Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
Opinión 26 de abril de 2022

Fuente: World Vision Perú

Cada cierto tiempo, nuestra sociedad se estremece frente a situaciones -insoportablemente dolorosas- de violencia sexual, especialmente cuando la víctima es una pequeña niña. Tal ha sido el caso que ha concentrado la atención mediática la semana pasada.

Los debates normalmente se dan sobre la condición del agresor -generalmente un varón-. Se discute, por ejemplo, sobre si es un enfermo mental o si actuó bajo la influencia de alguna droga. Lamentablemente la evidencia nos indica que sólo un mínimo porcentaje de agresores tiene alguna dolencia mental; la gran mayoría son sujetos normales, ajustados a los estándares sociales.

Otro debate que surge es la responsabilidad de la persona adulta -en muchos casos la madre- al fallar en su responsabilidad de cuidado y vigilancia de sus hijas/os menores. En este punto, la sociedad expresa una fuerte sanción social frente al descuido o negligencia respecto de su deber de cuidado.

Un tercer debate se refiere a la responsabilidad del Estado frente a este tipo de situaciones; este debate se concentra en la sanción que se debe aplicar y que se exige sea proporcional al delito cometido. Es en este marco que surgen las demandas de pena de muerte, castración química, cadena perpetua, etc., demandas que los gobernantes de turno tratan de satisfacer para aplacar la indignación social.

Sin embargo, nada de esto implica una solución, ni siquiera un cambio de rumbo. Esto es sólo una respuesta cosmética frente al problema de fondo, el cual no podrá ser enfrentado mientras no se lo quiera ver: reconocer que la violencia sexual es una forma de abuso de poder frente a las personas más débiles de la sociedad, enraizada en una sociedad machista como la peruana.

La violencia sexual no se deriva de la producción exagerada de hormonas masculinas sino de la ausencia de normas sociales que promuevan el respeto por la dignidad humana de todas las personas, sin discriminación basada en el género.  Es este el problema de fondo.

La violencia sexual contra nuestras niñas es sólo parte de un continuo de violencia que sufrimos las mujeres y las personas que retan el sistema sexo-género, y que nos acompaña en el marco de la familia: incesto, violación, violencia doméstica, violencia de pareja, violencia intrafamiliar y en nuestro entorno social: acoso educativo, acoso callejero, acoso laboral, acoso en el transporte, ciberacoso, etc.

¿Cómo superarlo? Reconociendo que tenemos un problema con profundas raíces culturales y que queremos cambiarlo de manera radical y urgente. Las mujeres venimos exigiendo desde hace décadas respuestas al Estado, hemos avanzado sin duda y ahora podemos exhibir normas y políticas. Pero me pregunto y les pregunto: como sociedad, ¿queremos cambiar?, ¿todos queremos hacerlo?, ¿estamos dispuesto/as a emprender el camino?

El cambio implica la formación de personas en el seno de familias democráticas donde exista respeto a la dignidad de ser humano de cada uno de sus integrantes. Es indudable que los diferentes actores sociales pueden contribuir a ello, en especial el Estado desde el sector educación, pero también desde todos los sectores que pueden cumplir un rol para desmontar esa cultura machista de nuestro entorno que tiene a las niñas y niños como sus víctimas más vulnerables.

No olvidemos que desde el 2021 el Estado peruano tiene aprobada una Estrategia nacional de prevención de la violencia de género contra las mujeres (Decreto Supremo N.° 022-2021-MIMP). Es hora de ponerla en práctica.