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Opinión 30 de agosto de 2017

El concepto género designa la forma en que los roles construidos culturalmente condicionan las relaciones entre hombres y mujeres. Con el transcurso de tiempo, han surgido diversos enfoques que dan lugar, dentro y fuera de la academia, a múltiples debates. A su vez, las relaciones de género involucran comportamientos, lo que supone un reto para la tarea académica y educadora en la universidad.

El término Género, su aporte y sus diversos enfoques

Quiero empezar esta reflexión recordando cómo este concepto polisémico adquiere un significado más específico, tanto en las ciencias humanas como sociales, a partir de los años cincuenta. Hacia los años 70 las ciencias sociales analizan el significado cultural del concepto género para indagar sobre la forma en que los roles condicionan las relaciones entre hombres y mujeres, constatando que existe una jerarquía de poder que implica la subordinación y discriminación de la mujer, y de los significados culturales referidos a lo femenino con respecto al hombre y a lo masculino, justificando la desigualdad en el hecho de la diferencia biológica.

Los estudios de género en esta perspectiva, inspirados en las luchas feministas, están a la base de los cambios legislativos a nivel mundial que buscan eliminar toda forma de discriminación en todos los aspectos de la vida de las mujeres, desde los sociales, jurídicos, políticos y económicos en la esfera pública, pero también de aquellos que se relacionan con la esfera privada: las relaciones familiares y el ámbito doméstico.

Las indagaciones sobre las interrelaciones entre hombres y mujeres han permitido no solo buscar la superación de la discriminación de las mujeres, han ido más allá: nos han exigido también comprender mejor cómo se viven y consolidan las masculinidades y cómo determinados patrones culturales de crianza promueven características que limitan o deforman una experiencia masculina sana, tanto física como psicológicamente. Personalmente, veo aquí un aporte fundamental de estos estudios en la construcción de una convivencia más justa y, en términos cristianos, también más fraterna.

Con el transcurso de tiempo, han surgido corrientes en las ciencias humanas y sociales que han adoptado el concepto género para referirse a la identidad sexual. Personalmente no comparto este planteamiento pues entiendo que género e identidad sexual se refieren a procesos distintos. La dimensión biológica a la que se refiere la identidad sexual no puede ser ignorada o intercambiada por un concepto de significación cultural. Que la categoría sexo puede adquirir significaciones culturales diversas, o que es un aspecto del conjunto de la identidad personal, totalmente de acuerdo, pero de ahí a reemplazar la identidad sexual por género tiene implicancias que necesitan ser esclarecidas. Reducir estos procesos a variables culturales no ayuda a conocer la magnitud y riqueza de las realidades a las cuales se refieren estos conceptos, en toda su complejidad, su riqueza y también, por supuesto, en su conflictividad, como nos lo recuerda el psicoanálisis.
Asistimos a una época de profundos cambios culturales que inciden en la comprensión de la sexualidad y más concretamente de las prácticas sexuales. Hace solo casi dos siglos que se habla de la sexualidad como disciplina y que se conocen los procesos que marcan la diferenciación sexual. Desde el quehacer académico es importante situar en qué plano nos acercamos a comprender estas dimensiones de la existencia humana en un clima de pluralidad, de respeto, y trabajarlas con rigor para conocerlas mejor.

Religión y esfera pública

Desde nuestras creencias religiosas nos preguntamos cómo dialogamos con los contenidos culturales y, en particular, con lo que vivimos actualmente. Hoy, en medio de estos profundos cambios que permiten descubrir mejor la complejidad y riqueza de la sexualidad humana, hay una fuerte tendencia a reducir la sexualidad al placer y a lo que es muy grave, a instrumentalizar al otro en función del propio placer. Creo que este es un tema que nos preocupa a quienes tenemos una tarea educativa, a padres y madres de familia… Lee el resto del texto en la edición Nº23 de la revista Memoria.

* Carmen Lora, Directora del Centro de Estudios y Publicaciones (CEP)