo XX a la democracia representativa como la entendemos ahora ha costado la vida de compatriotas. Revisemos rápidamente cada hombre y mujer caídos en combate militar y crisis social.

La democracia como la entendemos ahora (representativa) se ha reducido a mecanismos electorales. El solo hecho de convocar y participar en elecciones, para muchas personas, es suficiente para garantizar la democracia en un país. No es así. En el caso peruano, con 22 años viviendo en democracia cada vez más la defensa de ésta enmascara conductas autoritarias y de resquebrajamiento de nuestras bases institucionales.

Es cierto que cada presidente, congresista y autoridades locales han sido elegidos mediante voto popular. También es cierto que se cumplieron con los canales para lograrlo con participación de las organizaciones políticas; sin embargo, desde diciembre de 2018 nuestra democracia ha ido en declive. La fragilidad de las instituciones debido al enquistamiento de grupos y actores corruptos que corroen el aparato estatal, sumada a la participación (parcialización) de los medios de comunicación acentúo la precariedad de canales anteriormente democráticos.

Por ello se oye demandas de instauración de medidas de “mano dura”, en su mayoría enfocadas a cuestiones de seguridad y corrupción; sin embargo, también han surgido postulados de esa índole en aplicación al ámbito político y de régimen ¿A qué se debe? En primera instancia, el descontento ciudadano sobre “cómo van las cosas”; segundo, al rechazo total a quienes se dedican a la política, que cada 5 años se presentan como diferentes y prometen cambios, pero terminan enmarañados y haciendo las mismas acciones corruptas.

Este punto va ligado a un tercer factor: la necesidad de reforma política y electoral. Si la democracia no se puede entender alejada de un sistema de reglas y mecanismos, es evidente que estos fallaran cuando dicho sistema está mal planteado o necesita cambios urgentes conforme cambia la sociedad. El último intento de reforma del año 2019 y su estancamiento por maniobras del Legislativo explicaría, en gran medida, las continuas crisis que se han dado en los últimos dos años.

Actualmente, vemos en el Perú y en el mundo un revés para la democracia. Si anteriormente estudiamos el tránsito del autoritarismo a la democracia, ahora son varios los países que, mediante mecanismos democráticos, eligen posturas autoritarias para enfrentar situaciones como la crisis migratoria en Europa o la crisis de seguridad en América Latina. Si bien han disminuidos los golpes de Estado y los fraudes electorales, han surgido otras maneras de atentar contra la democracia. Nancy Bermeo, también politóloga, postula que los golpes provisorios, aquellos que se dan en “defensa de la legalidad o democracia”, así como el agrandamiento del poder ejecutivo, son ejemplos actuales de erosión de la democracia. Ubicándonos en el contexto peruano, el golpe de Manuel Merino en noviembre 2020, las constantes mociones de vacancia sin la aplicación de canales de diálogo efectivos, y el debilitamiento e, incluso, falta de credibilidad de la oposición debilitan la concepción y acción macropolítica de la democracia.

En el Perú no encontramos una democracia consolidada. Está en aumento la desconfianza en nuestras instituciones y actores políticos, lo que conlleva a mayores reclamos por parte de la ciudadanía. En ese punto, se suma un cuarto factor crucial ante la erosión: somos una ciudadanía dormida. Existe una vinculación directa y estrecha entre Estado y ciudadanía. Nos falta dar el salto, el gran paso, de la democracia electoral a la democracia ciudadana.

Evidentemente, no se postula aquí un modelo deliberativo habermasiano, pero sí mayor activismo y participación ciudadana en la toma de decisión. Hay que perderle el miedo a hacernos escuchar. Lo privado es político, y la democracia no son solo reglas; es un estilo de vida. Si la ciudadanía no empieza a hacer política es aún más fácil que posturas autoritarias lleguen al poder (e incluso, lo avalemos) bajo la premisa de control, seguridad y bienestar, pero ello será acosta de libertades y derechos fundamentales de las personas.

Vivir en democracia no es sencillo. Demanda trabajo arduo y, más aún, instituciones sólidas y sistemas y canales que se adapten a la sociedad. Es tiempo de repensar y acercar la democracia a la ciudadanía desde la interculturalidad, con enfoque descentralizador, en cada institución y nivel político.

(*) Politóloga PUCP.