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Opinión 18 de marzo de 2016

La idea de que las mujeres deben ser confinadas al ámbito específico del hogar, que no deben aspirar a realizar sus vidas en escenarios que trasciendan el terreno de la familia, aquellos relativos al desarrollo profesional, económico y político, constituye una perspectiva ideológica que genera diversos modos de injusticia. Hoy, esto resulta evidente en el desarrollo personal y en el quehacer político, luego de décadas de movilizaciones sociales y debates a favor del voto femenino y de su inclusión en la dinámica productiva. Empero, en diversas zonas del mundo, particularmente en sociedades tradicionales, las mujeres aún se hallan mal tratadas y se les impide luchar por asumir las riendas de su propia existencia. A contrapelo de ello recordemos a esa admirable niña pakistaní, Malala Yousafzai, una auténtica heroína civil dedicada a defender el derecho de todas las niñas a estudiar. El compromiso con esa causa casi le cuesta la vida, pero la firmeza de sus convicciones constituye fuente de inspiración para miles de hombres y mujeres que promueven la igualdad de género en sus comunidades de origen.

No cabe duda de que en las sociedades occidentales, el ideal moral y político de la igualdad de género no ha sido logrado a plenitud. En el mundo del trabajo, con frecuencia, muchas mujeres no reciben un salario equivalente a sus pares masculinos, lo cual resulta a todas luces injusto. Muchas deben continuar trabajando luego de retornar a casa, desempeñando tareas asociadas a la crianza de los hijos, labores que a menudo no se distribuyen con equidad al interior de los hogares. Hagamos notar que existen ocasiones en las que los activistas en favor de los derechos de las mujeres son criticados y aún en la academia y en la política, existen sectores conservadores que sindican a los estudios sociales y a las formas de compromiso con los derechos de las mujeres como posturas empantanadas en la denominada “ideología de género”.

Resulta por lo menos mezquino –además de estrecho de miras– caracterizar como meramente “ideológicas” las contribuciones de hombres y también de valientes mujeres en los terrenos del arte, la ciencia y la filosofía a través de la reflexión y discusión crítica en torno a la igualdad de género, a la justicia y al valor esencial igualitario de todos los seres humanos. El género constituye un elemento importante de la identidad humana y de la vida personal; examinar con seriedad y rigor esta dimensión de la vida nos permitirá conocernos mejor y vislumbrar formas cruciales en nuestra conducta.

Por lo señalado, lograr el trato justo en materia de género constituye uno de los objetivos básicos a los que debe aspirar una sociedad democrática. La discriminación de género es una forma de exclusión de la ciudadanía y un modo de violencia inaceptable: su ejercicio supone una nítida manifestación de retroceso moral frente al tipo de conquista social que representa hoy la cultura de los derechos humanos. En tal sentido, la defensa de los derechos de las mujeres se convierte sin duda alguna en una tarea digna del más estricto cuidado y del más profundo compromiso ciudadano.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República